La vida detrás del magnicidio - Semanario Brecha

La vida detrás del magnicidio

Más de 25 años después del asesinato del ex primer ministro de Suecia, el documental “Palme” cuenta como Olof Palme regresaba del cine caminando con su esposa y sin ningún tipo de protección, cuando un hombre se acercó a ellos y le disparó. El mayor trauma social y político de Suecia acababa de producirse.

Olof Palme y Fidel Castro

Palme se inicia con él mismo hablando en un programa de televisión –blanco y negro–, donde le preguntan qué escribiría para su obituario. Con una sonrisa –Palme sonríe mucho, algo que parece ser el común denominador de la mayoría de los políticos, y hasta tuvo que arreglarse los dientes para hacerlo con propiedad, según se verá más adelante–, contesta que cuando se empieza a escribir obituarios para sí la gente deja de hacer lo que tiene que hacer, que la vida es demasiado corta y que mientras se está aquí, lo que importa es “hacer la vida lo más decente posible”. Con un ímpetu colosal y no pocas contradicciones, Olof Palme fue alguien que trató de hacer la vida, la de millones de personas, lo más decente posible.

Vienen luego imágenes correspondientes a su muerte –que el filme retomará otra vez al final– y algunas de las cosas dichas entonces por personajes de la época, entre ellos el inefable Henry Kissinger, tan poco afín al pensamiento del sueco.

Con una enorme cantidad de material de archivo, tanto de registros públicos como privados, con testimonios y reflexiones a cargo de personalidades que conocieron a Palme, sin faltar los correspondientes a su viuda Lisbet y a sus hijos, Lindström y Nycander reconstruyen su peripecia vital, desde el niño demasiado bajo para su edad que tuvo que enfrentarse un día sí y otro también a las burlas de sus compañeros, hasta el político apasionado e incansable que en un tiempo multiplicó la popularidad del Partido Socialdemócrata y en otro tiempo la dejó lo bastante abajo como para que perdiera las elecciones después de más de cuatro décadas. Desde el tipo popular capaz de dialogar con estudiantes y con sindicatos, al hombre odiado por la derecha a extremos tales que implicaban amenazas a él y su familia y maléficos rumores sobre su salud mental. Quizá por considerarlo traidor a su clase: Palme provenía de una familia privilegiada. Una estadía en Estados Unidos, que incluyó un viaje a dedo de tres meses por algunas de sus zonas más pobres y excluidas, fue fundamental para atizar sus deseos de justicia social y su odio por el racismo. Su temprana incorporación al Partido Socialdemócrata, su ascenso fulminante en la jerarquía política, la sucesión de reformas sociales en un tiempo de sostenida prosperidad que juntos dieron lugar al “milagro sueco”, su exposición mediática, su frontalidad para enfrentarse sin guantes de seda a sus adversarios, su disposición –y hasta, diríase, su placer– para dialogar con otros posibles adversarios, como los estudiantes movilizados, componen un cuadro dinámico sobre una personalidad compleja en la que los límites entre el mandato ético y el gusto por el manejo del poder, o por probarse permanentemente a sí mismo, coinciden en un mismo hombre. Uno de los méritos del filme es el encuadre de los avatares del biografiado en su tiempo, dentro y fuera de Suecia, lo que ayuda a redondear este relato múltiple. El de uno de los escasos –si no el único– políticos relevantes de un país occidental que manifiesta junto a los estudiantes contra la Guerra de Vietnam, el mismo que siendo primer ministro critica el bombardeo masivo lanzado sobre ese país en la Navidad de 1972 por Estados Unidos, provocando que el embajador estadounidense fuera retirado de Estocolmo y la oposición alertara sobre cuánto podía afectar ese pronunciamiento la clásica neutralidad sueca. Neutralidad que Palme no antepuso a asuntos que evidentemente eran para él imperativos morales, como sucedió cuando apoyó al embajador sueco en Santiago de Chile, Harald Edelstam, en su protección a decenas de perseguidos por Pinochet, o cuando participa en una marcha por la liberación de España del régimen fascista. Palme también supo tener algo más que fricciones con sectores que antes le eran afines y que él mucho apreciaba, como las elites intelectuales, a raíz de su opinión sobre el uso de la energía nuclear. Este documental es un recorrido apasionante por la vida de un político y un hombre muy especial, y también por años muy especiales, en los que alguien como él pudo ser, a la vez, líder, protagonista y víctima.

