La colosal ausencia de humanidad - Semanario Brecha

La colosal ausencia de humanidad

Con una impronta austera que recuerda la de los realizadores rumanos, con conflictos rutinarios, lecturas de actas públicas, cierto humor solapado y tomas largas y reposadas, en “Leviatán” se refuerza la idea de que somos testigos de un auténtico retazo de vida, una realidad irrefutable.

Leviafan. Rusia, 2014.

El Leviatán es un monstruo marino presente en las cosmovisiones cristiana y hebrea, a veces descripto como una serpiente de mar, a veces como un cocodrilo gigante. Asociado con Satanás, se habla de una criatura nefasta de una capacidad destructiva ilimitada, terror de los mares y de las costas.

Pero en esta película1 el monstruo está muerto, la imagen de una gran osamenta encallada en las costas del Mar Báltico puede sugerir la idea de que en la Rusia de hoy la bestia ha sido sustituida por otra, mucho más terrible. Luego de los últimos estertores del “norte” comunista, la administración rusa se vuelve sombría, un coloso expropiador que, en su insidiosa red de contactos políticos, policiales, judiciales y religiosos, se vuelve incuestionable, imbatible. Cuando los protagonistas, trabajadores caídos en desgracia pero con una dignidad íntegra, entran en la mira del monstruo, la batalla a librar supondrá una osadía mayúscula; una cruzada difícil de sostener, a pesar de que un abogado, amigo íntimo del protagonista, posea un grueso legajo de pruebas que jueguen a su favor. El más sorprendido en esta contienda es un representante del ayuntamiento, un corrupto bien contactado que, cual niño caprichoso, se vincula mediante amenazas y no tolera el desacato. Este personaje encarnará brillantemente un poder absurdo, chapucero y patético, que no por ello deja de ser devastador.

Los grandes directores del cine social saben presentar ficciones cuyos puntos de contacto con la realidad resultan verosímiles no sólo en la puesta en escena y en su ambientación, sino que además contrabandean sutilmente datos conocidos por todos, sea porque representan problemas coyunturales y globales o porque los oímos resonar en las noticias. Aquí la existencia de un poder imbatible, el capitalismo salvaje embanderado de “progreso”, supone el desastre para quienes corren con la desgracia de cruzarse en su camino.

Con una impronta austera que recuerda la de los realizadores rumanos, con conflictos rutinarios, lecturas de actas públicas, cierto humor solapado y tomas largas y reposadas, se refuerza la idea de que somos testigos de un auténtico retazo de vida, una realidad irrefutable. La mirada del gran director ruso Andrei Zvyagintsev (El regreso, Elena), libre de retóricas simples y músicas dramáticas, se vuelve terrible en su ascetismo y alcanza un auténtico clímax cuando una pala mecánica irrumpe en la quietud del hogar que el protagonista construyó: la falta de respeto última, la violación más infame a la intimidad, la inhumanidad llevada hasta límites insospechados. En su simpleza pero con una gran profundidad conceptual, esta superficie realista, nítida y calma, en las que los parajes gélidos y desolados y un vacío sepulcral sustituyen a la presencia humana, vuelve inolvidable la sucesión de imágenes, como si se tratara de un mal sueño o, directamente, de una pesadilla.

1. Leviafan. Rusia, 2014.

https://youtu.be/EEcEehBcQRY

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