La bolilla que faltaba - Semanario Brecha

La bolilla que faltaba

Dos nuevos ataques en Estados Unidos metieron al terrorismo en medio de la polémica electoral, a menos de siete semanas de las presidenciales. La calma de Clinton quizá sugiera una política más práctica, pero la constante apelación al miedo que puntea el discurso de Trump luce como más atractiva para los votantes desconcertados.

Dibujo: Ombú

El sábado 17 una bomba de fabricación casera estalló en Seaside Park, Nueva Jersey, en la ruta por donde debía pa­sar una carrera organizada por la Infantería de Marina. Nadie resultó herido. Al caer la no­che, una explosión en el barrio de Chelsea, en Manhattan, hi­rió al menos a 29 personas, y a pocas cuadras se encontró otro aparato explosivo, armado con una olla de presión similar a las bombas que en abril de 2013 mataron a tres personas e hirie­ron a casi 300 en la maratón de Boston. Más tarde, en la noche, dos individuos que andaban re­volviendo basura encontraron una bolsa abandonada cerca de la estación Elizabeth, de Nueva Jersey, y cuando descubrieron artefactos llamaron a la policía. Las autoridades usaron un ro­bot para inspeccionar los apara­tos: uno explotó y otros cuatro fueron recogidos enteros para beneficio de los investigadores.

Poco después del anoche­cer, 2.030 quilómetros al oes­te, Dahir Adan, nacido en Ke­nia, de 22 años y miembro de la comunidad de inmigrantes somalíes en esa ciudad de 66 mil habitantes de Minnesota, la emprendió a cuchilladas contra clientes del centro comercial Crossroads. El ataque dejó siete hombres y tres mujeres heridas, y cesó cuando un policía fuera de turno mató a Adan a balazos.

El jefe de policía de St Clo­ud, William Blair Anderson, di­jo que el individuo había pre­guntado al menos a una de las víctimas si era musulmana, e hizo una referencia a Alá. Los medios de propaganda en In­ternet del Estado Islámico di­fundieron al día siguiente un mensaje en el cual describieron a Adan como “un soldado del Estado Islámico que llevó a ca­bo la operación en respuesta a los llamados para atacar a los ciudadanos de los países que forman la coalición de la cru­zada”. El Buró Federal de In­vestigaciones sigue averiguan­do si Adan tuvo contacto con los jihadistas.

Adan, quien llegó a Esta­dos Unidos a los dos años de edad, no tenía antecedentes de crímenes violentos y había sido un buen estudiante, tanto en la escuela secundaria Apollo co­mo en la universidad estatal de St Cloud. Tan normal y adapta­do lucía que con su empleíto de tiempo parcial en la agencia de vigilancia Securitas había aho­rrado para comprarse el IPhone 7 recién lanzado al mercado, y por el aparatito fue al centro co­mercial Crossroads.

Pronto, y con la ayuda de las cámaras de vigilancia aho­ra casi omnipresentes en las ciudades estadounidenses, las autoridades identificaron co­mo sospechoso por las bom­bas en Nueva York y Nueva Jersey a Ahmad Rahami, na­cido en Afganistán en 1988, quien vino a Estados Unidos en 1995, varios años después de que su padre llegara soli­citando asilo. En 2011, Raha­mi adoptó la ciudadanía es­tadounidense. El lunes, tras un breve tiroteo en el cual un policía resultó herido, Raha­mi fue detenido. Las autori­dades dicen que hace cinco años pasó semanas en Kanda­har, Afganistán, y en Quetta, Paquistán, donde medran Al Qaeda y los talibanes. Hasta ahora, ni el Estado Islámico ni Al Qaeda han reivindicado a Rahami como un “soldado”.

No hay indicios de que ambos ataques hayan estado conectados, pero su simulta­neidad metió al terrorismo en medio de la polémica electo­ral, a menos de siete semanas de las presidenciales de Esta­dos Unidos.

La candidata demócrata, Hillary Clinton, reiteró la po­lítica del gobierno del presi­dente Barack Obama: la lucha contra el terrorismo es asunto prioritario para todos los paí­ses, pero la acción de algunos individuos no debe convertir­se en condena para todos los inmigrantes y todos los mu­sulmanes.