1. Kristina Lindström vino a presentar Palme y otras películas del más reciente cine sueco, en el ciclo comenzado ayer en Cinemateca Uruguaya.

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Con Kristina Lindström

 

¿Qué le sucedió, en lo personal, el día de la muerte de Olof Palme?

 

—Estaba durmiendo, y me desperté cuando pusieron el diario en el buzón, con la primera plana que decía: Palme asesinado. Fue una sensación surrealista, como de no creerlo.

 

¿Fue entonces que empezó a pensar en un documental sobre Palme?

 

—No, para nada, yo estaba demasiado en shock, como todo el mundo. Yo soy periodista, y en ese momento lo que urgía era preguntar: quién hizo eso, quién lo mató, por qué. Al igual que con Kennedy, nunca hubo respuesta a estas preguntas.

 

¿Fue difícil encontrar todo ese material de archivo sobre Palme?

 

—No, cuando uno busca en el archivo de la televisión sueca hay como 5.800 rollos con Palme. Sí fue difícil hallar imágenes de su pasado y de su vida privada. Cuando contactamos a condiscípulos de la escuela a la que fue Palme obtuvimos imágenes de su adolescencia, él corriendo, por ejemplo. Lo que se ve sobre el viaje que hizo por Estados Unidos no está basado en material propio sino en imágenes de esa época que buscan recrear el recorrido que él hizo. Sobre lo privado, en los sesenta era muy común en Suecia que la gente se filmara en familia, y supusimos que los Palme también lo habían hecho. Sí lo habían hecho, pero ni sabían dónde lo tenían. Hasta que un día aparecieron con 58 rollos que ni siquiera habían visto en su totalidad.

 

¿Cómo pudieron ordenar todo ese material tan abundante?

 

—Trabajamos con un gran pizarrón con muchos papelitos amarillos que ubicaban lo que pasaba en Suecia y lo que pasaba afuera, como una línea del tiempo. Queríamos reflejar el ambiente y el clima en ese momento. Además, importaba la autenticidad de la atmósfera, y por eso buscamos música, comerciales, ropa de la época.

 

¿Ustedes ya tenían una idea formada sobre Palme al empezar a trabajar en el documental?

 

—Lo que teníamos claro era que la película no era para defender o exaltar a nadie, para presentar a un ídolo, a un ícono. Queríamos trabajar para que fuera objetiva, para reflejar al personaje en sus luces y sus sombras.

 

¿Y cómo se relacionaron con el personaje, en tanto tal, durante el proceso de gestación del documental?

 

—En esos dos años hubo momentos en que nos enojábamos con él, con ese tipo tan seguro, tan arrogante, y en otros volvíamos a verlo como ese niño que era el más bajito de la clase y era hostigado por los demás. Ahora, con la película concluida, él resulta mucho más interesante, ya no sólo lo vemos como un político. Está mucho más cerca, se ha vuelto una persona particular y cercana.

 

¿Hubo otras películas sobre Palme en Suecia?

 

—Ha habido películas sobre el asesinato, pero esta es la primera que acerca al personaje en toda su trayectoria.

 

¿Cómo fue recibida en su país?

 

—En Suecia fue el documental más visto en 30 años. Hasta la prensa conservadora entendió que la película era importante. Pero lo más significativo es que mucha gente iba a verla con sus hijos y con sus nietos, y entre ellos había muchos inmigrantes. La vio un público realmente muy amplio.

 

Ya pasó mucho tiempo. ¿Puede decirse que el duelo por la muerte de Palme concluyó, y que el odio que le tuvieron ya se desvaneció?

 

—Ahora que el tercer partido de Suecia es un partido fascista, claro que ese odio permanece.

 

¿Y las mejores causas que él representaba también permanecen?

 

—Lo que Olof Palme representaba a nivel político no se ha vuelto a repetir. Lo que sí hay hoy son movimientos juveniles y feministas muy fuertes, que de alguna manera encarnan lo que Palme representaba, pero de otra forma, se trata más de movimientos que de partidos.

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