La bailarina que pasó por casa - Semanario Brecha

La bailarina que pasó por casa

El cuerpo de una bailarina, tocado por una casa, es un proyector. Lo comprobamos las siete personas que acudimos a la apertura del proceso creativo que la investigadora y docente de danza contemporánea Carolina Besuievsky viene desarrollando en el Museo Casa Vilamajó.1

—¿Qué te trajo a una residencia artística en este lugar?

—En 2014, investigando sobre el principio de incertidumbre y la física cuántica, por un lado, y los procesos de improvisación y composición, por otro, diseñé el proyecto “Cuerpos cuánticos 19-11”, que integra a artistas de distintas disciplinas, matemáticos y biólogos, y me llevó a una primera residencia artística en el chalet modernista Las Nubes, del escritor salteño Enrique Amorim. Allí trabajé con una dibujante y otros dos artistas, durante 10 días, de 10 a 18 horas, procurando responder a la misma pregunta que me hice cuando vine a este espacio: cómo una investigación puede devenir obra. A Casa Vilamajó ya la había visitado y cuando propuse a su comisión responsable, encabezada por la arquitecta Mónica Nieto, trabajar aquí, les interesó sumar una residencia artística a la programación de este centro cultural.

—Residencia que comenzó en febrero y va hasta agosto.

—Ojalá llegue a la primavera, porque si bien acabo de arriesgarme a abrir un proceso de creación al público, me queda mucho por explorar sobre la vida que llevaron aquí Vilamajó, su esposa y su hermana.

—¿Cómo entra, en esto, la física cuántica?

—Por la posibilidad de que dadas dos partículas dentro de un sistema, la modificación en una incida sobre la otra, cualquiera sea la distancia que las separe. Cuando improvisamos, en danza, generamos una relación con quienes están cerca y también, quizás, con alguien alejado.

—En ese marco, ¿qué puede definirse como obra?

—Llamo obra a decisiones coreográficas y de puesta derivadas de un proceso de investigación y no de improvisaciones puntuales. A estos efectos todo lo que compartimos después de la actividad queda incorporado al proceso e influye sobre él. Ahí tenés otro principio de la física cuántica, el observador, en el acto de observar, modifica el objeto. Vos trajiste a Penélope, estoy segura de que de aquí en adelante mi imaginario la reencontrará.

—¿Qué explica que la danza sea un lenguaje apto para interpretar la arquitectura?

—El ser humano afecta y es afectado por los lugares que habita, provistos de memoria. La sensación que me produjo ese estante, cuando me introduje en él, fue la de estar en la exacta posición corporal que adoptaba de niña, cuando viajaba en auto con mis padres; un perfume que olés de pronto y decís: “mi novio de la adolescencia”. En el encuentro con el espacio, el cuerpo crea una realidad. Tanto Amorim como Vilamajó crearon formas de habitar, aparte de diseñarse sus casas. Mi padre, arquitecto, también.

—Ah, venís de cierta pertenencia.

—Mi madre también era arquitecta y mi hermana cursó cuatro años de arquitectura, pero no fue mi familia la que me inclinó hacia los espacios, sino la danza. Me atrae tanto el espacio físico como el que hay entre mis huesos, entre huesos y piel, entre yo y el otro.

—La improvisación es un desafío adicional a la construcción de un relato corporal apropiable por el otro.

—El cuerpo propone desde la escucha y la flexibilidad hacia el prójimo, sin verdades a priori, abierto a impulsos internos y externos, y a decisiones siempre negociables, siempre provisorias. Ese diálogo, para mí, ya es apropiación de doble vía.

—¿Ese nivel de abstracción ha producido, en algún momento, sensaciones culposas con respecto a la accesibilidad del espectador?

—No lo tengo claro.

—¿Cómo lo sentís?

—No siento que sea un asunto de coreografía versus improvisación, o anécdota versus metáfora, la pregunta, a mi entender, es cómo conectar el momento escénico, por naturaleza efímero, con sus destinatarios.

—¿Por qué optaste por la danza contemporánea?

—Empecé a bailar a los 5 años y tengo unos cuantos (risas).2

—Habrás comenzado con ballet.

—No, contemporánea, en la escuela de Hebe Rosa. Eran momentos en que las familias intelectuales de izquierda, como la mía, te surtían de actividades: guitarra, gimnasia, danza, inglés, francés; siempre fui muy física, jugaba a fútbol, hacía gimnasia olímpica. Estuve en la escuela de Hebe de los 5 a los 17 años, y ya no paré. Fundé e integré grupos importantes en nuestro medio, anduve por Nueva York y Europa, construimos, con colegas queridas, espacios de práctica y discurso teórico. Hoy vivimos otro momento, en los cuerpos y en la movilidad; pasamos del predominio de grupos a la elección de bailarines y coreógrafos para proyectos puntuales, y cruces y combinaciones a distintos niveles.

—Ganaron libertades.

—Muchas, Hebe Rosa no nos permitía tomar clases en otras academias.

 

  1. Reflejo de un encuentro/apertura de proceso de creación, actividad performática realizada por la artista en el Museo Casa Vilamajó, acompañada por la bailarina Cecilia Ivanier, el miércoles 10 y el sábado 13 de mayo de 2017, en el marco de la V edición de Montevideo + Museos, que comenzó el 8 y va hasta el 28 de mayo.

 

  1. Carolina Besuievsky nació el 22 de octubre de 1965 en Montevideo. Creadora y bailarina del grupo Babinka, integró durante 11 años el grupo Contradanza, dirigido por Florencia Varela. Trabajó en Estados Unidos, España, Francia, Brasil, Argentina, Perú, Venezuela, Chile y México; en 2006 obtuvo el premio Florencio Revelación por la autoría del espectáculo para niños Finita, un cuento bailado, y en 2012 una beca del Fondo de Estímulo a la Creación y Formación Artística (Fefca), del Ministerio de Educación y Cultura. Es docente de danza en la Escuela Multidisciplinaria de Arte Dramático (Emad) y la división contemporánea de la Escuela Nacional de Danza del Sodre.

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