“Fuimos la continuidad de la CNT” - Semanario Brecha

“Fuimos la continuidad de la CNT”

Richard Read fue uno de los fundadores del Plenario Intersindical de Trabajadores (Pit), aprovechando los resquicios que se abrieron en el tramo final de la dictadura, en noviembre de 1980, tras la derrota en el plebiscito donde triunfó el No frente al planteo de reforma constitucional propuesto por los dictadores.

Acto 1° de mayo de 1983

—¿Cómo se comenzó a gestar la organización sindical en pleno período dictatorial?

—Después del plebiscito del 80 la gente percibió que se había roto con una lógica de años atrás. Un antecedente fueron las comisiones por el No que se instalaron en varios lugares, lo que habilitó el intercambio y que nos fuéramos conociendo. El miedo persistía, y sin duda que era justificado. Pero teníamos un ejemplo, Aebu mantuvo su local abierto todo el período de la dictadura. Fue un cobijo para muchos que estábamos en el inicio. Allá por setiembre u octubre de 1981 sale en la prensa que la dictadura, producto de toda la presión internacional que se venía haciendo desde fuera, principalmente del coordinador de la Cnt y las organizaciones internacionales, habilitaría la formación de sindicatos, con un envoltorio llamado “asociaciones laborales”. La ley era la 15.137 y permitía asociaciones de primero, segundo y tercer grado. El primero era el sindicato de fábrica, segundo la federación y tercero una central. Lo estudiamos en la Pilsen. Yo no conocía a nadie, ni tenía experiencia anterior. Nadie nos daba respuesta. Fuimos a la Jefatura (de Policía) como tres o cuatro veces. Hasta que un día una mujer policía, que trabajaba en Prensa, por la calle San José, me dice a mí y al “Chato” Giménez, que iba conmigo: “Miren, muchachos, yo no entiendo nada, por qué no van hasta Aebu, que ahí les van a decir todo”. Fuimos hasta allí y nos encontramos con el “Lalo” Fernández, el “Purrete” Antognaza y la gallega Carmen (hoy fallecida). Conversamos, nos pusimos al tanto y comenzamos los trámites. Previamente se hizo una asamblea constitutiva del sindicato de Pilsen, el 7 de febrero de 1982. A esa asamblea fueron 137 compañeros, el 12 por ciento del personal, y en los trámites nos acompañaron el doctor Ruben Caggiani, viejo abogado laboralista, y también el Pepe D’Elía. Logramos la aprobación. Después nos juntamos con Víctor Vaillant, Ernesto de los Campos y Enildo Iglesias, que militaban en una organización que se llamaba Centro de Estudios Sindicales, donde también estaba el Pepe D’Elía. Por otro lado nos enteramos de que también en el Círculo Católico se había formado un sindicato, que en la Unión de Bancos del Uruguay (Ubur) ocurría lo mismo con el protagonismo de Juan Pedro Ciganda, y que en la Onda estaban por formar su gremio. Paralelamente, en la Asociación Sindical del Uruguay (Asu), de la calle Rodó, con la ayuda de Mitil Ferreira y Ruben Márquez se habían organizado los trabajadores de Funsa e Inlasa. Comenzaron los contactos, hasta que un día nos juntamos todos en Asu. A los ya mencionados se agregó la gente del tabaco, trabajadores de los frigoríficos y los maestros, que daban los primeros pasos para organizarse. La siguiente etapa fue reunirnos en Aebu y formalizar la coordinación. En abril de 1982 se resuelve solicitar autorización para hacer el Primero de Mayo. Nos dicen que no y se termina haciendo una reunión en Conventuales, duramente reprimida por la dictadura. Seguimos todo 1982 con reuniones. El 6 de diciembre se reprime una olla popular instalada en Funsa. En Pilsen, el 7 de ese mismo mes, hacemos la primera movilización en la calle, con más de 700 compañeros, en Agraciada y Entre Ríos, y fuimos detenidos varios tras dura represión. Ya funcionábamos como Plenario, y en febrero de 1983 resolvimos volver a pedir permiso para realizar el Primero de Mayo.

—¿Cuál era la relación con los dirigentes de la Cnt en el exilio? ¿Se sentían parte de una organización ilegalizada por la dictadura?

—Teníamos bien claro que éramos la continuación de la Cnt. Yo ya había tenido vínculos con los compañeros de la Convención en el exterior, con Carlos Bouza y el “Yuyo” Melgarejo en España, luego con Ricardo Vilaró y Daniel Baldassari, que estaban en Holanda. Quedaba claro que no había ni una contradicción de clase ni generacional, y los compañeros de la Cnt nos dijeron: “Ustedes son los que mandan, son los que están allá, los que organizan, ustedes son los representativos, ¿qué hacemos nosotros para ayudar?”. Ahí comenzó todo un trabajo conjunto, que termina con Ciganda y yo viajando a la Oit en 1983. En tanto, en 1984 seguíamos como Pit y ya funcionábamos con Secretariado y Mesa Representativa.

