Un choro azul que viaja - Semanario Brecha

Un choro azul que viaja

El choro es un ritmo que, fiel a su cuna, seca lágrimas con jeitinho. Reputado como la primera música popular de Brasil, tiene adeptos en el mundo y saltó al cine; entre nosotros lo cultiva La Chorona, colectivo musical que pasó de cuatro fundadores, en 2003, a cinco integrantes con disco “a la uruguaya” en puerta.

Con Ignacio Delgado

Mencionemos a los pioneros y a la formación actual.
—Santiago Silvera, Nicolás Albé, Mariano Álvarez y Pablo Musetti. Hoy somos Bettina Lain en flauta traversa, Bruno Tognola en guitarra, Joaquín Mujica en cavaquinho, Federico Costa en cavaquinho y mandolina, y quien les habla, Ignacio Delgado, en pandeiro.
¿Cómo surgen?
—En 2003 Santiago Silvera y los demás escucharon un disco de pasta de Waldir Azevedo, creador del tema “Brasileirinho”, considerado el himno del choro, y fue amor a primera escucha. Empezaron a sacar las melodías en guitarra y después unos franceses, o alemanes, les regalaron un cavaquinho. Después me sumé yo, otros, uno de los fundadores se fue a vivir a Florianópolis y creó La Chorona Brasil, otros hicieron lo mismo pero en Barcelona y nosotros, La Chorona Uruguay, somos cinco que hace tres años que tocamos por todos lados, luego de un azaroso proceso de inserción. Y nos identificamos, más que como grupo, como colectividad “chorística”.
Por el vínculo con los que emigraron.
—Claro, hay familiaridad musical y sensible.
Para los brasileños el choro es la primera música popular, ¿para ustedes?
—Es un ritmo brasileño al que le incorporamos murga, candombe, tango y milonga, es decir, impronta uruguaya. No nos va mal, más de un turista brasileño nos ha dicho “qui beleza” y con los “chorones” de Floripa nos pasó que, culminado el toque, ellos no acreditaban que éramos uruguayos. Esta región de Sudamérica también es región musical, los parentescos del tango y la milonga con el chorinho son evidentes. Vino a tocar con nosotros Rogerio Souza, tremendo guitarrista brasileño, y nos juntamos con Toto Méndez en un pub. Era increíble cómo cuerdas tan diversas, las del Toto, las de Rogerio y las de La Chorona, fusionaban como si siempre hubieran estado juntas.
Hugo Fattoruso también tuvo a bien “fusionarse”.
—Sí, un monstruo. Estamos grabando un disco que saldrá los primeros meses de 2015 y en el que aceptó participar, a cambio de nada, ni bien se lo planteamos. Y el año pasado, que hicimos un toque grande en la sala Vaz Ferreira para difundir un devedé que grabamos en un toque anterior en la sala La Experimental, también estuvo. Para la Vaz Ferreira pensamos en mandarle las partituras y que cayera un rato antes del recital, pero el tipo nos preguntó qué día ensayábamos y llegó 15 minutos antes de la hora fijada. Nunca visto. Quisimos darle al menos un viático por las molestias, y no hubo forma de que lo agarrara. Aparte de la grandeza de su actitud, nos confirmó que alguna cosa bien estamos haciendo. También Edú “Pitufo” Lombardo nos invitó a participar en su último disco solista, y Ney Perazza frecuenta nuestro toques.
Muchas opiniones coinciden en que choro viene de llanto, pero lo escuchás y suena a divertimento.
—Algunos chorinhos, los menos, están inspirados en hechos lamentables, pero es casi imposible no sonreír cuando suena un cavaquinho o un pandeiro. Te dan Brasil al segundo.
El cavaquinho es una guitarrita.
—Sí, con cuatro cuerdas afinadas como las últimas cuerdas de la guitarra pero la última, en lugar de afinar en mi, afina en re.
El pandeiro luce como muy simple.
—Evolucionó mucho, hoy podés interpretar con él cualquier música. Cuando empecé venía de tumbadoras, candombe, murga, mucho “latin”, mucho Cuba, pero con respecto a Brasil, era un frasco vacío. Poco a poco fui virando hacia la riqueza sonora de ese país gigantesco. Y ahora nos esforzamos por interpretar el choro desde nuestro sentir, nuestra cultura musical, apostar a la mixtura. En febrero pasado fuimos con Bruno y Joaquín a Rio de Janeiro, y nos colamos en una ronda de chorinho, que es la “jam session” del género. Cuando les dijimos que éramos la única banda de choro en Uruguay quedaron de cara.
Hubo otra.
—Sí, llamada Barbosa, funcionó durante un tiempo y se disolvió, adivino, por exceso de laburo de los músicos que la integraban.
Un amigo escritor encontró, en un boliche de Rio, a un personaje que se presentó como pesquisador de chorinho.
—Alucinante, allá es un ritmo casi ancestral, Jacob do Badolim fundó una banda de choro que tiene medio siglo y su “pandeirista”, Jorginho do Pandeiro, cumplió 84 años hace una semana.
Y hay un club en París.
—Y en Lisboa y otras capitales europeas. Nomás en Argentina hay un club de samba y choro en Buenos Aires y otro en La Plata. Tocamos con ellos y nos trataron como hermanos; esto es, de hecho, una hermandad. Me hice traer un pandeiro japonés, dirás por qué, teniendo a Brasil a tiro, bueno, tengo seis pandeiros de distintos lugares, pero quería uno de esa zona del planeta.
¿Suena bien?
—Muy bien, y es el más liviano de todos, lo cual importa mucho. El choro es un ritmo de alta exigencia, si no estás entrenado tocás dos temas y tirás la toalla. Nosotros tocamos, a veces, hora y media.

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