Crónica de Chiapas - Semanario Brecha

Crónica de Chiapas

En el camino hacia la comunidad de Oventic, bajo la lluvia, la frase me zumba en la cabeza. En Chiapas está lloviendo ayer, pero no sólo porque San Cristobalito se había olvidado de mojarnos.

Semanario Nº558

Lluvia.

“Está lloviendo ayer”, me dice un lugareño, a la salida de la ciudad de San Cristóbal de las Casas. Ayer fue el día de San Cristobalito, que siempre viene con lluvia y esta vez vino seco, y por eso es de ayer esta lluvia de hoy.

En el camino hacia la comunidad de Oventic, bajo la lluvia, la frase me zumba en la cabeza. En Chiapas está lloviendo ayer, pero no sólo porque San Cristobalito se había olvidado de mojarnos.

Casa.

Nos han abierto su casa los olvidados de la tierra. Tenían que ser los más generosos, estos que son los más pobres entre los pobres de toda pobrecía. En las comunidades zapatistas de la selva Lacandona y de los altos de Chiapas, nos hemos juntado los venidos de más de cuarenta países.

—Vengan a ofrecer su palabra –invitaron los dueños de casa.

A machete limpio, ellos han levantado pirámides de troncos, para darnos cobijo ante la lluvia incesante. Amuchados en el barro, entre perros flacos y niños descalzos, compartimos ideas, dudas, proyectos, delirios. Durante toda una semana, chapoteamos juntos 5 mil mujeres y hombres que nos negamos a creer que la ley del mercado es la ley de la naturaleza humana, desde el Superbarrio mexicano hasta las madres angustiadas de Plaza de Mayo, pasando por los campesinos sin tierra de Brasil y las feministas, los homosexuales y los sindicalistas y los ecologistas de todas partes.

Nuestros anfitriones andan enmascarados:

—Detrás de estos pasamontañas –nos dicen– estamos ustedes.

Niebla.

La niebla es el pasamontañas que usa la selva. Así ella oculta a sus hijos perseguidos. De la niebla salen, a la niebla vuelven: la gente de aquí viste ropas majestuosas, camina flotando, calla o habla de callada manera. Estos príncipes, condenados a la servidumbre, fueron los primeros y son los últimos. Les han arrancado la tierra, les han negado la palabra, les han prohibido la memoria. Pero ellos han sabido refugiarse en la niebla, en el misterio, y de allí han salido, enmascarados, para desenmascarar al poder que los humilla.

Los mayas, hijos de los días, están hechos de tiempo:

—En el suelo del tiempo –dice Marcos– escribimos los garabatos que llamamos historia.

Marcos, el portavoz, llegó de afuera. Les habló, no le entendieron. Entonces se metió en la niebla, aprendió a escuchar y fue capaz de hablar. Ahora habla desde ellos, es voz de voces.

Aviones.

De vez en cuando, algún avión o helicóptero sobrevuela las cinco distantes comunidades donde está ocurriendo la multitudinaria reunión internacional que han convocado los zapatistas. Son los militares, que avisan a los indios:

—Ellos se irán, nosotros quedamos.

Ya ocurrió en Guadalupe Tepeyac. Esa comunidad, ahora es cuartel. Allí se hizo la primera concentración de solidaridad con los zapatistas. Miles de gentes llegaron. Cuando se fueron, el ejército invadió. En febrero del año pasado, el ejército usurpó la tierra, las casas y las cosas, expulsó a los indígenas y se quedó con todo lo que ellos habían creado, abriendo selva, en medio siglo de trabajo. Pero desde entonces el zapatismo ha crecido mucho. Cuanto más fuerte resuena su voz en el mundo, menos impunidad tiene el poder.

—No podemos salvarnos solos –dicen los zapatistas, y dicen:

—Nadie puede.

Exorcismo.

Cuando una comunidad se portaba mal, y se negaban sus hombres a ser esclavos de las haciendas, la tropa se los llevaba –y nunca más–. Hartos de morir por bala o hambre, los indígenas se armaron. Con más palos que fusiles, pero se armaron.

Como en Guatemala, la tierra vecina donde viven otros mayas, no fue la guerrilla la que provocó la represión. Más bien fue la represión la que hizo inevitable a la guerrilla. De los delegados de las comunidades que acudieron al Primer Congreso Indígena de Chiapas, en 1975, pocos sobrevivieron. En el Quiché, en Guatemala, entre 1976 y 1978, el gobierno asesinó a 168 líderes de las cooperativas que habían florecido en la región. Cuatro años después, invocando a la guerrilla como coartada, el ejército guatemalteco redujo a cenizas a 440 comunidades indígenas.

A uno y otro lado de la frontera, las víctimas son indígenas, y los soldados también. Estos indios usados contra los indios están al mando de oficiales mestizos, que en cada crimen realizan una feroz ceremonia de exorcismo contra la mitad de su sangre.

Mundo.

Cuando el año 94 olía a bebé recién nacido, los zapatistas aguaron la fiesta del gobierno mexicano que estaba loco de contento declarando la libertad del dinero. Por las bocas de sus fusiles resonaron las voces de los jamás escuchados, que así se hicieron oír.

Pero los fusiles zapatistas quieren ser inútiles. Este no es un movimiento enamorado de la muerte, no siente el menor placer en disparar tiros y ni siquiera consignas, y tampoco se propone tomar el poder. Viene de lo más lejos del tiempo y de lo más hondo de la tierra: tiene mucho que denunciar, pero también tiene mucho que celebrar. Al fin y al cabo, cinco siglos de horror no han sido capaces de exterminar a las comunidades, ni a su milenaria manera de trabajar y vivir en solidaridad humana y en comunión con la naturaleza.

Los zapatistas quieren cumplir en paz su tarea, que en resumidas cuentas consiste en ayudar a que despierten los músculos secretos de la dignidad humana. Contra el honor, el humor: hay que reír mucho para hacer un mundo nuevo, dice Marcos, porque si no, el mundo nuevo nos va a salir cuadrado, y no va a girar.

Lluvia.

Chiapas quiere ser un centro de resistencia contra la infamia y la estupidez, y en eso está. Y en eso estamos, o quisiéramos estar, los que nos hemos enredado en las discusiones de estos días. Aquí, en esta comunidad llamada La Realidad, donde falta todo menos las ganas, cae la lluvia a todo dar. El estrépito de la lluvia no deja oír las voces, que a veces son ponencias de plomo o discursos de nunca acabar, pero mal que bien nos vamos entendiendo en la tronadera, porque bien valen la pena la voluntad de justicia y la luminosa diversidad del mundo. Y mientras tanto, como diría aquel lugareño de San Cristóbal que quizá se llama Julio, está lloviendo mañana la lluvia que llueve y llueve y llueve.

Artículos relacionados