El candidato republicano, Donald Trump, reiteró su de­magogia: la nación está ase­diada por inmigrantes y terro­ristas musulmanes, y el peligro que presentan para los estado­unidenses se ha agravado por las políticas fallidas de Obama y Clinton.

La calma de estadista de Clinton quizá sugiera una polí­tica más práctica, pero la cons­tante apelación al miedo que puntea el discurso de Trump luce, al menos por ahora, como más atractiva para los votantes desconcertados.

LOBOS SOLITARIOS. Los ser­vicios de seguridad aplican la denominación de “lobos terro­ristas” a los individuos que, sin una vinculación obvia con organizaciones internaciona­les, de pronto cometen actos de violencia como los del fin de semana. En la categoría en­tran incidentes como el ataque en Orlando, Florida, que dejó 49 muertos en un club de ho­mosexuales –la peor matanza en la historia moderna de Esta­dos Unidos– y el asesinato en Inglaterra de Jo Cox, una polí­tica en campaña contra la sali­da del Reino Unido de la Unión Europea.

Brian Phillips, un profesor en el Centro de Investigación y Enseñanza de Economía de Ciudad de México, realizó una comparación de los ataques perpetrados entre 1970 y 2010 por organizaciones terroristas y por “lobos solitarios” en 15 paí­ses, en su mayoría de Europa y América del Norte. “Histórica­mente, en números crudos, los grupos terroristas han matado mucha más gente que los ata­cantes solitarios”, señaló Phi­llips en un artículo publicado por The Washington Post. “En Estados Unidos, sin embar­go, los ataques individuales son, habitualmente, más leta­les. Una razón es que los gru­pos tienen más dificultades pa­ra atacar aquí. Las tecnologías muy avanzadas antiterrorismo, como la vigilancia de llamadas telefónicas y los mensajes en Internet, son probablemente las que hacen que sea más difícil la acción del terrorismo organiza­do en este país.”

Por su parte, Jeffrey Simon, quien disertó sobre ciencias po­líticas en la Universidad de Ca­lifornia y es autor del libro Lo­ne Wolf Terrorism, recordó que los ataques de “lobos soli­tarios” trascienden las diferen­cias políticas y religiosas.

Así, por ejemplo, el ex sol­dado Timothy McVeigh, vincu­lado con grupos paramilitares de supremacía blanca, mató a 168 personas e hirió a 680 con una bomba que estalló frente a un edificio federal en la ciudad de Oklahoma en 1995. El “lobo solitario” antislámico Anders Breivik detonó una bomba en Oslo y luego fue a una isla en la cual mató a 77 personas, en su mayoría jóvenes que concu­rrían a un campamento de vera­no del partido socialdemócrata.

“Lo que hace que los lo­bos solitarios sean tan peligro­sos es su habilidad para inven­tar”, escribió Simon. “Dado que operan por sí mismos, no hay presión de grupo o un pro­ceso de toma de decisiones co­lectiva que puedan constreñir la creatividad. Los lobos solita­rios tienen libertad para inven­tar su escenario. Esta libertad ha resultado en algunos de los ataques terroristas más imagi­nativos. Por ejemplo, los lobos solitarios llevaron a cabo el primer ataque con un vehículo cargado de explosivos en 1920; la primera explosión mayor de una bomba en un avión en vue­lo en 1955, la primera piratería de un avión en 1961, el primer envenenamiento de un produc­to en 1982, y el ataque con car­tas contaminadas con ántrax en 2001.”

La historia de los “tira­bombas” anarquistas desde la segunda mitad del siglo XIX hasta la segunda década del si­glo XX brinda un antecedente comparable. Los ataques, mu­chos de ellos perpetrados por individuos dispuestos a morir como los “mártires” islámicos del presente, sembraron páni­co, llegaron al magnicidio y en un caso –el asesinato del archiduque Francisco Fernan­do de Austria en 1914– sirvió de detonante para una guerra mundial. Pero los terroristas por cuenta propia nunca han derribado un gobierno ni han generado o enriquecido un movimiento político. En el te­rreno político, los “lobos so­litarios” más bien han servido para justificar el endureci­miento de la represión exten­dida, por gobiernos oportunis­tas, a otros segmentos de la oposición que quizá no com­parten la ideología terrorista.

En las próximas siete se­manas, la bolilla del terrorismo solitario, si se repite, bien po­dría dar los números ganadores al candidato que promete ma­no dura.

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