Tiempos idos - Semanario Brecha

Tiempos idos

En la nutridísima cartelera teatral de los últimos días, de distintas maneras, tres títulos evocan un pasado real o ficticio que cobra vida a través de la representación.

 

Sueños de un seductor (Alianza, sala 2), de Woody Allen, dirigida por Álvaro Ahunchain, lleva a escena el chispeante texto que el propio autor protagonizara en la pantalla en 1972, a las órdenes de Herbert Ross. Las imágenes finales del clásico Casablanca (1942) juegan a modo de inspiración para hacer que Allan (Tito Prieto), un antihéroe estudioso del cine, trate de seguir los pasos y los consejos de su admirado Bogart y así triunfar en el amor que siempre parece esquivarlo. Bien delineados personajes y un puñado de jugosas ocurrencias, como el logrado contrapunto entre lo que sucede y lo que podría llegar a ocurrir, se integran en una original comedia que Ahunchain lleva adelante apoyado en el rendimiento de Prieto, quien de inmediato se gana a la platea, un Pablo Robles atento a los dobleces de su pose de triunfador, y una Laura Martinelli que saca provechoso partido de la media docena de siluetas que le toca animar.
Dulce jueves (El Galpón, sala Cero), de John Steinbeck, con dirección de Marina Rodríguez, adapta una novela publicada en 1954 por el gran autor de Viñas de ira, La fuerza bruta, La perla, Al este del paraíso y Viajes con Charlie que, en principio, no contó con la repercusión que quizás merecía por su entrañable pintura de personajes. Maestro en el manejo del diseño de la pequeña gente que supo conocer y tratar en sus recorridas a lo largo y a lo ancho de Estados Unidos, Steinbeck retrata aquí a un quinteto que por uno u otro motivo se da cita en un burdel. Allí surge una historia de amor a contrapelo, tiempo después evocada por un cuarteto que asimismo cobra vida frente al espectador. El humor, la ternura y un sutil toque satírico se mezclan en una puesta que exige el desdoblamiento de cuatro de sus actores, un recurso que, al comienzo, plantea algunas dificultades de percepción a una platea desprevenida. Rodríguez, de todas maneras, se encarga poco a poco de aceitar el mecanismo hasta conseguir el difícil equilibrio que demanda la inesperada simultaneidad de testigos del relato en cuestión. Buena parte de los logros descansa en el puntual rendimiento del elenco, donde, ante la comedida madama que interpreta con holgura Ángeles Vázquez, Lila García, Nacho Duarte, Suka Acosta y Chelo Pagani, munidos de impagable celeridad, llevan a cabo las transformaciones del caso a la mismísima vista de los asistentes. La novela entonces se vuelve teatro.

Inolvidables (Notariado), de Rafael Pence e Ignacio Cardozo, con dirección de este último, a modo de gran revista musical con 14 artistas en escena, repasa bailes, canciones, modas y costumbres apreciados en el Uruguay de décadas atrás. Excelentes coreografías, estupendos bailarines y el magnífico vestuario del mismo Cardozo cobran un protagonismo realzado por los refinados juegos de luces diseñados por Nicolás Amorín y la rica banda sonora que abarca desde Glenn Miller hasta el Club del Clan, y de allí a Serrat, en la que sólo podría extrañarse la falta de Travolta y los Bee Gees o de Michael Jackson. El desfile resulta tan agradable y contagioso como la idea que lo motiva. Un orden de cuadros algo errático, un relato que los aportes visuales y sonoros del espectáculo hacen parecer innecesario y la falta de nitidez de buena parte de las proyecciones disminuyen, empero, por momentos, los grandes logros de este nuevo trabajo de dos expertos en la materia como Pence y Cardozo.

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