Madre e hijo - Semanario Brecha

Madre e hijo

Jack cumple cinco años, con la asistencia del único ser humano con quien tiene trato, su madre Joy, y en el único espacio que conoce, esa habitación. Lo que viven aparece como una encarnación de la relación madre-hijo durante el embarazo, exclusiva y excluyente de cualquier “otro”.

Esta película1 se basa en una novela de Emma Donoghue –también encargada del guión–, que se inspiró en el caso de Elisabeth Fritzl, la austríaca mantenida en cautiverio durante 24 años por su propio padre, que la violó sistemáticamente y le engendró varios hijos, algunos de los cuales permanecieron encerrados con su madre hasta que fueron liberados.

Jack (Jacob Tremblay) cumple cinco años, con la asistencia del único ser humano con quien tiene trato, su madre Joy (Brie Larson), y en el único espacio que conoce, esa habitación, que en el inglés original es simplemente Room, sin artículo, como podría mencionarse a un país o a un planeta. Esa habitación es el universo para este niño que nació allí y nunca salió de allí, que fue concebido por su madre por la violación del hombre que la secuestró a los 17 años, datos que se irán descubriendo a medida que avanza la película. Su primera hora se vive en la tensión entre la inevitable claustrofobia que produce asomarse a ese encierro –seguramente la misma que siente Joy, que conoce el mundo de afuera, el niño no, porque no tiene con qué comparar–, y la seducción de la puesta en escena que ella lleva a cabo cuidadosamente, para instaurar una rutina normal que le permita al niño vivir lo mejor posible en ese mundo de diez metros cuadrados. Ejercicios, baños, lectura, juegos, algo de televisión, los pocos objetos domésticos convertidos en sujetos, para que ese acotadísimo universo tenga algo más de riqueza, cosas reales para un niño que piensa que lo irreal es lo que aparece en la televisión. (No por nada el libro que se ve repetidamente es Alicia en el país de las maravillas, aunque un poco más adelante veremos a Joy leerle a Jack un fragmento de El conde de Montecristo, y precisamente, el que tiene que ver con la huida.)

Llaman la atención los matices que la película desarrolla para atender a esa historia de resistencia y amor extremos. Por ejemplo, alguien tan joven como Joy es capaz de la sabiduría en cómo encara la situación del pequeño frente a quien los tiene prisioneros. Por un lado, libera al niño de cualquier sentimiento negativo al no sembrar en él ninguna sospecha que condujera al fastidio o al miedo y, por otro, evita ferozmente cualquier contacto que pudiera generarle alguna forma de afecto por ese tipo que es su padre biológico: lo esconde de él, no permite que lo toque o siquiera lo vea. Ese hombre (Sean Bridges) es para Jack apenas “el viejo Nick”, alguien que milagrosamente aparece con las cosas que ellos necesitan, y del que, cuando llega, sabe que debe esconderse metiéndose en un armario.

Entonces, lo que viven Joy y Jack aparece como una encarnación de la relación madre-hijo durante el embarazo, exclusiva y excluyente de cualquier “otro”. Y el nacimiento, en este caso, es el retorno al mundo de afuera –de una manera que adquiere la violencia física del parto–, y la readaptación, en el caso de la madre, y el simple conocimiento, en el caso del niño, y como todo tránsito fundamental, tendrá sus dificultades: desde una celda puede pensarse en el exterior como un paraíso, pero como ya ha sido probado, no lo es. La descomunal fortaleza que esa muchacha desplegó durante cinco años para proteger a su cría parece romperse cuando ya no hace falta, cuando hay abuelos y árboles y perros y juguetes, y cuando esa vida extraña que supo construir a pura imaginación y voluntad para que fuera placentera para el niño, se convierte en un “caso” capaz de alucinar paparazzis y cámaras de televisión.

Cabe señalar que el director irlandés Lenny Abrahamson evita con naturalidad la trampa del sentimentalismo o el optimismo fácil para tratar materia tan peculiar, y apoyado en un libreto inteligente permite, en cambio, que la película dispare lecturas y reflexiones que van más allá de los hechos narrados. Se apoya en la calidad y la notable química entre sí de sus dos protagonistas, Brie Larson justicieramente premiada con un Oscar, y el chico, absolutamente extraordinario, una sorpresa más de esa enigmática estirpe de los niños actores de cine.

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