México: familiares de desaparecidos toman en sus propias manos las labores de búsqueda - Semanario Brecha
México: los familiares de desaparecidos toman en sus propias manos las labores de búsqueda

Las evidencias de la tierra

Familias de desaparecidos se cansaron de la burocracia de escritorio de la justicia mexicana y se lanzaron al campo a buscar a los suyos. En abril, la primera brigada halló 15 fosas clandestinas con restos humanos en 15 días de trabajo. En su segunda etapa volvieron a Veracruz, uno de los estados con más cantidad de casos de desaparición forzada en el país.

Peritos cercando un predio donde fueron enterrados jóvenes desaparecidos / Foto: Ernesto Álvarez

Suenan las campanas en la Iglesia de Amatlán de los Reyes antes de las ocho de la mañana mientras las mujeres de la comunidad sirven el desayuno para los presentes. Un tinglado ubicado en el extenso frente verde de la parroquia alberga a la Brigada Nacional de Búsqueda de Desaparecidos, que se prepara para salir al campo casi tropical de Veracruz. Es la mañana del martes 19 de julio.

Hace tres meses, ubicaron 15 fosas clandestinas con más de 10 mil fragmentos de restos óseos, que continúan en manos de la fiscalía local. El día anterior a la escena del desayuno, la justicia no intentó siquiera aparentar que no tenía ningún avance para presentar de su trabajo con esos restos. “No traían ni siquiera un papel, nada.”

El proceso que corre a media máquina por debajo de éste es la construcción de una “coadyuvancia”, que incluya la participación directa de las víctimas en las búsquedas. Su presencia empuja a la investigación oficial y a los funcionarios, acostumbrados a trabajar desde la comodidad del escritorio.

En Amatlán, la salida a campo está demorada porque los funcionarios aún no han llegado. Todo es bien artesanal: la comida, el alojamiento, las herramientas que reúnen y reparten mientras esperan. La brigada se autogestiona y no recibe más apoyo estatal que la custodia policial. Mientras los esperan, se dividen en cinco grupos para “peinar” en los cañaverales. Antes, entregarán a la justicia otro de los puntos que ubicaron gracias a un dato anónimo.

Siguiendo la brecha, el caminito lleva al esqueleto abandonado de una hacienda. Aún hay un casero que vive en un galpón, y una pista que dice que ese es un punto de enterramiento clandestino que perteneció a “la letra” –Los Zetas, organización criminal preponderante en Veracruz–. El camino está rodeado de casitas de chapa y madera. Niños detienen el juego para quedarse mirando el paso de la caravana por el caminito de tierra, encabezada por un par de patrullas de la Policía Federal y varias de la Ministerial –brazo armado de la justicia– además de otra “troca” –camioneta– que lleva al grupo de peritos, la de los de la comisión de derechos humanos, con aire acondicionado, y las tres que apiñan en su parte trasera a unas 60 o 70 personas, incluyendo prensa, van entrando en la zona rural en las afueras de la ciudad de Córdoba.

Frente a la hacienda abandonada hay dos grandes montículos de arena y, detrás de ellos, el punto señalado anónimamente. Ahí el primer trancazo: la justicia primero acordona y luego pregunta y la brigada queda parada mirando de lejos su propio hallazgo, que ahora pasa a control del Estado. Dos observadores suyos permanecen al pie de la excavación, pero la gente entra a ponerse nerviosa rodeada de tanta policía y sin saber muy bien qué hacer. Máxime cuando se nota que un par de ellos están filmándolos. Los reprenden con los oficiales.

La brigada se reagrupa para definir el rumbo: “Las reglas las ponemos nosotros, ellos van a participar, esperemos que busquen también y ojalá encuentren. Pero cuando ellos organicen, pondrán las reglas. Esto es producto del esfuerzo de la sociedad”, dice Mario Vergara, que viene de Guerrero, integrante de Los Otros Desaparecidos de Iguala.

QUIÉNES SON. Parado entre el monte, iluminado por los rayitos de sol que se filtran entre las hojas, está ataviado con todo su equipo de búsqueda. Lleva un pañuelo rojo atado a la cabeza y sobre él un gorro como de paja triangular que con lo rasgado de los ojos completan la pinta de chino. Una honda al cuello, un pico amarrado a la espalda, una bolsa hecha de arpillera le cuelga atravesada, dos trozos de cuero le protegen las canillas de los bichos, sacude la mano y dice que él rechaza la palabra “experto”: “no hago más que caminar los cerros y pedir el apoyo de la gente, por eso entramos por medio de las iglesias. Creo que las autoridades también deberían caminar para que vean lo difícil y lo laborioso que es la búsqueda. No veo bien que ellos, que son los especialistas, se queden esperando, mientras las familias buscan. A nosotros nos dicen que no tenemos estudios forenses, por eso me puse a estudiar láminas de huesos y protocolos. Es cierto que la ignorancia es parte de la complicidad, tenemos que estar preparados para saber cómo defendernos, y también saber qué exigir”.

