Senderos del néctar - Semanario Brecha

Senderos del néctar

En Uruguay las bodegas son mayoritariamente familiares, y muchas de ellas han visto en el turismo vinculado al vino un nicho a explotar para no perder rentabilidad. Sin embargo, y a pesar de los distintos aportes institucionales, nuestro país aún no cuenta con una ruta del vino formal y una estructura estable dedicada al rubro.

Fotos: Fernando Pena.

Bastan unos pocos minutos en la ruta 5 para comprobar que por ella pasa gran parte de la producción y el comercio uruguayos, su tránsito de vehículos pesados y su paisaje de cultivos y ganado no la dejan disimular. No hay que alejarse demasiado de Montevideo para divisar los naranjos que crecen en sus orillas y las vacas con su inevitable cara de póquer. A los costados abunda la naturaleza, con ese verde que caracteriza al pasto cuando lo ilumina un tímido sol de invierno.

A menos de una hora de la capital y a unos 500 metros de esta ruta se encuentra la bodega Familia Moizo, con 11 hectáreas destinadas a la producción de vino. Se trata de una bodega familiar, en la que trabajan habitualmente tres de sus cinco integrantes y una empleada.

Omar, el padre, es la cuarta generación dedicada al rubro y ya tiene una nueva generación consustanciada con el negocio, ya que Fiorella, una de sus hijas, es quien se encarga del marketing, la promoción y las redes sociales de la bodega, mientras que Antonella, la más chica, estudia agronomía, con el negocio familiar en el horizonte.

Son cuatro personas, más algún trabajador zafral, las que cada año producen unos 150 mil quilos de uva, que se traducen en unos 120 mil litros de vino, pero que hoy no son suficientes para exportar, ya que la producción se agota en el mercado local.

Omar cuenta que a mediados de 1800 vinieron a Uruguay los primeros Moizo desde Montechiaro d’Acqui, una pequeña localidad del Piamonte, y se afincaron en lo que hoy es el barrio Peñarol. Años después fue su abuelo quien emigró hacia Juanicó y compró las tierras que aún hoy son trabajadas por el mismo apellido. Plantaron viñedos y frutales durante un tiempo, hasta que en 1954 decidieron abrir su propia bodega. Hoy los Moizo producen bajo la misma estructura, ya que conservan el edificio original, que tiene más de 60 años.

En el predio se encuentra el viñedo, la casa familiar, la bodega, un salón en el que entran unas 80 personas y un pequeño parque de robles, hoy deshojados por el otoño.

En la bodega hay máquinas de lo más diversas: selladoras, tapadoras y hasta una prensa hidráulica. Casi al fondo del amplio local, una trabajadora sostiene un soplete para sellar las tapas de los vinos embotellados.

TODO TERRENO. Desde 2015, y “un poco empujados por la Intendencia de Canelones”, se han reconvertido en bodega enoturística. Para Omar fue fundamental ese apoyo, ya que les permitió capacitarse y viajar a España a conocer experiencias similares. Además resalta que la comuna ha distribuido folletería para difundir el turismo enológico de la zona.

Esa decisión les permitió “encontrar una salida” para la venta de sus productos y poder seguir siendo rentables, sin abandonar la estructura familiar ni el rubro. Desde entonces la bodega recibe visitas, excursiones y realiza festivales, lo que hoy les permite tener al menos un evento cada fin de semana. A diferencia de la gran mayoría de las bodegas, trabajan mucho con el turismo interno, fundamentalmente de Montevideo.

Por su carácter familiar son ellos mismos los que se encargan de todo. Fiorella de la promoción y difusión previa; Sonia –la madre de la familia– y Omar de cocinar, a veces hasta para 80 personas, y las dos hijas de preparar el salón y atender a los comensales. Además, Omar es el guía en la visita a los viñedos y la bodega, que culmina siempre con la degustación. Su especialidad es el tannat, aunque el corte merlot-tannat es el que tiene mayor éxito en las actividades.

La mayoría de las bodegas de Uruguay son familiares, y eso es también un atractivo. “A la gente le gusta que lo atienda la propia familia”, cuenta Omar. Sin embargo, a su juicio, eso también dificulta la profesionalización de las áreas (“estamos para todas las tareas” sintetiza).

Omar y Sonia son enólogos, pero también son quienes van dos veces por semana al norte del país a hacer el reparto, y si bien Fiorella es licenciada en comunicación, con experiencia en agencias de publicidad, Omar entiende que les hace falta formación en marketing, turismo y comercio. Para él es importante profesionalizarse en el enoturismo, pero “sin perder el valor agregado de lo familiar”.

Hoy la bodega tiene todas las fichas puestas en el turismo enológico, y a futuro les gustaría que el flujo de visitas les permitiera dedicarse a eso de forma diaria, aunque reconocen que deberían hacer algunos cambios en la estructura de funcionamiento, ya que en los dos días semanales que hacen el reparto se ausentan por completo. Pero Moizo ya tiene decidido que el enoturismo es “un nicho para explotar”.

