Más panfleto que cine - Semanario Brecha

Más panfleto que cine

“Un camino a casa” se divide claramente en dos mitades, y de ambas la primera es, de lejos, la mejor. El planteo comienza siguiendo la vida de dos hermanos en la lucha por su supervivencia en un remoto pueblo de India.

Esta película1 se divide claramente en dos mitades, y de ambas la primera es, de lejos, la mejor. El planteo comienza siguiendo la vida de dos hermanos en la lucha por su supervivencia en un remoto pueblo de India. Se ganan el pan a duras penas, ayudando a su madre a cargar piedras o menudeando mercancías robadas a cambio de raciones mínimas de leche. Un día salen juntos a trabajar, y una serie de circunstancias fortuitas llevan a que el menor, de cinco años, quede encerrado en un tren rumbo a Calcuta, del que no puede salir hasta llegar a destino. Perdido, sin noción de su lugar de procedencia y solo en una inmensa ciudad, comienza una nueva forma de supervivencia, mucho más ardua. Estos tramos, que rememoran la desolación de los niños pequeños que solía utilizar el neorrealismo italiano en varias de sus inolvidables películas (en Alemania año cero, principalmente), son extremadamente tensos. Es notable cómo es expuesta una existencia miserable, por la que buscar un lugar donde cobijarse, rebuscarse para obtener un poco de comida y escapar de la policía son asuntos vitales. También es brillante la forma en que la película introduce la temática de la prostitución infantil, evitando la truculencia pero dando cuentas de una realidad para ellos inexorable; una mujer atenta, que escucha, baña, viste y da de comer al protagonista, acaba siendo uno de los personajes más terroríficos del cuadro. Más cerca de Estación central o de una novela de Charles Dickens que de Slumdog Millionaire, esta primera mitad está notablemente filmada, gracias principalmente a una muy buena dirección de actores (el pequeño Sunny Pawar está increíble) y a una puesta en escena opaca, que escapa a todo exotismo y que se planta en la aciaga perspectiva del protagonista. La película del director debutante Garth Davis fue filmada tanto en Calcuta como en Tasmania, con un equipo de más de 300 personas y financiación de varios países; se trata de la mayor producción filmada en territorio australiano.

Pasada la mitad, el tono cambia radicalmente. La experiencia deja de ser sensorial y vivencial: el niño pasa a ser un adulto de 30 años con la vida resuelta, y a partir de allí la película tiene serios problemas para generar empatía por el personaje, poco desarrollado en cuanto a problemáticas e inquietudes. Si en la primera parte la trama era sustentada en la acción, en esta segunda se resuelve mediante diálogos toscos y, por lo general, impersonales. La anécdota real en la que se basa la película es lo suficientemente poderosa como para mantener la atención, pero una manida historia de amor, ciertos brotes histéricos y la poco interesante búsqueda de la ciudad natal del protagonista rebajan la intensidad del planteo unos cuantos niveles. A esto se suma un tono panfletario que se vuelve explícito y que llega a señalar que la salvación para los niños en situación de vulnerabilidad de India es su adopción por familias pudientes y con conciencia social.

Más allá de que es un planteo discutible que elude referir a cualquier causa u origen de tal miseria endémica, la película pierde interés en ese llamado a la responsabilidad, en el machaque final con cartel incluido de que “todo esto fue real y allí afuera hay niños que sufren”. Más allá de las intenciones de concientización y de la buena causa esgrimida, estos innecesarios subrayados convierten lo que podría haber sido una buena película de denuncia en un machaque mucho menos interesante.

Diego Faraone

  1. Lion. Australia / Estados Unidos, 2016.

 

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