Cuerpo de palabras - Semanario Brecha

Cuerpo de palabras

“Tom Pain (Basado en nada)” es un monólogo descarnado sobre un personaje que promete ser un hito inolvidable en la escena montevideana: Rogelio Gracia compone a este ser plagado de claroscuros que, lejos de generar empatía en el espectador, lo provoca desde un humor negro e irónico.

La temporada comienza con varios monólogos, formato que desafía a actores y directores a trabajar con todas las herramientas de la teatralidad y atraer a los espectadores. Tom Pain (Basado en nada) es un monólogo descarnado sobre un personaje que promete ser un hito inolvidable en la escena montevideana: Rogelio Gracia compone a este ser plagado de claroscuros que, lejos de generar empatía en el espectador, lo provoca desde un humor negro e irónico que lo atrapa –casi de manera hipnótica– en su relato fragmentado y colmado de humanidad.

Partimos de un texto brillante (obra finalista del premio Pulitzer en la categoría drama en 2005) del dramaturgo norteamericano Will Eno, que presenta a un hombre que se planta frente al público derribando la cuarta pared de manera instantánea, para hablar de frente y sin preámbulos sobre tres historias, que atraviesan momentos de su vida y se vinculan con la penosa fonética de su apellido, Pain. Lucio Hernández (actor de la Comedia Nacional, director de la recordada puesta de Variaciones Meyerhold) vuelve a demostrar su solidez como director, su acertada visión de la escena y su conocimiento de las posibilidades experimentales del teatro, y logra establecer el vínculo necesario para esta puesta de ida y vuelta entre el actor y sus espectadores. Hay mucho de juego y libertad en este discurso, y aunque el personaje asume no ser un simpatizante de la magia, hay mucho de magia en lo que ocurre sobre el escenario.

Este ser se presenta desde la oscuridad, y ese no ver pero sí escuchar compone una de las más bellas y potentes imágenes teatrales. La voz entre chispazos de encendedor delinea a un personaje aparentemente seguro, con nula corrección política en sus palabras. Poco a poco el discurso se va tornando fragmentado, casi coloquial, como una expresión de la memoria a la hora de contar: una experiencia de un niño con su perro, el recuerdo de un vínculo amoroso con una mujer, un accidente con un panal de abejas de pequeño, recuerdos atravesados por el dolor que cala esa aparente cáscara de dureza. El discurso se interrumpe con momentos de diálogo directo hacia el público, ya transformado en escucha y confidente, en lo que podría ser una gran terapia grupal. Lucio Hernández trabaja con delicadeza y procurando evitar la invasión incómoda esos momentos de interacción que genera el personaje, logrando la empatía que parecía en un inicio evitar. Hay una tensión permanente entre la cercanía y la distancia que Rogelio Gracia logra sostener a lo largo de su discurso, en una composición actoral excelente de principio a fin. No es fácil desarrollar un tipo de humor irónico, por momentos negro y con mucho de acidez, manteniendo la coherencia entre las acciones y lo narrado. Gracia logra desde ese ingrato lugar convertir a su personaje en un ser digno de ser comprendido y escuchado.

El Teatro Solís presentó esta puesta en el marco de su Temporada de Verano por cinco funciones con localidades agotadas. Sin duda que su reposición sería esperable y bienvenida, para quien no haya podido apreciar esta excelente obra que demuestra que los monólogos no son previsibles y monótonos, y que en ellos se encierra el potencial más puro del teatro. Un actor y su público, un microambiente generado y la magia que solo la escena puede deparar.

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