La importancia estratégica de la inclusión de los derechos sexuales y reproductivos en el proyecto de la izquierda latinoamericana - Semanario Brecha

La importancia estratégica de la inclusión de los derechos sexuales y reproductivos en el proyecto de la izquierda latinoamericana

Los derechos sexuales y reproductivos son derechos humanos de segunda generación. Éstos fueron proclamados y sistematizados en la Conferencia de Población y Desarrollo de El Cairo en 1994. Estos derechos intentan asegurar aspectos fundamentales que hacen a la vida personal de los seres humanos en lo relativo a su sexualidad y su reproducción… nada menos.

Sumariamente son: 1) el derecho a la sexualidad libre, placentera y responsable; 2) el derecho a definir si se tiene descendencia y de qué manera; 3) el derecho a la maternidad sin riesgos; 4) el derecho a la interrupción del embarazo en los casos previstos por las leyes (en este tema la conferencia de El Cairo prevé que, con independencia de las leyes de cada país, siempre se tiene el derecho al asesoramiento comprensivo y confidencial por parte del personal de salud, lo que constituye el antecedente del modelo uruguayo de reducción de riesgos y daños denominado “Iniciativas sanitarias contra el aborto provocado en condiciones de riesgo”); 5) el derecho a los servicios para asegurar el acceso a todos los derechos sexuales y reproductivos; 6) el derecho a la información sobre éstos.

Como toda construcción del sistema de las Naciones Unidas, el establecimiento de estos derechos fue fruto de una ardua negociación no exenta de presión, tanto desde los activos movimientos feministas y de mujeres de entonces como de las fuerzas conservadoras y reaccionarias, lideradas, como no podía ser de otra manera, por un gobierno sin mujeres: el del Estado Vaticano.

POR LA POSITIVA Y POR LA NEGATIVA. En América Latina y el Caribe, la región más desigual del mundo, la agenda de los derechos sexuales y reproductivos es, inequívocamente, una agenda de izquierda, que forma parte de la lucha por la transformación social, hacia una sociedad sin explotados ni explotadores. Esto se puede explicar tanto por los aspectos positivos que facilitan el proceso de izquierda, como por aspectos negativos, que ponen barreras a dicho proyecto.

En primer lugar, por la positiva, el proyecto de izquierda busca concretar el desarrollo social sustentable con justicia, equidad y libertad. Desde esta perspectiva, tiene como fundamento la emancipación de los seres humanos. Emancipación de hombres y mujeres y, en particular, la liberación de la mujer de los estereotipos de género impuestos por la visión patriarcal, conservadora y de derecha. El tema de la diversidad es clave, no es una moda esnob, es una concepción ideológica. Los seres humanos somos diversos por naturaleza, el mercantilismo nos trata de masificar. Sin duda, lograr que las personas puedan elegir qué camino seguir para ser más felices, libres y comprometidas con ellas mismas y con la comunidad, nos hará mejores como sociedad. Permitir y promover esto es también sin duda la preocupación central, en términos humanistas, del proyecto de izquierda, o no seremos proyecto ni izquierda.

Por otro lado, los obstáculos para la inclusión de los derechos sexuales y reproductivos en la agenda de la izquierda pueden analizarse por la negativa, es decir desde las dificultades que se presentan para su concreción. Las causas estructurales de los problemas relacionados con la oposición a que estos derechos se concreten en realidad tangible son, básicamente, las mismas que impiden el desarrollo del proyecto de izquierda. Nos referimos a la promoción de la desigualdad para mantener los privilegios de los poderosos, el incremento de la explotación humana en todos los niveles inimaginables, la sofisticación de los mecanismos de control ideológico, fundamentalmente mediante el bombardeo a la educación participativa y liberadora; en fin, el aumento de la exclusión social basada en la fragmentación y discriminación de los más vulnerados en sus derechos. Es particularmente grave la intersección de las vulnerabilidades y la exclusión en los sectores más carenciados, y se debe advertir que existe una gran hipocresía cuando no se reconoce que los problemas relativos a los derechos sexuales y reproductivos son particularmente acuciantes en las mujeres –y también hombres– pobres y excluidos.

