El primer orejón del tarro - Semanario Brecha

El primer orejón del tarro

Con Sergio López
Debemos agradecer a los niños la conversión de un maestro en un aprendiz avanzado de literatura infantil, y a él sus dibujos y libros, que preservan cierta fe en lo humano. El ilustrador y escritor salteño Sergio López Suárez, autor del libro Anina Yatay Salas (Criatura Editora, 2013), fuente de la premiada película Anina, es un hombre bueno en una historia invisible. Con amigos reales.

 

—El dibujo artesanal te ayudó a sobrevivir.
—En varios sentidos. Mi primer hijo, Ernesto, tuvo un tumor en el oído a los 5 años; cuando el otorrinolaringólogo que lo atendía en Salto nos dijo que ya había hecho todo lo que podía y que era mejor tratarlo en Montevideo, metimos con Perla nuestras cosas en unas cajas y nos vinimos en camión, los tres, porque el único ingreso que teníamos era mi sueldo de maestro. Conseguí un cargo de ilustrador en Primaria, año 1976, sin saber lo que ya sabían en Salto, que al año siguiente me destituirían. Un cuñado nos prestó un apartamento en el Palacio Salvo, del cual el flaco Osvaldo Paz se “autodesalojó” a nuestro beneficio. Llegamos un día nublado, lógicamente deprimidos, y cuando subimos al cuarto piso noté luz bajo la puerta del apartamento. Nos desesperamos porque eso quería decir que estaba ocupado, y no teníamos dónde ir. Igual abrí la puerta y la escena está impresa en mi mente: todo vacío, una heladera retirada de la pared y varias personas sentadas en el suelo. Una de ellas, Elder Silva, se acercó para decirme: “Junté a algunos salteños porque sabíamos en qué condiciones venías; queremos acompañarlos”. Durante un buen tiempo usamos cajones de placard como sillas, porque no teníamos muebles.
—En el culto a la amistad germinó tu primer libro.
—Claro, desde antes de ese episodio conmocionante, cada vez que un amigo conseguía novia o estaba contento por algo, yo le dibujaba un Uh con una frasecita y se lo regalaba, tipo postal. Los Uh son personajes que inventé a partir de lo primero que dijo Ernesto, un día que lo tenía en brazos. Como la U sola lucía debilucha, le agregué la hache. Hice tantos Uh que en un momento los amigos me preguntaron por qué no los transformaba en libro. Repliqué que unos trazos locos no hacen un libro y retrucaron: “Pero enseñan a enfrentar la vida”. Me convencieron y con lo que cobré por unos dibujos que hice para una empresa –dibujaba a la noche, a la salida de mis dos trabajos–, luego de la correspondiente consulta a Perla, me pagué la edición, en Banda Oriental, de Stoz, el país de los Uh. Pero se equivocaron al armarlo, y en lugar de darme pliegos compaginados me entregaron mil copias de cada una de las 32 páginas del libro, o sea, 32 mil hojas sueltas. Otra vez me rescataron los amigos, tanto el que me acompañó a buscar a pie, tirando a mano de un tráiler, la multitud de hojas, como los 12 que integraron la “cadena de montaje”.
—Apóstoles de ocasión.
—(Risas.) Miguel Motta integró, junto al infaltable Elder, esa partida. Elder siempre dice que fue el libro artesanal más maravilloso que conoció, ellos compaginaban y yo recibía los paquetitos de 32 páginas, les ponía ganchos y les fijaba las tapas con cemento de zapatero. Miguel fue el primer distribuidor y, por lo mismo, heraldo de lo que cada receptor opinaba que eran los Uh.
—¿Qué opinaban?
—Muchos decían que eran los uruguayos mudos por la dictadura. ¿No es genial, la gente? A partir de esas interpretaciones le descubrí connotaciones nuevas. Una prima de Perla que estuvo 13 años presa, al salir me contó que en la cárcel le dejaban los Uh al lado de la cama a una compañera, para apuntalarla cuando se quebraba. De los premios que he recibido, ese fue el más grande.

