Regular y recetar - Semanario Brecha

Regular y recetar

La ritalina (metilfenidato) es un estimulante del sistema nervioso central, utilizado frecuentemente para disminuir la impulsividad y facilitar la concentración en niños diagnosticados con trastorno de déficit atencional e hiperactividad (Tdah), pero el suministro masivo, que aumentó significativamente a partir de los años noventa, ha suscitado una controversia inagotable.

Algunos de sus detractores la nombran como una “droga de control social” –se habla de niños sedados y “zombificados”–, con efectos secundarios (a veces un tanto exagerados) como cefaleas, problemas cardiovasculares, anorexia, estrés o depresión; incluso se dice que puede haber suicidios facilitados por la alteración química propiciada por su uso. En un artículo de la revista on-line Ekintza Zuzena, Walter Tauber habla, no sin buenos argumentos, de una “guerra química” contra los niños y de lo complicado que es para algunos padres ver a sus hijos como sujetos y no como objetos. “Replantearse comportamientos en la familia y en la escuela significa replantearse a uno mismo, replantear las instituciones que nos rodean. Es un paso que pocos se atreven a dar. Es más fácil empastillar al hijo”, destaca con ironía. Otro argumento recurrente contra el fármaco es que el Tdah, atribuido a altos niveles de dopamina en el cuerpo, no puede medirse con una base científica; como no existen tests que puedan dar cuenta de estos niveles, el diagnóstico se encontraría ligado a la visión subjetiva del médico tratante.

Los defensores de la ritalina, principalmente padres, médicos y maestros, hablan de una sustancia más bien inocua si es suministrada en las dosis indicadas y con un buen seguimiento profesional, y sobre todo de los beneficios inmediatos en la mayoría de los niños tratados: padres satisfechos, una mejoría visible en la conducta y en las notas obtenidas. Dicen que a los efectos prácticos es mejor esta clase de medicación a tratamientos psicológicos que pueden durar años sin dar resultado.

En una entrevista con el psiquiatra de niños Ariel Gold publicada en la web de investigación científica del Departamento Estrella Campos (Universidad de la República), el médico enfatiza la necesidad de que el diagnóstico del Tdah esté hecho por un profesional que le dedique el tiempo necesario, que comprenda si se trata de un cuadro congénito o si obedece más bien a otros factores. “Necesitás por lo menos 30 minutos con los padres y 30 minutos con el niño, pero eso es lo mínimo de lo mínimo (…). Tanto el retardo mental, el abuso sexual, enfermedades médicas, entre otras cosas más, son cuadros que pueden tener las mismas características que el déficit atencional. Imagínense esto: ¿cuánto tiempo tenés que estar para saber que un niño fue maltratado o abusado sexualmente? Podés estar años. Un niño que fue abusado sexualmente o maltratado se comporta igual que un niño con déficit atencional.” Es decir, recetar ritalina conlleva un estudio que no siempre se hace, y un concienzudo seguimiento del paciente (principalmente para ir variando las dosis, y para que abandone la medicación en el momento indicado).

Pero es evidente que en el Tercer Mundo, médicos tapados de pacientes y sin tiempo suficiente prescriben la medicación sin el rigor necesario. Por su parte, abundan los casos de padres que con tal de tener a los niños calmados optan por el camino fácil de los fármacos. Y muchas veces lo que conduce a la incapacidad de concentración es justamente una falta de atención paterna, o la necesidad de alguien que imponga límites básicos. Pero las pastillas parecen ser la solución más fácil, una que permite a los progenitores postergar el problema y, de momento, ocuparse de asuntos “más importantes”.

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