Así entendidas, la defensa y promoción de los derechos humanos, en particular de los sexuales y reproductivos, provocan inexorablemente un enfrentamiento con la derecha y los conservadores, ya que para concretarlos se debe transformar la matriz social que sostiene la explotación capitalista basada en el incremento de la vulneración de los derechos.

EL MUNDO ANTE EL AVANCE CONSERVADOR. En la región nos encontramos en una encrucijada. El advenimiento de la era conservadora, con el gobierno de Trump en Estados Unidos y las señales de agotamiento del modelo redistribuidor progresista y sus crisis sociales concomitantes, son el caldo de cultivo para el crecimiento de las posiciones más retrogradas y conservadoras en términos de derechos sexuales y reproductivos, tanto desde la derecha como, lamentablemente, desde la izquierda regional, realidad a la que no somos ajenos a nivel nacional.

En el mundo las cosas no están mejor. Al contrario. Tanto el fascismo del Estado Islámico, como los avances de los nacionalismos seudoliberales que esconden neofascismos, pasando por la turbulencia y belicosidad de las potencias nucleares, generan un marco de inseguridad generalizado. “A río revuelto, ganancia de pescadores”: ante el miedo, las concepciones fundamentalistas basadas en certezas divinas ganan adeptos, crecen iglesias importadas en la región, a la par que se fortalecen los sectores más retrógrados en el mundo islámico. En los últimos años se consolida una alianza conservadora, que operó y opera a nivel internacional, compuesta por un conjunto de estados ultraconservadores: desde el Vaticano, pasando por los estados islámicos y llegando a países como Rusia, que bloquean todo tipo de avances y propician retrocesos. Tres son los temas principales de la agenda conservadora a nivel global, que se expresaron con singular virulencia en la revisión de los 20 años de los derechos sexuales y reproductivos en la Onu. En primer lugar el aborto, elemento clave en la vulneración de derechos de la mujer para el mantenimiento del poder machista. En segundo lugar el tema de la diversidad sexual, dada la vocación homogeneizadora de estas visiones fundamentalistas. Por último, lo que podríamos denominar la madre de todas las batallas para la herencia conservadora: el rol del Estado en la educación en salud sexual y reproductiva basada en derechos y con perspectiva de género.

La emergencia de los fundamentalismos religiosos hace necesaria la reflexión sobre hasta dónde se puede llegar cuando la conciencia individual es sustituida por la enajenación religiosa, y lo peligroso que puede ser sentirse dueño de una verdad revelada y divina que, de alguna u otra forma, se quiere imponer. Ejemplos notorios son el fundamentalismo islámico, las prédicas intolerantes de sectores evangélicos y hasta la impositiva política de la ortodoxia católica que busca instalar su visión muchas veces de manera irreflexiva y beligerante. La historia está plagada de ejemplos de intolerancia, imponiendo mentiras basadas en fundamentos religiosos sin razones científicas, y que perjudicaron a la humanidad. Ejemplos recientes son, a finales del siglo XX, las campañas hechas por algunos de los más eminentes jefes de la Iglesia Católica Apostólica de Roma en África subsahariana, que coincidieron históricamente con la expansión de la pandemia del sida y que desarrollaron una prédica irreflexiva y antihumanitaria contra el uso del condón –única barrera conocida contra la enfermedad–. ¿Cuánto de esto incrementó la pandemia?, ¿cuánto de esto perjudicó a las mujeres, hombres y niños? ¿Cuánto dolor y sufrimiento llevó a las comunidades? Es difícil de calcular, fácil de imaginar. Menos dramáticos, aunque igualmente graves, son los ataques al Estado laico basados en las concepciones individualistas de los gobernantes de turno; se ataca a la democracia y a la idea de diversidad, de reconocernos parte de una comunidad variada y pletórica de contradicciones que nos impulsa a crecer.