En medio de esas conversaciones llegó el primer acto masivo…

—El Primero de Mayo de 1983 fue una sorpresa para todo el mundo, también para nosotros. Andrés Toriani, Carlos Perey­ra, Óscar Groba, Víctor Semproni y yo fuimos a hablar con el coronel Varela para solicitarle el permiso. Nosotros habíamos pedido en primer lugar Agraciada (hoy Libertador) y Colonia, una segunda opción nuestra fue Agraciada y La Paz. Nos citan un día y nos encontramos con la sorpresa de que autorizaban el acto. Nos indican que el lugar debía ser el Palacio Legislativo, mirando hacia General Flores. Ahí estaba la picardía de la dictadura, subestimó al pueblo uruguayo. Pensó “a estos no los conoce nadie, van a tener poca prensa, e irán tres o cuatro mil personas”, con lo cual el acto pasaría desapercibido. Para nosotros fue una responsabilidad enorme, tuvimos mucho apoyo de los estudiantes de Asceep y también de los de secundaria. Cientos salieron a la calle a pedir diez pesos de aquella época, teníamos que pagar todo y no teníamos un peso. Funsa y Foeb se encargaron de la parte de seguridad y estrado, otros compañeros tenían otras tareas, el lugar de concentración era el local del sindicato del tabaco, ahí en Batoví. A las 13 estaba todo pronto, como siempre los choriceros y tortafriteros habían llegado temprano, pero gente ninguna. A las 13 y 15 había un puñadito de los sindicatos nuestros. A las 13 y 40 empezó a llegar gente, y entre esa hora y las 14 y 15 se llenó. Los cálculos iban de 100 mil a 140 mil personas. Esa fue una marca de juego y de ahí en adelante lo que quedaba era preguntarse cuándo iba a caer la dictadura, porque existía un pueblo silencioso, rebelde, que buscaba canalizar en organización su rechazo.

—¿Cómo se produjo la amalgama para que el Pit-Cnt fuera la continuidad de la central fundada 50 años atrás?

—Mil novecientos ochenta y tres fue de crecimiento de los sindicatos, y el paro del 18 de enero de 1984 una gran demostración de fuerza. A esa altura funcionaban una Mesa Representativa (integrada por las federaciones) y un Plenario compuesto por los sindicatos de base, que en ese momento llegaban a 164 organizaciones.

En octubre de 1984 se hace una reunión en Buenos Aires de todo el coordinador de la Cnt con el Pit. Vamos todos para allá, junto con D’Elía, y ahí se sella la unidad y se le pone el nombre de Pit-Cnt. Llegan las elecciones, comienza el retorno del exilio y empiezan a salir los presos. Se había acordado que la lucha no era generacional, y que la integración iba a ser gradual. Tengo una interpretación personal de que en algunos gremios hubo desplazamientos y se instalaron los veteranos. En el caso de la bebida se trabajó distinto, y yo llevo casi 35 años en la dirección de la Foeb.

En el congreso de 1985 hubo un momento crítico.

—Habíamos confiado en que sería el congreso de la unidad y nos encontramos con actitudes, para nosotros, reñidas con ese concepto. Pasó lo que pasó, no supimos encontrar las coincidencias, más bien profundizamos las diferencias en esas horas, por lo cual se produce el retiro de 505 delegados. El problema arrancó porque no se le permitió, arguyendo problemas estatutarios, el ingreso a Utaa y al sindicato de profesores, donde estaba el “Pájaro” Vilaró, cuando habíamos acordado que sí. Se abre el debate con dos argumentaciones por cada lado. Se vota a mano alzada nominal y ganan los que se oponen al ingreso. Se pica, y termina con el retiro, el sábado por la tarde, de los 505. El congreso sigue como si no hubiera pasado nada, cuando la mitad estaba afuera.

—¿Cómo se resuelve el cisma?

—Ciganda, Toriani y Pereyra se reúnen conmigo al otro día. El lunes fui a hablar con Pepe D’Elía. Empieza a haber reuniones durante una semana y se conforma un nuevo Secretariado provisorio de 18 miembros, nueve de los que se quedaron y nueve de los que se fueron. Ese Secretariado funciona hasta el primer congreso extraordinario, que se hace, al año, en el Palacio Peñarol, donde se arregla todo. Debo señalar que desde el exterior se hicieron esfuerzos, ofreciendo dinero, incluso, para que se formara otra central. Pero primó la unidad.

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Cultura del trabajo

Usted ha señalado varias veces que ha habido cambios negativos en la conducta de los trabajadores…

—La cultura del trabajo se ha perdido en los últimos años. Se perdieron los códigos, los de convivencia, por otros valores producto del consumismo. Las utopías colectivas se trastocaron en objetivos personales e individuales. Eso genera muchos problemas, porque hay una población uruguaya que viene desde hace 20 o 30 años perdiendo el horizonte colectivo. La academia desapareció, y su apoyo a la construcción del pensamiento de izquierda, que fue fermental, hoy no está. Las referencias educativas en el barrio, donde se mamaba sociedad, no están; tampoco en la fábrica. Por tanto, la escala de valores varió en la sociedad. Hay una desidia hacia el estudio, ahí hay una responsabilidad del gobierno, que no hizo una reforma educativa. Desde hace ocho años nuestro sindicato multa a los trabajadores que faltan sin aviso. No corregimos nada, siguen faltando igual. El ausentismo es un problema social.

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