Los pequeños huesos de los libros - Semanario Brecha

Los pequeños huesos de los libros

Antes, mucho antes de que los vendedores de regalos inventaran el Día del Niño, la vida había inventado, en el Cerro, a Nilda Barcos. Y Nilda inventó una fórmula para hacer bibliotecas infantiles con 100 pesos por año.

Con Nilda Barcos

—Te jubilaste de maestra.

—Hace 16 años, y enseguida comencé una actividad social que continúo hasta hoy.

—¿De dónde viene tu apego a la lectura de cuentos en voz alta?

—De una biblioteca infantil barrial que formé en un local acá cerca (estamos en su hogar de la calle Río de Janeiro entre Viacaba y Barcelona, a cuadra y media de la Plaza de la Inmigración y a pocas de la Plaza de Deportes número 11, reformulada desde 2014 con un complejo deportivo portentoso que incluye piscina climatizada, gimnasio cerrado, pista de skate, cancha de básquet/fútbol y otras instalaciones). Nos integramos a la red de bibliotecas comunitarias, funcionamos seis años gracias a socios colaboradores que aportaban 100 pesos anuales para la compra de libros, más los que recibíamos donados, y luego nos mudamos al local de un club de fútbol en la falda del Cerro, que dejó de funcionar y nos prestó sede y nombre: La Terraza. Los niños que iban allí crecieron y terminé recalando, en 2008, en la Asociación de Jubilados y Pensionistas del Cerro y Adyacencias (Ajupen),1 donde armé una biblioteca infantil en la enorme biblioteca que ya tenía.

—Y le agregaste, junto a dos compinches, tareas de narradora.

—Sí, Margarita Olchamotski y Adela Borsari; fue una iniciativa compartida con el programa Apex Cerro, de la Universidad de la República, y el Instituto del Niño y Adolescente del Uruguay (Inau), para trabajar con dos centros de Atención a la Infancia y la Familia (Caif), Los Teritos y Los Villeritos, a los que ahora se incorporó un tercero, Regazo.

—¿Cómo trabajan?

—Los Caif atienden niños de 0 a 3 años; seleccionamos cuentos y los narramos a esos niños, incorporándoles elementos de escenografía y vestuario. Enseguida un dúo de recreadores del Inau, Laura Rivero y Javier Salas, organizan juegos basados en lo que nosotras leímos, construyendo una forma corporal y divertida de vivenciar personajes y situaciones que no sabés lo bien encarada que está, y lo provechosa que es.

—¿Qué frecuencia tienen las lecturas?

—Tres veces al mes, una por cada Caif; recibimos a los niños en la biblioteca de Ajupen y, en el caso de Los Teritos, que está teniendo problemas para trasladarse, vamos al centro.

—¿Buscaste algún tipo de capacitación en literatura infantil y juvenil?

—La que despertó mi amor por el libro y la literatura infantil, cuando todavía trabajaba como maestra, fue la bibliotecóloga Ana María Bavosi. Luego fui un año al taller de cuentacuentos que tiene Niré Collazzo en el teatro Solís, pero era un nivel demasiado alto para mí.

—¿Por qué?

—Incorporé cosas, claro, pero tenían unas habilidades actorales que estaban lejos de mis posibilidades, y opté por arreglármelas como mejor pudiera en la práctica. El vínculo con la red de bibliotecas comunitarias, que ya no existe, también me ayudó mucho.

—Existen las bibliotecas municipales.

—Sí, aquí en el Cerro la Plaza 11 está formando una en su Complejo Deportivo, y la Sala de Pediatría de la Administración de los Servicios de Salud del Estado (Asse) cuenta con otra, a la que llegan escritores enviados por el Ministerio de Educación y Cultura a leer a los niños que esperan consulta médica. Es una actividad abierta a la participación del vecino que quiera, yo no he podido sumarme porque no me dan los tiempos.

—¿Ni el físico, quizás?

—Por ahora el físico marcha (risas); es que además de atender la biblioteca de niños y la de adultos de Ajupen, que tiene entre 3 mil y 4 mil volúmenes, integro su Comisión de Cultura, donde generamos actividades conjuntas con instituciones como el teatro Florencio Sánchez y los compañeros de la Federación de Obreros de la Industria de la Carne y Afines (Foica), que posee, a su vez, un museo y una biblioteca.

—En términos de amplitud sensible, ¿qué te aportó la literatura para niños?

—Descubrir que estoy capacitada para elegir libros que los niños merecen, y que pueden influir en los adultos. Recuerdo que en la primera biblioteca que armé acá en el barrio muchos niños no querían leer ni obligados, hasta que traje un libro sobre huesos que compré por cinco pesos en la liquidación de la librería Barreiro y Ramos de la Ciudad Vieja. Fue un acontecimiento –lamentablemente lo perdí y no recuerdo el título–, y sirvió para engancharlos con la lectura.

—¿Qué características debe reunir un libro para que lo elijas?

—La literatura del texto es importante, que sea agradable, que suene bien, incorpore lenguaje y motive al niño en algún aspecto, provoque su imaginación. La presentación también influye, las ilustraciones.

—¿Cuál fue el último libro para niños que leíste y te impactó?

—El que releí, en realidad, y compré para la biblioteca: Saltoncito, de Paco Espínola.

 

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