¿SOS CONMIGO?
—Sorprende esa ascendencia en adultos, tratándose de un libro para niños.
—Es que nunca fue para niños. La culpa fue de un crítico anónimo que, como vio textos cortos y dibujos simples, redactó en el semanario Búsqueda: “El problema con este maestro salteño es saber para qué clase de niños escribe, para los más grandes o jóvenes tal vez sea desestimulante, y para pequeños tal vez sea intrincadamente complicado”.
—Si no era para niños, ¿qué te ancló en el universo infantil?
—Una maestra que un día golpeó a la puerta del apartamento 402 del Palacio Salvo, para contarme que había trabajado Stoz, el país de los Uh, con sus alumnos de segundo grado. Me mostró lo que habían escrito los gurises y se me caían las medias. Ahí medio me convencí de que podía trabajar para niños, hice otro libro, conocí a Ana María Bavosi (pionera formadora en el género), con quien elaboramos un proyecto, y me involucré con la revista Colorín Colorado.
—De literatura infantil.
—Sí, algunos números están disponibles en el Museo de la Memoria (Mume).
—Porque salió en dictadura.
—Y porque dábamos tremendos “lineazos”.
—¿Quiénes estaban en el equipo de redacción?
—La directora responsable era Sara Minster y los “pinches” Ester Nonenmacher, Luis Neira, Sara Pupko y yo, que hacía carátulas y dibujos interiores, además de armarla. Era muy disfrutable por adultos, también, a los que siempre recomiendo leer buenos libros para niños.
—¿Todavía es necesario recomendarlos, como si fueran un buen filtro solar?
—Sostengo, mucho ha, que los autores e ilustradores de literatura infantil y juvenil (lij) no somos el último orejón del tarro; directamente estamos afuera y procuramos entrar a él. Lo que ocurre es que el mercado vio que el género es buen negocio, y lo catapultó. Sacrificando, en el mismo acto, su calidad. En materia editorial, por ejemplo, hubo un cambio de paradigma. Antes los editores decían que si un libro era bueno, se vendía; ahora que si se vende, es bueno. Y aquí me gustaría reconocer y homenajear a la colección “Leer para disfrutar y pensar”, que publicó Mosca Hermanos a principios de los noventa. La dirigió Ana María Bavosi, sacó 14 títulos de literatura infantil y cambió el concepto sobre el género en Uruguay. Ana tuvo la deferencia de encomendarme la gráfica de la colección; justo a un tipo que, en materia de diseño, hasta hoy publica sus errores (risas). La colección arrancó con Pateando lunas, de Roy Berocay, y tuvo a autores como Eduardo Mayans, Susana Olaondo, Susana Bava, Rosina Revello, Horacio Casinelli. El de Horacio, Fiesta de disfraces, escrito e ilustrado por él, fue censurado en un colegio muy reaccionario porque el autor cometió el error de nacer el 26 de marzo de 1971 (sustrae el libro de una elevación “patrimonial” que los acumula, y lee en voz alta): “Esta es la huella de mi mano izquierda, que si bien no dibuja, ayuda en lo que puede, sosteniendo la hoja y la cabeza en los momentos de descanso (…). Claro que para hacer este libro fueron necesarias muchas otras manos, izquierdas y derechas”. ¿Te das cuenta? Es una apuesta integradora.
—Contaste por ahí que Alfredo Soderguit, ilustrador vitalicio de Anina Yatay Salas y director de la película, enmudeció la primera vez que presentaron el libro.
—Sí, cuando le pasaron el micrófono no pudo pronunciar palabra. Después me dijo, como en shock: “Voy a hacer una película con Anina”. Está loco, pensé, pero qué suerte tengo.
—Otra anécdota, que nos devuelve a la genialidad de los infantes, pregunta por la pertenencia.
—(Sonríe.) Sí, estaba en el cumpleaños de Maximiliano, el hijo de un amigo y colega de literatura infantil, Fernando González, parado al borde de la cancha donde la concurrencia jugaba al fútbol. Llegó un amigo del cumpleañero, ya sacándose la campera para entrar, y justo la pelota sale por el lado que él estaba entrando y le queda a los pies. La agarra y con los ojos rutilantes dice: “Maxi, ¿sos conmigo?”. Es una pregunta que todo libro merece recibir. 

* Sergio López Suárez (Salto, 1945) publicó una treintena de libros para niños, todos, salvo en dos oportunidades, ilustrados por él. Entre esos títulos figuran Stoz, el país de los Uh (Banda Oriental, 1977; tuvo tres reediciones, las dos últimas por editorial El Altillo), Se-Mana de un Uh (Acali, 1980), Derechos de la naturaleza (Mosca Hermanos, 1990, el Banco del Libro de Venezuela lo incluyó en la lista de los mejores libros para niños publicados en lengua española), Anina Yatay Salas (Alfaguara, 2003, ilustraciones Alfredo Soderguit),¡Huákala a los miedos! (Alfaguara, 2012, ilustraciones Sebastián Santana), ¿Y esto qué es? (Más Pimienta, 2012, libro álbum premio Bartolomé Hidalgo). La película Anina (2013), de animación artesanal y laureada trayectoria internacional, fue dirigida por Alfredo Soderguit –que también diseñó los personajes–, con guión de Federico Ivanier y Germán Tejeira, dirección de arte de Sebastián Santana y dirección de animación de Alejo Schettini.

Artículos relacionados