El grupo de Iguala fue de los primeros en salir al campo a buscar los restos de los desaparecidos ante la falta de respuesta de la justicia mexicana: el 16 de noviembre de 2014 hicieron su primera búsqueda. Para entonces, ya existían varios colectivos en el resto del país que nucleaban a las familias de los desaparecidos. En el norte llevaba seis años funcionando Voces Unidas por la Vida, en Culiacán, Sinaloa, y Las Rastreadoras del Fuerte, en el norte del estado. También hay gente de Coahuila, de Morelos y de Querétaro. María y sus hijos, Miguel y Juan Carlos Trujillo, figuran entre los fundadores de Familiares en Búsqueda. Otros cuatro hijos de María están desaparecidos.

En abril, esos colectivos dispersos en la inmensidad del territorio mexicano concretaron su coordinación en la Primera Brigada Nacional de Búsqueda, en que todos reunieron esfuerzos y decidieron que fuera Veracruz el punto de partida de su búsqueda. Sólo en ese estado entre 7 y 10 mil personas fueron desaparecidas durante los últimos 6 años, período en que Javier Duarte ha estado a cargo del gobierno local.

A los grupos de Veracruz, particularmente el Colectivo de Familias de Desaparecidos Orizaba-Córdoba, que comenzó a funcionar cuatro años atrás, integrarse a la Brigada Nacional les dio el empuje que necesitaban. Una de las 20 mujeres que integran esa asociación, Alejandra, busca a Yair, su hijo mayor, que tenía 33 años cuando fue detenido por policías estatales el 25 de febrero de 2013, a la una y media de la tarde y frente a varios testigos. “Yair sabía preparar bombas. Había sido parte de un grupo táctico, pero ya hacía cinco años que había dejado el Ejército.”

Durante la primera brigada se recabaron más de cien testimonios de casos ocurridos en el estado. La Policía Estatal aparece involucrada en la gran mayoría de ellos.

QUÉ HACEN. Al caer la tarde del segundo día de búsqueda en Amatlán, la brigada se reúne para analizar las posibilidades de buscar en Paso del Macho, otra localidad veracruzana donde el control del narco es manifiesto. El paso de la caravana es seguido de cerca por “halcones”, jóvenes que reportan todo movimiento y cuya presencia es evidente.

Uno de los coordinadores explica que el peligro mayor no lo corre la brigada en sí, que va a hacer su labor custodiada, sino los propios pobladores, en función de la reacción que tenga el crimen organizado. La pista finalmente llega y señala un lugar paradisíaco: una fila de árboles a la vera de un lago, utilizada para el riego del café, la caña y los mangos que se plantan en ese predio. El grueso de la brigada empieza el trabajo de rastreo: mirada clavada al piso, mueven las hojas buscando señales, casquillos, ropa, pistas (véase recuadro).

Más adelante, un poco más alejado del lago, hay un árbol quemado de un solo lado que no tendría por qué estar así. A pocos metros, algunos pares de zapatos escondidos entre las raíces de uno de los árboles. Que busquen en los pozos, dijeron las voces anónimas del pueblo. En ese campo y en los pozos.

A pocos metros de los zapatitos, el pozo aparece. Está tapado por algunas ramas y piedras que pronto empiezan a descubrir, por turnos, los integrantes de la brigada. Están quitando piedras de distintos tamaños cuando llega el dueño del predio: hace más de dos años que el pozo dejó de usarse. Trocitos de madera entreverados en la extraída no muestran señas de descomposición. Mucho menos de llevar dos años ahí abajo. Son señales de que el lugar fue manipulado.

La lluvia no detiene el trabajo de los buscadores, que en menos de una hora ya tienen avanzado más de un metro y medio dentro del pozo. Los peritos y los policías sólo miran, hay dos que toman fotos y un par de jefes que intentan ponerle límites a lo único que pueden: la prensa.

Es carbón la señal esperada que aparece. ¿Qué hacen restos de carbón a dos metros de profundidad en un pozo tapado con piedras? La pista es suficientemente fuerte para que los peritos oficiales entren a escena, saquen a la brigada y cerquen de amarillo el recinto con sus mamelucos blancos. Los peritos avanzan 30 centímetros por día.

