El legado de Raúl Castro - Semanario Brecha

El legado de Raúl Castro

Diez años atrás bastaban los dedos de una mano para contar los restaurantes de lujo que funcionaban en Santiago de Cuba. Lo mismo sucedía con tiendas, discotecas y otros centros recreativos por el estilo, como si la segunda ciudad de la isla hubiera quedado detenida en los tiempos de la más estricta moralidad “anticonsumo” de la Europa socialista.

Llegada de un crucero a La Habana, el 18 de enero de 2017 / Foto AFP, Adalberto Roque

Así fue hasta el día en que Raúl Castro decidió apostar por una reforma profunda de los principios económicos de la revolución. Al calor de los “Lineamientos del Partido Comunista”, aprobados en abril de 2011, se abrieron definitivamente las puertas a la inversión extranjera y los negocios privados. Comenzó así una década que se ha escrito bajo la premisa del Estado como garante de las principales conquistas sociales (salud, educación…), en tanto los propios ciudadanos son cada vez más responsables de abastecer el resto de sus necesidades para su vida cotidiana.

Y L R se considera uno de los “afortunados” de la nueva época. En 2006 terminaba sus prácticas como profesor de educación física en un “preuniversitario en el campo” del cercano municipio de Contramaestre. “A veces tenía que caminar hasta diez quilómetros, de ida y vuelta, para coger un carro que me sacara hasta el pueblo”, recuerda. “Ahora siempre tengo dinero en el bolsillo, me compré un motor (motocicleta) y estoy reparando mi apartamento. He cambiado tanto, que mucha de la gente con la que me relacionaba en aquellos tiempos no me reconoce cuando nos cruzamos por la calle. Para mí es una buena señal”, dijo a Brecha.

El momento decisivo en su vida llegó a finales de 2011, cuando uno de sus tíos abuelos “decidió asegurarse la vejez” y compró una maltrecha casa colonial para reconvertirla en hostal. La empresa surgía al amparo de tres medidas promulgadas poco antes por el general-presidente: la autorización de la compraventa de casas (que había estado prohibida por más cuarenta años), las facilidades brindadas a los cubanos residentes en el exterior para que regresen a Cuba e incluso adquieran propiedades sin modificar su estatus migratorio, y la expansión del turismo internacional, una de las prioridades del país como parte de su plan de desarrollo hasta el año 2030.

Para Y L R fueron casi dos años de interminable batallar con constructores y revendedores de materiales, de gestiones insólitas para conseguir todo lo que necesitarían las cuatro habitaciones del inmueble, que administra desde su primer día de funcionamiento. De tiempo en tiempo su tío y la esposa canadiense vienen desde Ottawa para descansar por algunos días y comprobar que todo marche como desean, y cada comienzo de mes él les envía los balances y la correspondiente remesa con las ganancias.

En la misma calle que antes ocupaban antiguas viviendas señoriales venidas a menos, durante los últimos años han abierto sus puertas otras dos rentas “en divisa”, un paladar (restaurante privado) y un salón de belleza. “Eso sin contar la gente que viaja afuera como ‘mula’ (traficante de artículos varios para la venta minorista), los que trabajaban en negocios más pequeños o los que tienen su ‘entrada’ por otras vías. No creo que haya alguien en Cuba al que la vida no le haya cambiado radicalmente en estos diez años”, piensa Y L R.

La reforma que ha hecho florecer el rostro más glamuroso de la ciudad “cuna de la revolución”, donde descansan los restos de Fidel Castro y el héroe nacional José Martí, ha tenido también sus puntos grises. Tal vez el más preocupante sea la brecha que se ha profundizado entre quienes han sabido aprovecharse de la nueva coyuntura y los que han ido quedándose a la saga. La aparición de mendigos –calificados como “deambulantes” por la terminología oficial– es una muestra tangible, que se mantiene en muchas calles de las principales ciudades, pese a los esfuerzos estatales para evitarla.

“Desde que tengo uso de razón en mi país ha existido la diferencia social, pero al final todos compartíamos escuela y hospital. Los nuevos tiempos amenazan con llevar estas diferencias aun más lejos”, lamentaba hace algún tiempo el profesor universitario Hárold Cárdenas, coautor del seguido blog de análisis político La Joven Cuba.

Hasta ahora la inquietud de buena parte de los cubanos no ha podido concretarse en una estrategia a largo plazo, que vaya más allá de los programas asistencialistas que por décadas implementó la revolución y la reiteración mecánica de campañas políticas de otros tiempos. La “eliminación de gratuidades” establecida por el gobierno desde 2008 no ha hecho sino incrementar las tensiones cotidianas para una parte de la población y alentar entre muchos la sensación de que cada cual debe velar, en primera instancia, por sus intereses particulares.

“La mayoría vivimos un poco mejor que hace diez años, tenemos más cosas, pero no sé si seamos más felices”, piensa Maritza, una profesora de preuniversitario que todos los años aprovecha sus vacaciones de verano para visitar a sus dos hijas. Una vive en Barbados, la otra en Estados Unidos. “¿Vamos hacia ‘más socialismo’?, eso es difícil saberlo; me parece que ni el mismo Raúl puede decirlo con certeza.” 

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