Piel de toro - Semanario Brecha

Piel de toro

Picasso amaba los toros, y la tauromaquia. Fue desde chiquito a las corridas, y lo siguió haciendo toda su vida. Repasó al toro mítico, desde el Minotauro hasta el que jugaba su vida en las más modestas gestas pueblerinas, le gustaba frecuentar toreros y vestirse él mismo de torero, dibujó una y otra vez a los toros, en dibujos, grabados, óleos, esculturas, cerámicas. Quien recuerda al Guernica, lo primero que le viene a la cabeza es el toro. “Su auténtica patria era esa ‘piel de toro’ a la que todavía llamamos España”, escribía Andrés Amorós en ABC, hace dos años.

Como todo el mundo se muere a tiempo, Picasso dejó este mundo en abril de 1973. Hubiera quedado pasmado –al igual que Hemingway– al saber que en algunas zonas de su patria se han prohibido las corridas de toros, que ese movimiento prohibicionista ha ido creciendo, con idas y venidas –bastante ligadas a lo político, claro está–, en otros territorios de lo que llamamos España, de que la fuerza de lo mitológico y lo ancestral-popular ha ido cediendo frente a una nueva sensibilidad abarcadora, que aunque no deje de consumir salchichas y asados, se ubica decididamente del lado del toro, enfrentando como su enemigo natural al torero. Es que una sociedad moderna, occidental, puede fumarse que los hinchas de un cuadro de fútbol golpeen y hasta lleguen a matar en casos extremos a los hinchas del cuadro contrario, o que un boxeador deje incapacitado al contendiente de por vida, pero jamás que un tipo vestido de luces dirija un estoque directo al corazón de un toro de 500 quilos.

Sin embargo, el mundo que alucinaba a Picasso sobrevive. Pero en retirada. El último sábado el torero Víctor Barrio, de 29 años, murió en la plaza de toros de Teruel a consecuencias de la cornada en el corazón que le dio Lorenzo, un toro negro como corresponde, de 529 quilos. Víctor y Lorenzo. (…) porque la defunción de un torero comparte la posteridad con el nombre del toro. Espartero y Perdigón, Joselito y Bailaor, Manolete e Islero, Paquirri y Avispado. Es la manera de recrearse en la superstición del destino. Y de simbolizar la regla más temida de la tauromaquia: el toro muere, el torero puede morir. No siempre Teseo escapa del Minotauro. A veces lo espera hambriento en un requiebro del laberinto”, escribió en El País de Madrid Rubén Amón, el 11 de julio.

Pero mientras este duelo ancestral se repetía, mientras todos los amigos y colegas del joven matador, y los 1.000 habitantes de su pueblo, Sepúlveda, y una cosa más amplia que abarca a todo lo llamado ambiente taurino que lleva el recuento de todas las veces en que el Minotauro triunfó en el laberinto, se sumían en el dolor de la tragedia, ésta fue oportunidad para que, vía las redes sociales, los que se oponen a las corridas en nombre de los derechos de los toros expresaran su odio a los toreros. Entre los twits circulantes se contaban: “La vida fue muy justa. Tu marido recibió lo que merecía. Debería ocurrirle a todos los cobardes, hijos de puta, como él” (dirigido a la viuda de Barrio); “Muere Víctor Barrio, una pena que no sufriera lo suficiente”; “Pobrecito, le tiene que doler el cuerno tras atravesar a ese hijo de puta”; “Una escoria menos”; “Qué bonito es el arte. Indulto para el toro. Una duda: ¿En este caso también se le corta las orejas y el rabo al muerto, ¿no?”; “Muerto y bien muerto. Púdrete en la fosa”; “Bailaremos sobre tu tumba y nos mearemos en las coronas de flores que te pongan. ¡Cabrón!”, rezaban algunos de esos mensajes. Una prueba más, por si hiciera falta a poco que se consulte la historia, de que no hay nobleza de causa alguna que pueda volver nobles a quienes dicen defenderla.

La Fundación del Toro de Lidia, que defiende la tauromaquia, la Unión de Toreros, que preside el matador Juan Diego, han reaccionado frente a estos ataques incluso denunciando judicialmente lo que consideran una campaña de odio, pese a que las principales asociaciones “animalistas” –así se las llama en España– se han desmarcado de esos ataques. Siempre extrema, España, una o las dos que han de helarle el corazón –según los versos de Machado– al “españolito que viene”. Sólo que ahora son las redes, y los juzgados, y los medios, y la occidentalización, y la corrección política o su contrario, los que helarán corazones, o los fabricarán de nuevo. Que la “piel de toro” que definía a Picasso sobreviva o no, cosa es del noticiero de dentro de 50 años.

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