DESDE EL OTRO LADO. Para los distintos actores vinculados al sector vitivinícola, el enoturismo presenta también un desafío. Ximena Acosta, directora de Desarrollo Turístico de la Intendencia de Canelones (IC), considera que fue fundamental el proyecto con el ayuntamiento de Vilafranca del Penedés (Barcelona), en el que el estado de Cataluña apoyó e impulsó el desarrollo del enoturismo en el departamento. “Vimos un antes y un después de eso”, ya que les permitió visualizar al enoturismo como una verdadera alternativa para las bodegas familiares.

Desde entonces la respuesta ha sido positiva, ya que hubo una apertura al cambio mediante una reconversión económica, pero también a partir de la necesidad de modernización en un departamento que concentra el 70 por ciento de las bodegas del país.

Acosta cuenta que las bodegas están trabajando muy bien, la mayoría de ellas con turistas extranjeros, sobre todo brasileños, aunque existen también las que canalizan el turismo interno. Sin embargo reconoce que aún queda camino por andar: “la señalética que indique la famosa ruta del vino es un reclamo constante”, ya que hay algunos carteles pero no los que las bodegas demandan para un mejor funcionamiento turístico.

Juan Marichal, vicepresidente del Instituto Nacional de Vitivinicultura (Inavi), considera que, al margen de establecer o no una ruta concreta, lo importante es vincular el enoturismo con otras actividades similares; por ejemplo, ligarlo con los otros productores de la zona. A su criterio, en Uruguay el turismo enológico es distinto al de otros países, en los que se lo percibe como “la opción premium”, porque implica vivir la experiencia de todos los procesos de producción. En otros lugares, cuando se recorren las distintas rutas del vino, los visitantes paran en una bodega, hacen la degustación, compran y van a la siguiente. Con el tipo de turismo que se ha desarrollado en Uruguay, en el que cada visita lleva más tiempo, no es posible ir a más de una o dos bodegas en la misma recorrida, por lo que un circuito concebido como en otros países no es viable. De todos modos, cree que igual puede hablarse de “una ruta del vino”, aunque no conste de un sendero cerrado con un recorrido definido.

También comenta que el modelo enoturístico uruguayo procura mejorar la señalización, ubicar las bodegas en los mapas y en que sean ellas mismas las que recomienden otras cercanas. Es en esta línea que se avanzaría en una ruta establecida.

Desde el Inavi consideran que el desafío para la vitivinicultura en los próximos años es “desarrollar el mercado internacional y crecer hacia afuera”, y ven al enoturismo como una herramienta para dar a conocer los vinos uruguayos. Igual no desestiman el mercado interno, ya que Uruguay está “entre los diez países con mayor consumo per cápita y el de mayor consumo en toda América”. A su entender el turismo enológico posee la doble ventaja de “difundir el vino uruguayo en el mercado local y posicionarlo en el exterior”, además de ser fundamental para bodegas pequeñas que no acceden a canales de mayor difusión.

Dado que aún es “una pata bastante nueva” de las opciones turísticas –y en etapa de crecimiento–, las instituciones se acomodan a estos cambios. Por ejemplo, el Inavi sigue “redefiniendo su rol”, porque antes no existía un área específica, pero ya hace más de tres años que cuenta con personal especializado que, entre otras cosas, asesora a las bodegas que quieran reconvertirse.

HOY Y SIEMPRE. El enoturismo no es tan joven en Uruguay, lo nuevo es el apoyo institucional. “Hay empresas que hacía años estaban trabajando bastante solas en el rubro”, diagnostica el vicepresidente de la Asociación de Turismo Enológico del Uruguay (Ateu), Diego Spinoglio, en conversación con Brecha. Dos ejemplos de esa soledad lo encarnan el Establecimiento Juanicó y la bodega Spinoglio, que lleva el apellido de su familia.

Antes no se tenía demasiado en cuenta al rubro, pero ahora suele haber –dice– una “voluntad política”. El Ministerio de Turismo, Ateu, el Inavi y las intendencias trabajan en conjunto y desde hace poco integran junto a los privados la Mesa Nacional de Enoturismo para coordinar su promoción y desarrollo.

Hoy Ateu tiene 19 socios, todos de Montevideo, Canelones y Maldonado, y varios pedidos de ingreso que están en trámite. Si bien aún no han integrado a las bodegas del oeste uruguayo –en su mayoría de Colonia, que es un foco importante del turismo vinero–, está en sus planes que se incorporen pronto a la asociación.

El representante de Ateu percibe que a pesar de que hay voluntad en las instituciones, hace muy poco que se ha puesto el foco en este nicho: “aún está en el debe la ruta del vino”. El otro objetivo es lograr, a través de la promoción, una mayor cantidad de turistas, ya que hoy “no es suficiente como para mantener una estructura estable dedicada a ese rubro”.

