Bailar con los peces - Semanario Brecha

Bailar con los peces

Los 7 pescados capitales. Hall of Fame, España, HOF 134 CD, 2017.

Los 7 pescados capitales. Hall of Fame, España, HOF 134 CD, 2017.

“Caballero Reynaldo” es el seudónimo de Luis Miguel González Martínez, muy productivo músico español nacido en 1962. Desde que se largó como solista con ese nombre lanzó más de treinta discos, la mayoría por su propio sello independiente Hall of Fame. Sus discos cubren un rango muy variado y se alternan entre trabajos autorales y otros que son esencialmente discos-tributo con versiones de temas de grupos como King Crimson, Yes y Motörhead, y también de Frank Zappa. Supongo que Zappa fue uno de los puntos de acercamiento con el uruguayo Andrés Mastrángelo, quien con este trabajo bicontinental a dúo rompe un silencio de casi un decenio.1

El minuano Mastrángelo sorprendió en 2006 con su debut Dis is da candombe, uno de los más notables discos uruguayos de lo que va del presente siglo. Dos años después repitió la dosis con otro trabajo excelente, + D lo mismo (editado por Hall of Fame).

Aquí lo encontramos en otra veta. Lo que armaron Mastrángelo y Caballero Rey­naldo fue un disco bailable. Es una veta que está presente en los trabajos de ambos, que ellos obviamente conocen bien y curten, sin ser ni ahí la única ni la más importante. Como disparador creativo y elemento unificador partieron del juego de palabras “los siete pescados capitales”, y el disco consiste en siete canciones con nombre de distintos peces, enmarcadas por una canción prólogo (“Pescadería La Sirenita”) y otra (“El puerto de San Gay”) que funciona como epílogo o chill out (enfriamiento, canción de fin de velada). No son un enganchado: los temas tienen tempos distintos, llevadas distintas (aunque todas en compás de cuatro). Es una sonoridad esencialmente “internacional”, y la única uruguayez es un atisbo de candombe en “El besugo”. La voz es de Reynaldo, por eso el acento es español. Las letras son suyas también. Y son lo que da un poco de pena, porque tienen como un aire de “no tomen en serio de lo que estoy hablando”, entre esnob y defensivo. Son cosas tipo “No me gusta el pescao”, “Es el atún-tun-tun, es el atún”, “Hola, soy Hugo, soy el besugo”, “si voy de frente me planto en Hawai/ toda la gente me toma por gay/ cuando les digo que soy de Uruguay/ pero no saben que soy del Japón/ lo que me gusta es un buen melón (…) porque, señora, yo soy el salmón”. No creo que nadie vaya a decir “ay, qué loco, ja ja ja”, ni tampoco sorprenderse, un siglo después del dadaísmo, con los textos de tipo enciclopédico (en serio o trucho) sobre algunos pescados, a la manera de Satie en sus Embryons desséchés (1913). Personalmente, me resulta más estimulante para bailar escuchar cosas que, aunque no sean el tal primor poético, asumen de frente su propósito, tipo “Don’t stop ’til you get enough”, “A namorada tem namorada, êta”, “Qué creen, qué creen que fue/ azuquita pa’l café”.

Pero, en fin: la música está muy buena, dentro del tenor general dance es bastante variada. Algunas cosas tiran más hacia el pop-rock, otras son más discotequeras. Las percusiones programadas y samples conviven con sonidos de sintetizadores vintage. Los grooves están muy bien armados, la producción es sobresaliente y detallista, y no pasan treinta segundos sin que uno escuche algún efecto interesante, alguna idea de arreglo original o algún cambio en el planteo para que la pelota nunca caiga al piso, y a cada escucha uno puede distinguir en la base algún elemento que no había observado. Quizá por una cuestión generacional, me gusta especialmente el sabor setentoso de “El salmón”. Fuera del ámbito de la música tropical, no es muy común que se editen discos uruguayos de música para bailar, y este muy buen trabajo hispanouruguayo es potencialmente eficaz y musicalmente muy bueno.

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