Piano, piano - Semanario Brecha

Piano, piano

Hugo Fattoruso y Leo Maslíah son los dos uruguayos que producen las cosas más interesantes con un piano o teclado en la actualidad. Son dos compositores con una imaginación desbordante, que año a año van derrumbando barreras nuevas, no hay límite que los pueda conformar, ni desafío que no estén dispuestos a asumir.

Foto: DIFUSION

Creo que hay consenso si pongo que Hugo Fattoruso y Leo Maslíah son los dos uruguayos que producen las cosas más interesantes con un piano o teclado en la actualidad (por lo menos desde la muerte de Héctor Tosar). Son dos compositores con una imaginación desbordante, que año a año van derrumbando barreras nuevas, como que no hay límite que los pueda conformar, ni desafío que no estén dispuestos a asumir. Tienen la capacitación (técnica pianística, coordinación, velocidad mental, oído excepcional, carisma) como para dar cuerpo a sus intenciones. Producen abundantemente y aun sus seguidores fanáticos nos terminamos perdiendo mucho de lo que hacen: la voracidad creativa tiene la prioridad.

Cada uno de ellos siente tremenda admiración por el otro. Recuerdo de hace añares una participación especial de Leo en un espectáculo de Hugo en el Solís, y ninguna otra ocasión desde entonces. Finalmente el año pasado hicieron en Buenos Aires un espectáculo conjunto, que ahora Montevideo pudo apreciar, el martes 12, con el título Montevideo ambiguo. Un teatro Solís lleno pudo energizarse con dosis excepcionales de musicalidad, imaginación y sensibilidad.

“La papa”, el más famoso de los temas instrumentales que Hugo hizo después de Opa, empezó a sonar con el telón cerrado, y cuando éste se levantó, descubrió a Maslíah al piano y Hugo en los teclados, en una versión sorprendente, con el tour de force pianístico inesperadamente enriquecido, intervenido con una parte adicional.

En algunas partes Maslíah se trasladó a la guitarra, y Hugo al acordeón. En varios temas tuvieron el privilegiado acompañamiento del conocido baterista Gustavo Etchenique y de ese nuevo prodigio que se viene dando a conocer, Albana Barrocas, excelente percusionista, que además canta y se atreve también en otros instrumentos.

La primera parte del espectáculo, toda de música instrumental –o en algún caso con la voz empleada como un instrumento, sin letra– quizá no levantó demasiado vuelo. Luego vino una extensa sección de Leo solo, seguida de otra de Hugo solo (ambos eventualmente acompañados por los percusionistas). Cada uno en lo suyo de pronto se largaron mucho más. Quizá porque la música de uno y de otro es muy compleja y difícil, y ellos son muy distintos entre sí: faltaría un tiempo más de tocar juntos para despejar esa tensión de andar todo el tiempo al borde del abismo.
En esa sección central del espectáculo se destacaron, de parte de Maslíah, una tremenda versión de “Ciprés”, la surrealista “Película ciega” y, luego de ese desborde casi obsceno de notas, ideas y retórica romántica, el refresco de la delicada canción “Luna sola”. Hugo hizo una versión fantástica de “La casa grande” de Mateo, “Mosaico ibérico” (en que Albana se pasó a la batería y se mostró excepcional también ahí, con un enfoque del instrumento que hizo pensar mucho en Osvaldo Fattoruso) y una de “Afro express” que, luego de la parte central de percusiones solas, suscitó una oleada fortísima de aplausos. Esa espectacular sección solista contribuyó a la calidez de la cuarta parte, en que Leo regresó al escenario y que estuvo dedicada sobre todo a canciones suyas, con Hugo como un integrante más de la banda. No son canciones que dejen demasiado espacio para un acompañamiento con mucho contenido de improvisación como suele hacer Hugo, pero justamente por eso era un placer observar la sutileza de los detallecitos que aportaba a cada tema.

El espectáculo terminó en la gloria, aunque con una sensación de desequilibrio, por mayor protagonismo de Leo. Pero es que el equilibrio estaba previsto para el bis, que empezó con un candombe de Hugo, encantador como tantos que compuso. Luego Hugo cantó junto a Rossana Taddei (otra invitada) la más linda versión –entre las decenas que escuché en mi vida– de “Biromes y servilletas”, de Leo (basada quizá en la de Milton Nascimento, pero con un coloque muy especial, no tan melosa, con mayor libertad rítmica, y con el autor al piano complementando el teclado de Hugo). Y terminaron con “Mi canción”, ese pequeño clásico de Hugo, con Leo en guitarra, regalito adicional que despidió al público en un clima de absoluta felicidad.

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