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Viñas de mujeres

Sin apellido bodeguero

En 2007, cuando Analía Lazaneo y Valentina Gatti compraron –gracias a un inversor extranjero– ocho hectáreas y media en Las Brujas, a 30 quilómetros de Montevideo, y comenzaron a trabajar el proyecto Bodega Artesana, eran pocos los que confiaban en esta idea, ya que ninguna de las dos venía de familia de tradición vinera. Y se trataba de dos mujeres en un ambiente que Analía describe como “bastante machista”.

Luego comenzaron a plantar tannat, merlot y zinfandel (el único cultivo en Uruguay de esta cepa de origen croata, muy popular en Estados Unidos). En 2010 logaron elaborar la primera tanda, pero como aún no habían construido la bodega lo hicieron en Pizzorno. Fue recién en 2011 que lograron hacer la primera vendimia cien por ciento en Artesana.

Actualmente exportan el 60 por ciento de su producción, sobre todo a Estados Unidos, Brasil, Inglaterra, Alemania y Canadá. Del 40 por ciento restante usan un 10 por ciento para las actividades turísticas de la bodega y el resto se vende en el mercado local. Si bien el enfoque enoturístico estaba en el proyecto inicial, fue en 2014 que arrancaron con fuerza, luego de construir un espacio donde recibir gente.

Analía cuenta que se volcaron a ese nicho no por rentabilidad sino por el interés de mostrar el proceso artesanal de elaboración. Hoy se han dado cuenta de que “nos sirve más de lo que pensábamos, hoy lo que más queremos es vender acá, en la bodega”. Cuenta que desde que arrancaron reciben mayoritariamente público extranjero, aunque recientemente han destinado sus esfuerzos no sólo al turismo nacional sino también a uno más joven, “para renovar el público”.

Diez años después, estas jóvenes montevideanas que se conocieron estudiando enología y no tenían tradición bodeguera han demostrado que ese hándicap no fue una barrera. Hoy esta primera generación produce unas 35 mil botellas de vino al año, y para hacerlo tienen un equipo estable de ocho personas, más un agrónomo que va quincenalmente. Ellas, por definición, no suman personal en las vendimias, ya que el del viñedo está desde que se plantaron las primeras cepas y que el de la bodega desde que ésta se construyó. Todos conocen el trabajo como “la palma de su mano” y no quieren perder ese patrimonio incorporando más gente, aunque les signifique un gran esfuerzo acomodarse para lograrlo en cada vendimia.

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Contando copas

Si bien la evaluación que hacen los actores involucrados es positiva, hoy no hay números oficiales acerca de cómo está funcionando esta rama del turismo. Por esta razón, en 2017 se creó el Observatorio de Enoturismo de Uruguay, una iniciativa que busca relevar el comportamiento del sector recabando datos precisos acerca del flujo de visitantes, épocas de mejor funcionamiento y origen de los turistas. Es un proyecto gestionado por el Inavi en coordinación con el Ministerio de Turismo y Antel, que “aún está en una fase piloto y todavía se están sumando bodegas”, explicó Marichal.

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Una experiencia cooperativa

Vicca está conformada por 23 productores que integraban la gremial del centro de vitivinicultores, y surgió como una alternativa para “seguir trabajando de forma rentable” en un mercado que estaba copado. Según el director de la cooperativa, Ricardo de Paz, “el sector vitivinícola tiene una concentración muy grande, porque son tres o cuatro empresas las que tienen el mercado”.

Fue así que estos productores familiares tomaron contacto con la Confederación Uruguaya de Entidades Cooperativas (Cudecoop) y el Foro Mundial de Cooperativas y descubrieron que esa era la herramienta que más se adaptaba a sus necesidades.

Hoy entre todos suman unas 130 hectáreas de viñedos, y el año pasado molieron 780 mil quilos de uva que se transformaron en más de 400 mil litros de vino. Además producen jugo de uva, una bebida sin alcohol que es la única en Uruguay que se envasa en vidrio, producción que es sólo para el mercado interno, ya que es muy difícil colocarla en Brasil, el único destino al que exportan.

Roberto Patarino, presidente de la cooperativa, cuenta que este año, antes de la vendimia, se fue a negociar a Brasil con las cooperativas Garibaldi, La Aurora y Nueva Alianza –a las que se les iba a exportar– para conocer las necesidades y saber qué variedades buscaban. Gracias a estos acuerdos, entre este año y principios de 2018 es posible que exporten un total de 360 mil botellas.

Además vuelcan al mercado interno no sólo el jugo de uva sino también el vino Narradores, que se enmarca en un proyecto que cuenta con el apoyo de la Oficina de Planeamiento y Presupuesto.

Hoy para estos cooperativistas las dificultades son fundamentalmente logísticas, ya que al no contar con una planta envasadora ni con bodega propia están obligados a tercerizar esas actividades, lo que les implica depender de los tiempos de otros.

Resolver esto es un objetivo a corto plazo, ya que manejar todas las etapas de la producción les permitiría crecer y diversificarse en el mercado internacional (el objetivo es Estados Unidos, que paga un precio más alto por botella). Y además, según De Paz, al hacer estas incorporaciones podrían dedicarse también al turismo enológico.

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