Historias de ayer y de hoy - Semanario Brecha

Historias de ayer y de hoy

Una pareja de pícaros enamorados en pos de una suma que, siglos atrás, les podía asegurar un futuro; dos artistas de variedades en los más que difíciles tiempos de la España de fines del 30, y un ingenuo taximetrista que se encuentra a merced de un par de hermanas decididas a poner en práctica planes delirantes, constituyen los puntos de partida de tres estrenos recientes.

Los burros (Del Anglo), basada en Asinaria, de Plauto, dirigida por Santiago Bentancor, revela casi todo lo que le puede ocurrir a una pareja –y a varios más en derredor– cuando una pequeña fortuna les brinda la posibilidad de que desaparezcan los obstáculos que impiden su relación. Como de pícaros se trata, las triquiñuelas, los engaños y los disfraces se dan cita en una clásica comedia de la antigüedad latina cuyo espíritu la presente versión busca mantener, respetando en buena medida no sólo el lenguaje, sino también los elementos a usar a lo largo de una puesta en la que el aporte de la escenógrafa y vestuarista Beatriz Martínez resulta fundamental. Más allá de alguna caída en el ritmo de la representación, Bentancor acierta a definir los tonos farsescos de un enredo que se apoya en la caracterización de sus actores como importante carta a jugar a lo largo del desarrollo. De ahí que cabe reconocer el aporte de Santiago de María y Verónica Echartea Acosta como los enamorados en cuestión, Hugo Giachino e Ileana López, progenitores que se las traen, Ruben Ratner, en el papel de oportuno mercader, y Pablo Falcón y Anahía Castro, que tienen a cargo las siluetas de los esclavos –a pesar de que no se explique la razón de haber elegido a una actriz para interpretar a Leónidas– que facilitan y, a la vez, dificultan, las vicisitudes de todos los implicados.

¡Ay, Carmela! (La Gringa), del español José Sanchís Sinisterra, con dirección de Paco Sáenz, le vuelve a traer a los montevideanos el magnífico texto que también inspirara una recordada versión cinematográfica de Carlos Saura en 1990. El humor impregna buena parte de un planteamiento que implica las idas y venidas de una astuta pareja de artistas de variedades –Paulino y Carmela– del bando republicano, que, luego de ser capturados por las fuerzas llamadas “nacionales”, se ven obligados a actuar para sus represores. Pero un par de frases y alguna mirada se encargan de comunicarle al espectador que las bromas, los juegos de palabras y los desplazamientos estilo tablado flamenco de los involucrados ocultan apenas el sofocamiento, el pesar y quizás la rebeldía de quienes se hallan a merced de un enemigo que les priva de la libertad que les corresponde en la tierra en que nacieron. Con hábil mano para el despliegue de los dichos que Sanchís Sinisterra pone en boca de sus personajes, el también español Sáenz trasmite a sus actores el ritmo en el decir, los tonos y hasta la pronunciación de buena parte de las exclamaciones de un Paulino y una Carmela que, lejos de caer en las redes de la imitación, se internan en el difícil campo de la identificación con apreciable resultado. La sutil fuerza del texto original, el cabal entendimiento de la dirección con respecto a una historia que desafía a los tiempos y el espacio, y la admirable entrega de Gabriela Iribarren y Gustavo Saffores en dos papeles que calan hondo en la platea, hacen desear que este espectáculo de breve permanencia en cartelera vuelva por sus fueros cuanto antes.

Pequeña pieza psicopática (Platea Sur), de Federico Roca, dirigida por Lucho Ramírez, desde el propio título hace alusión a dos hermanas cuyas ansias exasperadas de disfrutar de una compañía masculina y algo más las lleva a invitar al taximetrista que las transporta a compartir una “velada” en la casa de ambas. La insistencia en agasajar al recién llegado con menudencias comestibles a cada momento, las reacciones y los enfrentamientos que una y otra despliegan frente a éste y demás detalles que cabe no adelantar descubren con rapidez tanto la anormalidad de las anfitrionas como los probables peligros a los que se puede exponer el invitado, constataciones que Ramírez sabe desgranar con los crecientes alocados tonos que corresponden en una puesta que no teme caer en lo disparatado, ya que tal sería el rótulo capaz de definir la conducta de las dueñas de casa. Por cierto que la ausencia de cualquier mayor referencia al naturalismo no implica que cualquiera de quienes se sientan en la platea no se vea un mal día expuesto a tener que enfrentar una situación similar a la que propone Roca con espíritu intrigante, Ramírez recrea con una intención que disminuye apenas hacia el final, y el trío que integran Laura Barboza, Lucía García y Anselmo Hernández saca adelante con la gracia, la energía y, ¿por qué no?, la verosimilitud del caso.

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