Los hallazgos de la primera brigada –la de abril– fueron posibles, en parte, porque los servicios periciales oficiales no integraron la búsqueda. Ahora, el acuerdo es que a la menor seña la brigada se hace a un lado y entran los profesionales de los 30 centímetros. Si ellos no hacen la exhumación, no validan los restos para que sean identificados.

La diferencia es manifiesta: mientras la justicia trabaja para preservar las pruebas que le permitan armar un caso penal (lo que no significa que efectivamente lo haga), la prioridad de las familias es la identificación de los restos lo más rápido posible. “Nosotros ya no buscamos la justicia, ya no buscamos a los culpables. Estamos buscando a los inocentes.”

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Simón, el sabueso

A sus 48 años, trabajaba como albañil en Cocula, Guerrero, cuando Miguel Ángel Blanco –un luchador social que luego fue asesinado– fue por él para que ayudara a buscar a los 43 estudiantes de Ayotzinapa. A menos de dos años de ese momento, la vida de Simón ha cambiado por completo: junto con el grupo de Iguala, han hallado cerca de 200 cuerpos enterrados clandestinamente.

¿Cómo hace para encontrar una fosa?

—Desde las primeras que encontré que fueron positivas (tenían restos humanos) no me guié con la varilla ni mirando los hundimientos del terreno. Me fije nomás en el cambio de tierra. Al abrir una fosa, se avienta tierra para los dos lados, pero al tapar es imposible que se devuelva toda la tierra que se sacó. Siempre quedan por lo menos montículos de piedras. La tierra de abajo es de otro color, aunque el terreno esté parejo.

¿Aunque pase el tiempo se sigue viendo distinto?

—Aunque pase el tiempo, aunque caiga agua.

¿Qué es lo que hace al llegar a un lugar de búsqueda?

—Cuando encontramos un campamento en donde hayan tenido retenidas a personas, suelen quedar lonas, cobijas o ropa. Si encontramos eso, sabemos que no están enterradas a más de 80 metros de ahí. De ese punto trazo dos líneas, y el predio queda dividido en cuatro cuadrantes. Así es que hemos encontrado las fosas.

¿Siempre mirando la señal de la tierra?

—Sí, siempre voy viendo la tierra, de lejos se ve. Muchos que han ido y dado pláticas a la brigada dicen que hay que dar un paso y meter la varilla, pero a mí no me sirve. ¿Creen que así voy a terminar de revisar un área de mil metros, palmo a palmo? Es mucha pérdida de tiempo y no hay nada.

¿Cómo afecta a la búsqueda el clima y el territorio de un lugar?

—El problema en Veracruz es que siempre hay hierba, siempre está cubierto. Sabemos que aquí los “cocinan” –quemar o disolver en ácido un cuerpo–, no los meten en fosas sino en pozos. En Ciudad Juárez, donde también he buscado, como son arenales y corre mucho aire, los remolinos van borrando evidencias. Hay que tener precaución porque allá sí son fosas, pero las hacen con máquina, y por más que la máquina quiera echar todo, se distinguen los montículos. En Guerrero ahorita está cubriendo el bosque, pero en octubre, cuando empiece a despejar, volveremos a la búsqueda. Las evidencias de la tierra ahí están, no se borran.

A Miguel, quien empezó con usted, lo asesinaron. ¿Nunca le dio miedo o ganas de parar?

—Sí, me dio miedo, he tenido amenazas, pero siempre he dicho que uno va a morir cuando Dios lo diga, no cuando otra persona quiera. Hay que confiar. Hasta en la casa me puede pasar.

¿Tiene algún familiar desaparecido?

—No.

¿Por qué se dedicó a la búsqueda entonces?

—Ni yo lo sé, no sé por qué me arriesgué a esto. Ahorita ya mucha gente sabe de mí, ya ni modo.

¿Cómo ha afectado su vida?

—Mucho, porque mi vida ya cambió, ya no tengo confianza de estar en mi casa, ya no me siento bien ahí porque siento que pueden ir a buscarme. Siento más miedo estando en mi casa que afuera. Buscando me siento más seguro.

¿Cuál es la parte más difícil de la búsqueda?

—El inicio, porque no ves cómo comenzar a veces. Vamos como los niños que empiezan a caminar, te vas cayendo y te vas parando hasta encontrar. No crea que ha sido tan fácil esto, pero ahí vamos poco a poco. Es una esperanza que le da uno a la familia, que quiere encontrar a sus hijos. Siempre les digo, si no encontramos a tu familia, encontramos la de otra persona. Y así va. Hay que seguir adelante.

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