La dama y el insomne - Semanario Brecha

La dama y el insomne

No parece fácil construir una historia con cierto crecimiento en torno a un personaje monolíticamente introvertido, cuya depresión constante no es, además, explicada en ningún momento. Pero es lo que intenta el director Pierre Salvadori, poniendo en el centro a Antoine (Gustave Kervern), un músico que no puede dormir y vive entonces en estado de somnolencia perpetua.

"Dans la cour"

Antoine, que deja su banda y se sumerge en el trabajo manual y social de conserje de un viejo edificio parisino, será el personaje pivote, el hombre siempre presente ante el cual aterrizan los temores y manías de todos los vecinos. Como si su inexpresividad se constituyera en la superficie perfecta en la que pueden reflejarse todos los demás, y su pasividad el recipiente perfecto para la voluntad de los demás. El edificio en cuestión está organizado en torno a un patio al que se abren todos los departamentos, lo que replica espacialmente el lugar que ocupa el despeinado, robusto y siempre en babia Antoine. Entonces aparecen distintos personajes que se contraponen entre sí, pero encuentran comprensión “más bien forzada, más derivada de su incapacidad de negarse que de una atención verdadera” en el conserje. Un ruso perteneciente a una secta (Oleg Kupchik) con su enorme perro, un drogadicto ex jugador de fútbol que acumula bicicletas en el patio (Pio Marmai) y gracias al cual Antoine se reencuentra con el consumo de cocaína y heroína, un pesado que está siempre buscando las infracciones que cometen los demás vecinos (Nicolas Bouchard), un matrimonio de jubilados compuesto por un hombre de sentido práctico (Féodor Atkin) y Mathilde (Catherine Deneuve), que se dedica a una especie de trabajo social de manera casi compulsiva.

Con estos elementos se va hilvanando algo así como una comedia un poco absurda, un poco amarga, porque en ese patio abundan las manías y brilla por su ausencia la alegría, en cualquiera de sus formas –las flores que planta Antoine sólo al final mostrarán sus colores–. El desarrollo narrativo implica un crecimiento de esas manías en todos los personajes, aunque es Mathilde quien concentra un proceso por el que su compulsividad algo cómica del principio se va transformando en conducta obsesiva, a partir de una grieta que descubre en su departamento y que la sumerge en una apocalíptica investigación sobre los suelos en los que se asienta ya no sólo su edificio sino todo el barrio. Eso la va aislando de su marido y sus vecinos, y el callado Antoine es el único refugio en ese estado de miedo y melancolía, cortado con súbitos arranques de agresividad, como cuando visita la que fue la casa de su niñez. Ya decididamente los toques de humor y costumbrismo quedaron atrás, y la película desemboca en una suerte de drama sacrificial que desacomoda al espectador, aunque “acomoda” a los distintos personajes en un resignado equilibrio. Con todos los despistes y desacomodos, la película de todas maneras se sostiene por el carisma de sus dos protagonistas. Kevern compone a un pánfilo de lo más entrañable, y Deneuve, aun en un papel desprovisto de glamur, sigue siendo una presencia capaz de imantar la pantalla.

Dans la cour. Francia, 2014.

https://youtu.be/XrTNiOn14gw

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