Receta para un brownie fusionado - Semanario Brecha

Receta para un brownie fusionado

Mucho antes de su segundo disco solista, Gonzalo Brown obtuvo por mérito propio un lugar en los colectivos Cantacuentos y Abuela Coca. Si le sumamos su formación como educador social y la autoconstrucción de un rancho de madera en Parque del Plata, donde vive solo, tenemos un caso de múltiple personalidad musical.

Gustavo Brown - Foto Difusión

Cuál de esos grupos de pertenencia, que integrás hace casi 20 años, influyó más en esta etapa solista.

—Imposible jerarquizar a uno, porque ambos me dieron elementos invalorables, y a ambos llegué en paralelo, precisamente porque a amigos en común y compañeros de la Escuela Universitaria de Música les gustó lo que yo hacía, por ejemplo rap a principios de los noventa. En el caso de Cantacuentos, además de considerarme hermano del alma de Martín (Buscaglia), era alumno de Nancy (Guguich), y Cantacuentos sostenía la responsabilidad de ser el heredero de Canciones para no Dormir la Siesta. Fueron oportunidades fabulosas que hay que saber llevar, también.

¿Egresaste de la Escuela Universitaria?

—No, completé sólo el básico de tres años.

¿Te arrepentís de eso?

—No, porque utilicé el tiempo en otras cosas. En la escuela estudiaba saxo, que necesita mucha disciplina y rigor, como todo lo que te propongas hacer en serio, y el sistema de la escuela, estructurado en torno a la música clásica en los primeros años, no funcionó para mí. Yo era más afecto a experimentar. Lo que sí funcionaba bárbaro en la escuela eran los espacios de taller y ensambles, donde alternabas con compañeros de generación que tocaban otros instrumentos, cada uno en su onda. Ahí nos cruzamos, entre otros, con el “Chole” Gianotti y el “Cacho” Rodríguez, que terminaron recomendándome a los demás integrantes de Abuela Coca, entre los que estaba Martín Morón, que ya era mi amigo y conocía mi estilo.

Nancy también.

—Sí, siendo su alumno me invitó a participar en la fundación de Cantacuentos. De formación soy educador social, y estudiaba con ella para reforzar, por el lado artístico, mi trabajo con jóvenes discapacitados.

¿Dónde cursaste esa formación?

—En el Centro de Formación y Estudios (Cenfores), del Instituto Nacional del Niño y el Adolescente de Uruguay
(Inau), ahora es carrera universitaria pero en aquellos años te formaba, básicamente, para trabajar en la órbita del Inau. A pesar de eso mi generación fue la segunda que entró a trabajar en escuelas, o sea, en el sistema educativo formal; se anunciaba una apertura que hoy es de amplio espectro.

¿Trabajás como educador social?

—No, trabajo en el área artística de un colegio de Montevideo. Como educador social hice prácticas en una cárcel y en una escuela de contexto crítico del barrio Cuarenta Semanas. Y con una amiga antropóloga, Valentina Brena, tenemos una productora de contenidos pedagógicos en las áreas integración y equidad racial, llamada Mpatapo; elaboramos unas guías pedagógicas sobre ese tema para el Codicen.

Qué significa Mpatapo.

—Es una palabra vinculada a una cultura nororiental africana, y simboliza la reconciliación, el perdón. Estamos transitando el decenio de la afrodescendencia, que comenzó hace año y medio.

La gacetilla que repasa tu itinerario habla de una puesta en escena electrónica y pistera. ¿Le resulta holgada, esa identidad, a quien intimó con contextos críticos?

—Lo que la gente ve en el escenario, el frontman de Abuela Coca o el animador de Cantacuentos, es una parte de mi persona. En Parque del Plata vivo en un rancho de madera que construí, porque creo en el diálogo pacífico con la naturaleza, y en el escenario creo en la magia; tuve el privilegio de aprenderla de Horacio “Corto” Buscaglia, que dirigió los primeros espectáculos de Cantacuentos. El tipo con más visión escénica que conocí, y con más rigor artístico. No libraba nada al azar, todo atadito.

El primer tema de tu último disco es “Música, oh música”, un guiño a tu concepción de que la música es una sola; ¿a tu vida también llegó fusionada?

—La fusión no quita la experimentación, vivo en un bosque pero estoy explorando distintos soportes virtuales para mi música. En 1985, cuando tenía 10 años, plena era michaeljacksoniana, Earth,Wind & Fire, Parliament Funckadelic, mi tío Jorge “Bombero” Velazco, premiado arreglador de Carnaval, me hacía escuchar Kool & The Gang, terrible banda funk; recuerdo su gesticulación diciéndome: “escuchá los vientos”. Más cerca en el almanaque, un día estaba en un asado y un loco se puso a cantar un tema de Kool & The Gang, y yo, que lo tenía en el disco duro, me puse a acompañarlo. Cuando terminé, una pelirroja divina, Johanna, me dijo que cantaba bien, y Marito Maeso, tremendo músico que ahora está en Barcelona y era el que había cantado, me propuso hacer una banda con él en el bajo, “Tatita” Márquez
–que aunque no lo creas tenía rulos–, en guitarra, Adrián Lorenzo en batería y yo cantando. Armamos la Waka Waka One More Band. De ahí en adelante mi vida fue otra, y le agradezco mucho el haberme conducido siempre por los lugares donde debía estar para ser yo mismo.

—¿En el ámbito musical hay cuentas pendientes con la equidad racial?

—En la música no, en la sociedad muchas.

Y el público que sigue a un artista negro, ¿no opera como aliado para la causa?

—Más allá de cualquier escenario, abundan las personas que le tienen miedo a un negro en un shopping.

  1. Bajo ningún concepto. Perro Andaluz y Cositakultural, 2016; producción artística de Francisco Fattoruso. En diciembre de 2016 Gonzalo Brown, nacido el 28 de enero de 1975 en Montevideo y criado en la Unión, editó el videoclip “Colombia”, que nombra un tema del disco y gira en torno a un cuadro de Diego Méndez. Su anterior trabajo solista, Underbrown, también fue editado por Perro Andaluz en 2005 (www.gonzalobrown.com).

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