¿Intelectuales o incondicionales? - Semanario Brecha

¿Intelectuales o incondicionales?

En Venezuela, las palabras del entonces canciller, Nicolás Maduro, son elocuentes en cuanto a su opinión sobre el ejercicio de pensar: “Hay suficientes temas para dedicarse a trabajar y no a hablar paja, porque hay quienes prefieren ponerse a elucubrar mientras otros nos dedicamos a construir…”.

Max Ernst, “El sombrero ­hace al hombre”

La llegada al poder de Hugo Chávez despertó entusiasmos en organizaciones de izquierda, movimientos populares, intelectuales, profesionales y artistas. A fines del siglo pasado el país arrastraba dos décadas de crisis, y las nuevas elites parecieron traer la energía para remontarla, con su oferta política atractiva e incluyente. La “democracia participativa”, discutida previamente por instituciones y organizaciones de la sociedad, fue asumida por los bolivarianos en su campaña electoral de 1998, quedando consagrada en la nueva Constitución de 1999.

El ascenso meteórico de los nuevos gobernantes los encontró con pocas propuestas acabadas, sabían más lo que no querían que lo que querían. Llegaron ávidos de ideas y abiertos a ensayar innovaciones. Estas circunstancias favorecieron una vibrante dinámica, aunque siempre con tensiones, de múltiples vasos comunicantes entre intelectuales y profesionales venezolanos y foráneos, con diversos sectores del petro-Estado con miras a concebir y poner en práctica novedosas políticas públicas.

Intelectuales de la izquierda internacional venían a Caracas en esos años para contribuir con la profundización democrática planteada. Llegaron a las sesiones de la Asamblea Constituyente para enriquecer los debates que profundizarían derechos de indígenas, mujeres, trabajadores domésticos e informales, para diseñar mecanismos de democracia directa y participativa, y consagrar diversas formas de propiedad, que hicieron de la Constitución bolivariana una de avanzada. El gobierno creó equipos formuladores de políticas novedosas, como la que contribuyó a rechazar la propuesta del Alca, que tuvo impacto en toda Latinoamérica, o la de reforma policial, que contó con la participación intensa de la sociedad. Al culminar su fase de diagnóstico y propuestas, que duró tres años, esa reforma quedó engavetada porque se destituyó al ministro que la impulsaba.

Hacia 2006 la luna de miel había pasado y se hizo evidente un quiebre, que se volvió irreversible en los años siguientes. Chávez lanzó el “socialismo del siglo XXI”, una propuesta no concebida ni debatida por la sociedad. La elaboró y la sometió a referendo popular, pero fue rechazada. Eso no lo frenó, y encontró caminos para continuarla. Para esa fecha, triunfador en el golpe de Estado y el paro petrolero en su contra, ya había subordinado los otros poderes públicos a su voluntad. Aunque afirmaba que ese socialismo estaba por construirse, lo cierto es que la nueva propuesta puso plomo al proceso de cambios que trataba de alzar vuelo en Venezuela.

Cartilla prefijada, personalismo, autoritarismo, obstruyeron los vasos comunicantes entre gobernantes, intelectuales, profesionales. El chavismo fue pauperizando a las universidades públicas, por menospreciar el conocimiento académico y fracasar en hacer que allí formaran su burocracia con perfiles progubernamentales. Creó una Universidad Bolivariana a su medida, donde educa a jóvenes ideologizados y leales que exige como funcionarios públicos. Como resultado, vivimos la emigración masiva de profesionales en busca del futuro que su tierra les niega. Se calcula sobre el millón el talento en todos los campos del conocimiento que ha encontrado otras patrias. Tragedia y rémora que debilita nuestra capacidad de recuperarnos del gravísimo colapso que estamos sufriendo.

El socialismo chavista, lejos de estimular el debate y la creatividad, se encerró sobre sí mismo, replicando los fracasados socialismos del siglo XX, particularmente el cubano, versión tropical del estalinismo. Un episodio que bien ilustra el rol de subordinación exigido a los intelectuales en la nueva etapa sucedió en 2009, cuando el Centro Internacional Miranda (Cim), think tank del chavismo, organizó un evento donde concurrieron unos 35 intelectuales. Surgió el encuentro como respuesta a otro desarrollado días antes por el Cedice, centro que los chavistas consideran de derecha.

Sorprende que, luego de lo ocurrido allí, algunos de los participantes todavía sostengan que el chavismo sea democrático y participativo. Su director, Luis Bonilla, y Juan Carlos Monedero, uno de sus miembros, concibieron el encuentro, no para apoyar al gobierno, pues no hacía falta, eran todos chavistas profesos, sino para discutir problemas que detectaban, con ánimo de contribuir a necesarias rectificaciones. Entre los ponentes destacaban Rigoberto Lanz, Vladimir Acosta, Víctor Álvarez, Eleazar Díaz Rangel, Javier Biardeau, y por supuesto los miembros del Cim, entre otros, Marta Harnecker.

Abrió con una exposición de Monedero, quien luego de las loas de rigor a Chávez, identificó un decálogo de debilidades, comenzando con el “hiperliderazgo” del presidente. Siguieron Acosta y Santiago Arconada en línea similar. Se cuestionó, por ejemplo, la permanencia del clientelismo y del capitalismo y se sostuvo la necesidad de democratizar al Psuv. El evento estaba siendo televisado por el canal estatal, pero cuando Arconada terminó de hablar la trasmisión fue interrumpida.

Al día siguiente, Ana Elisa Osorio, en nombre del Psuv, llegó para conminarlos a bajar el tono. La Presidencia pidió la nómina del Cim, amenazando con despedirlos. Su presupuesto fue drásticamente recortado. Intelectuales latinoamericanos fueron llamados de emergencia por los amonestados para que intercedieran y Chávez, que estaba furioso, no cerrara el Cim, aunque nunca se recuperó de la impasse.

Las palabras del entonces canciller, Nicolás Maduro, son elocuentes en cuanto a su opinión sobre el ejercicio de pensar: “Hay suficientes temas para dedicarse a trabajar y no a hablar paja, porque hay quienes prefieren ponerse a elucubrar mientras otros nos dedicamos a construir…”. Se podría hacer una enorme lista del memorial de agravios que la relación ha producido desde entonces, pues el lugar de los intelectuales en el régimen no es el de reflexionar ni proponer, sino ser piezas de un aparato de propaganda que demuestre dentro y fuera la existencia de un orden político de supuesta felicidad.

Siempre habrá intelectuales que se presten al espectáculo. Algunos llegan invitados por el gobierno con los gastos pagados a jornadas como el Encuentro de Intelectuales, Artistas y Movimientos Sociales en Defensa de la Humanidad, donde proclaman los avances de la “revolución”. En su media hora de fama, los Ramonet, Borón y afines no dejan pasar la oportunidad de expresar su incondicionalidad al hombre fuerte de turno. Pero nadie se engañe, Venezuela sufre el naufragio de un proyecto político que en su momento despertó muchas expectativas, pero que hoy no es más que un mal calco de fracasados socialismos del pasado.

* Historiadora, Cendes-Ucv.

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