AGENDA DE IZQUIERDA Y DERECHOS. Oponiéndose a este impulso conservador, la libertad de pensamiento, la profundización de la conciencia y el avance y la difusión del conocimiento deben ser los pilares de la izquierda. Ya Karl Marx en el siglo XIX criticaba los fundamentalismos religiosos de entonces con una máxima tajante “la religión es el opio de los pueblos”. No compartimos el extremo de la afirmación, ya que reconocemos la importancia de la religiosidad como una expresión de la espiritualidad universal. Desde esta perspectiva, el respeto entre los seres humanos es probablemente el mayor desafío en este mundo de fundamentalismos irreflexivos que caracterizan esta etapa histórica en la que nos toca vivir. Debemos recordar que los peores conflictos y miserias humanas se desarrollan con el denominador común de la opresión del capitalismo, que considera al ser humano con un modelo uniforme y su trabajo como una mercancía más. Esto fundamenta la opresión de algunos grupos sociales sobre otros. En la base de esta opresión está la consideración más o menos expuesta de la necesidad de tener una sociedad homogénea y uniforme. El “distinto” es un peligro del que hay que resguardarse, este es el lema de la visión conservadora del mundo que permea desde los medios masivos de comunicación y avanza en el imaginario colectivo como una razón natural.

En este sentido la izquierda debe articular su propuesta ideológica y enraizarla con los derechos humanos, y los sexuales y reproductivos en particular, como condición imprescindible para volver a ser creíble y conquistar la amplia alianza que debe generarse desde el bloque social de los cambios. Lo único que han logrado las dubitativas y pusilánimes acciones de la izquierda, cuando se ha opuesto explícita o implícitamente a la agenda de los derechos sexuales y reproductivos, ha sido debilitar el proyecto transformador. Eso ha pasado en varios países de la región, y debemos revertir esta situación.

Desde la izquierda se debe buscar que las personas se emancipen y que tengan a su alcance todos los elementos para tomar las decisiones conscientes sobre su vida. Buscar el desarrollo de la conciencia personal y combatir la manipulación –de todo tipo y signo imaginable– debe ser un sello distintivo de la izquierda.

Nada puede imponerse a la voluntad consciente de las personas, ni religión, ni Estado, ni partido, ni líder… Cuando esto pasa, la religión se transforma en dogma fundamentalista, el Estado en terrorista, el partido en burocracia súper poderosa, autoritaria, y el líder en caricatura de Führer. Cuando cualquier entidad organizacional humana (o “parahumana”, para no denominarla “divina”), y con independencia de sus intenciones, intenta socavar la conciencia individual e imponer una visión a otros, se traspasa una línea sin retorno y comienzan a desarrollarse acciones filosóficamente contrarias a los postulados de la izquierda, aunque, algunos, se escuden en ello para argumentar su autoritarismo.

No se puede subestimar a la gente ni infantilizar sus problemas cotidianos. Confiar en la gente y en su autodeterminación tiene connotaciones ideológicas profundas. Como decía Ernesto Guevara en la publicación “El médico revolucionario”: “La revolución no es, como pretenden algunos, una estandarizadora de la voluntad colectiva, de la iniciativa colectiva, sino todo lo contrario, es una liberadora de la capacidad individual del hombre”.

La izquierda y el proyecto socialista es el único proyecto político emancipador de los seres humanos, de sus proyectos, angustias y felicidades. En este sentido, en el entendido de que la lucha de clases es la que genera las contradicciones principales, no debemos desconocer que la discriminación basada en la concepción patriarcal de género y las barreras a la promoción de los derechos humanos son claves para analizar las diferentes correlaciones de fuerzas en vista de la trasformación social.

Si la conducción histórica fuera un automóvil, el proyecto político de izquierda sería el motor, la trasmisión de la potencia a las ruedas serían la defensa y promoción de derechos, y la carrocería los valores de las organizaciones que, cual vehículo imaginario, buscan tercamente y en cualquier terreno hacer avanzar el vehículo de la historia en dirección al socialismo.

 

 

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