Es más de lo que puedo decir de muchos libros - Semanario Brecha

Es más de lo que puedo decir de muchos libros

La novela “Cordón Soho”, de Natalia Mardero, es un homenaje a la música como motor y purga de las emociones, pero además arrastra una ironía leve sobre el paisaje y la idiosincrasia cultural de un viejo barrio gris que ha despertado al ruido de boliches frecuentados por veinteañeros en busca de su independencia.

Es cierto, la palabra “honestidad” es un incordio cuando se trata de literatura. Pero aun cuando convenga apoltronarse en la vieja, cómoda y robusta “verosimilitud” –algo que esta nouvelle cuida y consigue–, hay algo en ella que trasciende ese concepto y clama por alcanzar una sustancia afectiva parecida a la “sinceridad” o, por decirlo de otro modo, un “humor” o un “afecto” sostenido, precisamente, en la falta de afectación literaria y en una interlocución directa, lo menos mediada posible, con el lector. Un lector al que el narrador/a hace ingresar a su universo endogámico y doméstico con cuidado anfitrionismo: tomándolo de la mano y guiándolo en las páginas como si se tratara de caminar en medias por un parquet resbaloso, y cuando se busca hacer del lector un par, uno más entre los suyos, un nuevo amigo. El recurso a la empatía o la complicidad cultural –condición privilegiada de la protagonista de la historia para establecer vínculos–, procede también entre narrador y lector. Es como si Mardero acordara junto a éste la sintonización de un dial, incitando de entrada a compartir un mismo –malo, bueno o regular, pero claro– surco literario y que ya nadie venga a molestar con expectativas frustradas (hay que reconocer que la tal sintonización del dial constituye un ejemplo rematadamente vetusto para mentar una nouvelle o novela corta que invita desde la primera página con una “banda de sonido” del libro “disponible en Grooveshark.com.”).

Acaso sea eso, la inclinación por los set list, el cultivo del listado y la clasificatoria cultural en general para discernir entre amigos y ajenos, sumado a la deliberada levedad pop de cuño adolescente con que se narra esta suerte de comedia romántica agridulce, lo que atrae de Alta fidelidad, la ahora olvidada y en su momento muy popular novela de Nick Hornby, y con la que, como sucede en este caso, se pasaba un muy buen rato del que se salía ileso y sin reproches. Billy Idol, Cassius, The National, The Head and the Heart, Fun, Bruce Springteen, Moby, Beck, Radiohead, Des’ree, Katrina and the Waves, Ryan Gosling, The Magnetic Fields, Feist y Yeah Yeah Yeahs, son apenas los registrados en la lista explícita al inicio del libro, pero el lector puede hacer sus propios sets, ya que la novela es, entre otras cosas, un homenaje a la música como motor y purga de las emociones y está poblada de marcas en ese sentido.

Antes de sucumbir a la glosa del argumento y sus implicancias, quizás sea productivo detenerse en el título de la novela. Si cabe, Cordón Soho arrastra una ironía leve sobre el paisaje y la idiosincrasia cultural de un viejo barrio gris que ha despertado al ruido y la brillantina cultural de un rosario de boliches frecuentado por veinteañeros en busca de su independencia (económica y existencial), y profundamente preocupados por la pertenencia identitaria y una forma de comunión estética, para el caso la que toca a una cierta burguesía culta y de clase media. He aquí el Palermo Soho escala Montevideo, sonríe de lado Mardero mientras juega a creérselo. Y es precisamente ese el acotado paisaje físico y humano en donde se jugará la historia.

Valentina es una joven (20 y largos años, quizás 30, no más) que comparte apartamento con su amiga Tati (más tarde se integrará Dora, una gata que vendrá a completar la idea de “familia”: las biológicas figuran como marginales en el libro; son las que logra la amistad las que la novela se dirige a cultivar). Valentina y Tati sostienen una forma de amistad lisa y profunda, crasamente doméstica y sobre todo leal, amistad a la que con alguna salvedad es posible emparentar con las buenas e incondicionales relaciones que consiguen algunos hermanos. De hecho, además de a la música, la novela rinde tributo a la amistad, y lo hace, como era esperable, por boca de un ícono cultural a la medida de lo que de desafiante hay en este libro. La del garbo insolente parece haber sido llamada a proteger supersticiosamente las páginas: “It’s the friends you can call up at 4 am that matter”, previene Marlene Dietrich en el epígrafe escogido por Mardero para alumbrar su historia.

De regreso a Valentina, la protagonista, habrá que consignar que se gana la vida en una agencia de publicidad que le demora el salario, y que pese a ello se las ingenia para sostener una vida distinguida por tostaditas con palta, Campari, vinos finos y un holgado acceso a la última tecnología y el consumo cultural. Sus rutinas son de tiro corto; de la agencia al apartamento y, por las noches, la ronda de rigor junto a un reducido y apretado grupo de amigos por boliches que alternan el viejo tufo del Cordón original con los nuevos antros suciamente glamorosos donde es posible seguir a algunas bandas o abrirle paso a las pistas de baile. Si bien hay borracheras y resacas, cervezas calientes, porro o “tripas”, el pequeño retazo de tela generacional que esta novela recorta se lastima con prudente elegancia, bien lejos de las autodestrucciones orgullosamente épicas de los ochenta e incluso del berreado vacío de los noventa, a quien Mardero ya se había encargado de sacudir en Posmonauta (2001), su primer y premiado libro.

En el corazón de esta comedia agridulce –hilvanada con base en diálogo coloquial y prosa concisa, inmediata, invisible, sin demasiado recurso a la metáfora– hay una historia de amor (o desamor): la relación lésbica, asimétrica, apasionada y sufriente entre Valentina y Carolina, esta última narrativamente resuelta en esa suerte de imán en que suelen convertirse quienes complacen su ego en los enredos del hasta aquí y no hasta allá y se solazan en los celos de varias presas simultáneas. Pero además, y a un paso, está Pablo, el otro cortejante de Valentina, compañero de trabajo de trabajadísima estética y una oportunidad de amar un poco más estable pero afectivamente forzada o indecisa. No puedo afirmarlo con rigor, pero posiblemente Cordón Soho sea la primera novela uruguaya en que el lesbianismo y la bisexualidad, como el devaneo entre ambas cosas, tome parte natural de una historia de amor, sin énfasis ni subrayado alguno en términos de “lo otro” o “lo diverso”. También resulta craso el fetichismo de orden estético que registra la mirada de Mardero: un estado de permanente alerta a la belleza legitimada en el seno de una cierta complicidad cultural, y que no esconde su sumisión a la tendencia, a la moda, al lenguaje del objeto y de su estatus. Algo que la opción gráfica de la tapa del libro refrenda.

Mardero se ha atrevido con una historia de amor, lo que no es poco. Y si bien su imaginación literaria no intenta ni consigue el peso de una conmoción estética, el libro termina por abrir en el lector una simpatía incómoda. Un libro modesto, ingrávido, y por momentos narrativamente ingenuo, donde es posible probar el sabor de la honesta, verdadera ternura.

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