Laberinto de estrellas - Semanario Brecha

Laberinto de estrellas

En el nuevo disco “Tiempo lento” de Joaquín Lapetina, uno nunca siente las ataduras de quien está imitando, sino más bien la libertad de quien se maneja a sus anchas y no tiene que demostrar nada a nadie. Su talento melódico es excepcional.

Joaquín Lapetina

Aquí estamos entre pop y rock: del primero está lo cancionístico, las formas breves y familiares, la dosis generosa de ligereza y alegría; del rock, la profusión de detalles refrescantemente desencajados, zonas oscuras, un espíritu joven pero ya adulto. También es paradójicamente roquera la cancha para que, cuando ocurrió una idea “típicamente roquera” (el riff de “Ayelén”), rendirla en forma algo torcida, como quien ya está de vuelta de la cosa.

Ambas etiquetas en inglés (pop y rock) corresponden porque se remite casi totalmente a la música anglo (el “casi” corre por cuenta, obviamente, del idioma y del acento uruguayo, además de una aparición puntual de bandoneón y de algún giro a lo Milton Nascimento en el epílogo de “Laberinto de estrellas del sur”). Ningún referente es más fuerte aquí que Paul McCartney y, a través suyo, los Beatles: base beat, timbres de sintetizadores analógicos y Mellotron, formas con middle eight, arreglos de cuerdas a lo George Martin, algún coro que reporta al Sgt. Pepper, algún “yeah”, y la celebración eventual de una alegría casi frívola con sus bajos pendulares tocando a pulso, sus climas de juntada de borrachos, sus guiñadas cariñosas a estilos añejos. Sólo que esos componentes festivos están espesados por la compañía o la co-presencia de otros más agrios, serios, confesionales, como si estuvieran por ahí también los espectros más angustiados y filosóficos de John y George. El disco se llama Tiempo lento,1 el dibujo de la tapa evoca el Túnel del Tiempo y el diseño del CD imita un vinilo.

Joaquín Lapetina parece tener tan plenamente incorporadas esas ondas que uno nunca siente las ataduras de quien está imitando, sino más bien la libertad de quien se maneja a sus anchas y no tiene que demostrar nada a nadie. Su talento melódico es excepcional. Pienso que si McCartney compusiera ese conjunto de músicas el resultado no desentonaría con su producción, al contrario.

El espacio sólo me da para arañar un ejemplo. “Laberinto de estrellas del sur” es una melodía que, con tan sólo escucharla algunas veces, se me arraigó como si la conociera hace décadas. Creo que su espesor tiene que ver con la ambigüedad de centros tonales: la introducción promete uno (do sostenido), pero las estrofas arrancan en otro (fa sostenido). El estribillo sí va a venir en la tonalidad de la introducción, pero precedida de un devaneo sin letra que está en una tercera tonalidad (si). Las frases de las estrofas son no-cuadradas, tienen cinco compases. En la primera estrofa se ahorra el giro más expansivo de la melodía, que viene recién en la segunda. Además, en la primera hay unas cuerdas (sampleadas) que subdividen el pulso en dos, en contradicción con la llevada general de subdivisión ternaria. Entonces cuando, en la repetición, la melodía alcanza toda su expansión y surge sin la “trancada” rítmica de las cuerdas, es como una gozosa ampliación de horizontes. Después del estribillo, los elementos regresan todos reordenados y replanteados en detalles varios. Todo está muy craneado/inspirado.
La propia voz de Lapetina es rugosa, no-linda. Se la dejó expresamente desafinada, cruda, expuesta en su humanidad. Eso queda bien justamente porque, en el fondo de ese “mal cantar”, Joaquín se las arregla para ser muy expresivo y decir muy bien sus textos, e incluso para aullar con voz ronca desde las entrañas (nada de esa ronquera “técnica” aprendida con profesor de canto).

La no-afinación de la pista de voz es uno de los toques del formidable trabajo de producción de Francisco Lapetina (tío de Joaquín). Francisco grabó la mayoría del disco, tocó varios de los instrumentos, hizo los coros. Alcanzó un sonido excelente, pero no sólo en la limpidez y contundencia, sino en el detallismo y en la creatividad para articular los elementos y generar sonoridades siempre interesantes. Él y los demás acompañantes (sobre todo el batero Nicolás Parrillo y el guitarrista Ney Peraza) muestran una compenetración total con las canciones de Joaquín, en un trabajo que va mucho más allá de lo meramente profesional.

Joaquín Lapetina presentará este material en vivo en la Casa del Autor (Agadu), Canelones 1130, el jueves 27 a las 20 hs, con entrada libre.

1. Tiempo lento, Perro Andaluz, PA 5950-2, 2014.

Artículos relacionados