Maldito petróleo - Semanario Brecha

Maldito petróleo

Se cumple un año de la ofensiva militar liderada por Arabia Saudita que ha devastado Yemen. Demasiados intereses ensombrecen el alto el fuego que la Onu ha anunciado para el 10 de abril. ¿Por qué el mundo calla sobre la guerra de Yemen? Por el petróleo saudí.

En la modalidad en auge de guerras por delegación en Oriente Medio, la de Yemen, que ya ha cumplido un año, resulta especialmente sucia. Es la guerra sobre la que a todo el mundo le conviene callar. Las cifras de muertos, heridos y desplazados no son tan escandalosas como las de Siria o Irak, ni suficientes para que los grandes medios globales de comunicación se hagan eco de ellas y despierten la acción de los organismos internacionales. Los recursos energéticos y geoestratégicos de Yemen tampoco despiertan codicias tan abiertas como las estadounidenses o las rusas en Afganistán, o las de todos en Libia. Y su emplazamiento condena al país a ser el patio trasero del amigo saudí, para alivio de una Europa incapaz de gestionar las múltiples crisis que se le agolpan. Yemen, la Arabia felix latina, es hoy uno de los lugares más lúgubres del planeta, cuatro años después de que un consenso sin precedentes de grupos políticos y sociedad civil forzara a Alí Abdalá Saleh, el dictador más longevo del mundo árabe tras Gaddafi, a abandonar el poder.

Pero Saleh se marchó delegando poderes en Abd Rabbuh Mansur Hadi, su vicepresidente, un militar sureño hábil en interpretar el aire de los tiempos. El traspaso fue negociado con el Consejo de Cooperación del Golfo (Ccg), en un calculado intento de sus vecinos para poner coto a una revolución que podía “infiltrarse” por sus fronteras. Que ello implicara azuzar los enfrentamientos tribales, regionales y sectarios que históricamente han asolado el país y que la revolución yemení había conseguido aparcar, poco importaba. Más bien al contrario: la sectarización es el arma más efectiva que, por el momento, han encontrado los estados del Golfo en su particular batalla por el control de Oriente Medio y contra Irán.

El fracaso de la transición yemení emprendida en 2012 es el fracaso de un proyecto nacional que hubiera dotado al país de una independencia incompatible con los planes de sus poderosos vecinos. La ofensiva de los huzíes, un grupo tribal de observancia zaidí, históricamente relegado del poder, contra el gobierno del presidente Hadi, el protegido del Ccg, aceleró la descomposición del Estado en formación y propició la simplificación sectaria del enfrentamiento. Era algo que en un principio estaba lejos de la realidad, pero al ser el zaidismo una hipotética rama del islam chiita, la conexión iraní era un argumento fácil de esgrimir para aquellos interesados en reproducir la manida narrativa del enfrentamiento sunitas/chiitas. Una vez que esta lógica echó a rodar, la intervención saudita era cuestión de tiempo.

EL AMIGO SAUDÍ. Con la subida al trono del rey Salmán en enero de 2015 y la concentración de poder en su hijo y ministro de Defensa, el príncipe Mohammed, la nueva política saudí de intervención militar abierta en los conflictos de la zona se inauguró en Yemen. Hace ahora un año se formalizó una coalición internacional liderada por Arabia Saudita, que comenzó una campaña de ataques aéreos, bloqueo naval y apoyo a las tropas leales al presidente Hadi que continúa hasta hoy y que ha ido recuperando territorio conquistado por los rebeldes huzíes, aunque en modo alguno la coalición pueda cantar victoria. Más bien al contrario: la prolongación de la guerra evidencia el fracaso de la estrategia saudí, que creía poder manejar los intereses de las partes en conflicto. En este contexto ya nadie recuerda, como ha lamentado Jamal Benomar, el enviado especial de las Naciones Unidas para Yemen, que el primer ataque saudí se produjo en vísperas de la firma de un acuerdo multilateral para que varios grupos políticos y tribales compartieran el poder durante un período transitorio.

El bombardeo sistemático de infraestructuras civiles y poblaciones por parte de las fuerzas armadas saudíes es tan frecuente que el secretario general de la Onu, Ban Ki-moon, ha llegado a decir que determinadas operaciones “podrían constituir un crimen de guerra”. Cuando ya se ha cumplido un año del inicio de la campaña, 14 millones de yemeníes viven por debajo del umbral de pobreza; 3 millones de menores sufren malnutrición, y 20 millones de personas –el 80 por ciento de la población– no tienen acceso a agua potable. Los trabajadores de las Naciones Unidas y las agencias humanitarias vienen denunciándolo.

 

NO ES EL ISLAM. La actual obsesión saudí con Yemen poco tiene que ver con el islam, sea éste sunita o chiita. La obsesión saudí tiene que ver, evidentemente, con el petróleo. Yemen apenas lo tiene, pero su ubicación geográfica le confiere un valor estratégico primordial en la reordenación del tráfico mundial de crudo tras el levantamiento de las sanciones a Irán. Hace años que Arabia Saudita proyecta un nuevo oleoducto que, desde sus grandes yacimientos en el este del país y atravesando la región yemení de Hadramaut, de­semboque directamente en Adén, esquivando así el actual paso de los cargueros por el estrecho de Ormuz, tutelado por Irán. El ex presidente Saleh fue remiso en otorgar a los saudíes licencia abierta para ello, y lo utilizó como baza política siempre dúctil en sus negociaciones con los países del Golfo. El futuro del proyecto parece ahora expedito. El presidente Hadi le debe a Riad su supervivencia. En cuanto a las tribus del este yemení, cuya colaboración es imprescindible, los saudíes se han garantizado su beneplácito: controlada por Al Qaeda, la región se ha visto libre de los bombardeos de la aviación saudí.

Pero a corto plazo hay otro “logro” de la guerra en Yemen que va a determinar el futuro inmediato del comercio del petróleo. No es un secreto, pues la diplomacia saudí no es tan sutil. Los líderes europeos lo conocen bien, y por ello intentan acallar a los diplomáticos más críticos, como los alemanes, holandeses o suecos; o colaboran de forma subrepticia, como Cameron, que ha hecho que Reino Unido facilite la logística de las operaciones aéreas saudíes. Como explicó en su día Yves Lacoste, la geografía es un arma para la guerra. Y la del Mar Rojo, del estrecho de Bab al-Mandeb al Canal de Suez, es un ejemplo de manual. Si culmina su campaña en Yemen, Arabia Saudita controlará el tráfico en la principal ruta de acceso del petróleo a Europa: en el sur, habrá sido precisa una intervención militar; en el norte, habrá bastado la intervención financiera, que sostiene al régimen del general Sisi. Por el momento no se sabe cuánto le costará a Europa este golpe de mano saudí. Los yemeníes ya están pagando el precio.

Sin embargo al mundo le conviene callar sobre Yemen: a Europa por cortedad de miras (“bastante tenemos con lo que tenemos”); a Estados Unidos para compensar a Arabia Saudita por sus acuerdos con Irán; a Rusia para tener carta blanca en Siria; y a la Liga Árabe para que nadie se aperciba de su intrascendencia. El silencio se está tragando a Yemen.

Tomado de www.eldiario.es

 

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