El vuelo inmortal de un periodista - Semanario Brecha

El vuelo inmortal de un periodista

Periodista desde los 21 años, Rogelio “Pajarito” García Lupo vivió durante la segunda mitad del siglo veinte trabajando y creando periodismo en América Latina. Nació el 16 de noviembre de 1931 en Buenos Aires y allí murió, como “un animal urbano”, según su propia definición.

De izquierda a derecha: García Lupo, Rodolfo Walsh, Roberto Rodríguez.

Desconfiaba del estallido informativo de la era Internet y su escasa precisión “porque además demuestra el dominio de las máquinas sobre los seres humanos”, cosa que le preocupaba. Sobre eso estaba preparando un texto para incluir en sus memorias, pero la muerte se lo llevó en la noche del sábado 20.

Periodista desde los 21 años, Rogelio “Pajarito” García Lupo vivió durante la segunda mitad del siglo xx trabajando y creando periodismo en América Latina. Nació el 16 de noviembre de 1931 en Buenos Aires y allí murió, como “un animal urbano”, según su propia definición.

Con el golpe militar de 1955 se hizo amigo de Hugo Alfaro, llegado a Buenos Aires para documentar la caída de Perón para el semanario Marcha. Empezó a escribir a instancias del propio Alfaro y de Carlos Quijano, de quien se haría amigo poco después. Sus crónicas sobre los vaivenes militares en la Argentina de los años sesenta y setenta publicadas en Marcha fueron, junto con las de su amigo Gregorio Selser, verdaderos documentos de época. Terminaron editadas en los libros La rebelión de los generales, Contra la ocupación extranjera, y la joya de investigación, Mercenarios y monopolios en la Argentina. De Onganía a Lanusse. Este último está considerado un ejemplo de periodismo de investigación en el país y junto con Operación Masacre, de su amigo Rodolfo Walsh, un trabajo pionero en el género en América Latina. Publicó 12 libros y sus notas fueron revolucionarias en un continente que se debatía entre el imperio y la revuelta social. Amigo de Eduardo Galeano, Carlos María Gutiérrez, Ángel Rama, Gabriel García Márquez y del Che Guevara, anduvo por toda la región organizando las oficinas de Prensa Latina. Una agencia que ayudó a fundar junto a sus amigos Walsh y Jorge Massetti, en La Habana de los primeros meses de la revolución, al amparo del Che. Pero nunca se consideró un revolucionario. En la última entrevista con Brecha (10 de abril de 2015) admitió que cuando Ricardo Ma-ssetti lo invitó a los ejercicios militares para todos los ciudadanos, tras la frustrada invasión de Playa Girón, él se negó. “Vine a hacer periodismo, no a manejar armas”. Armó sus valijas y volvió a Buenos Aires para enrolarse en la agencia Ips.

Los años sesenta en América Latina lo hicieron un hombre de referencia en temas políticos y económicos a partir de sus trabajos de investigación. “No creo en el periodismo militante, pero sí en la militancia del periodismo. Lo único que hice toda mi vida fue trabajar con paciencia la información, y eso no tiene partido. Claro que teníamos una orientación ideológica, pero eso sólo nos marcaba el rumbo sin cercenarnos la libertad de trabajar”, aseguró a Brecha en referencia a los avatares del oficio en los últimos años.

En 1973, con la vuelta de la democracia y el regreso del peronismo al poder, García Lupo ingresó en la Editorial Eudeba, de la Universidad de Buenos Aires, donde trabajó con Arturo Jauretche y Rodolfo Puiggros. Con Eduardo Galeano trabajó en la revista Crisis y cuando la dictadura militar llegó al poder en 1976 vio cómo sus amigos morían, desaparecían o se exiliaban. Optó por quedarse en Buenos Aires sin periodismo y con un empleo de oficina en una empresa constructora. “Una vez me mandaron a representar a la empresa en una licitación y el militar que leía los pliegos públicos en voz alta se detuvo en mi nombre: García Lupo… había un periodista ¿no? Me quedé callado y el mal momento pasó con un terror tremendo”, recordó. En febrero de 1982 un militar amigo le confesó que la junta de gobierno planeaba invadir las islas Malvinas. Pajarito llamó a sus amigos en España con la primicia, y ese año volvió al oficio de su vida.

Su archivo completaba dos habitaciones y era codiciado por una universidad estadounidense. Contenía cartas del embajador de Estados Unidos en Buenos Aires en tiempos de Perón, Spruille Braden, informes sobre las maniobras financieras de las multinacionales en Argentina en tiempos de Onganía y hasta papeles sobre el lavado de dinero en tiempos de Carlos Menem a mediados de los años noventa. Terminaron en la Biblioteca Nacional de Argentina y hoy tienen su propio sector, nombrado Rogelio García Lupo.

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