Aprendiendo todavía - Semanario Brecha
Con Julio Cobelli

Aprendiendo todavía

Hablar del maestro Julio Cobelli es hablar de uno de los mayores referentes de la guitarra popular del Río de la Plata. El lanzamiento del disco Guitarreros, uno de sus últimos proyectos discográficos, fue el pretexto para conversar un poco acerca del pasado y el presente.

MAGDALENA GUTIÉRREZ

—Quiero pedirte que nos hables un poco de tus comienzos con la guitarra.

—Te cuento –esto lo he contado muchas veces y a veces me dicen: «No tenés que decir eso», pero lo digo porque es la verdad–: a mí no me gustaba la guitarra. Mi papá [Floro Cobelli], que tocaba y cantaba, tenía un alumno, un señor que era chofer de ómnibus. Yo tenía 10 años. Entonces me llevaba, le daba la clase al señor y yo me sentaba en un banquito y miraba para arriba, porque no me interesaba. Pero que no me interesara no quería decir que no me entrara por el oído. Yo creo que sí. A la semana siguiente mi padre me volvía a llevar y yo volvía a sentarme en el banquito, y me daba cuenta de que el señor no aprendía. Mi papá le pasaba cosas, pero no había caso. Así fue pasando el tiempo.

Mi padre tenía un hermano que era dueño de un rancho. Se hacían comidas y ese tipo de reuniones. Mi tío me trajo una guitarra, la puso en mis manos y me enseñó el la, el mi y el si, y con eso tenía que tocar un valsecito. Yo tenía 14 años y toqué esos tres tonos durante ocho horas. ¿Te imaginás? Me dolían los dedos, pero descubrí que me gustaba la guitarra. Después, mi padre me compró una Sentchordi en un cambalache de la calle Soriano, pasando Andes. Me acuerdo de que había una guitarra Caruso, pero era más cara y a mi padre no le daba la plata. Así que la Sentchordi, que tenía 18 trastes en lugar de 19, fue mi primera guitarra. Era la época de los payadores. Mi padre era amigo del payador Walter Apesetche, que venía de San Ramón, un hombre que en ese entonces tenía 33 años. Yo tenía 15. Mi padre habló con él para que me diera clases y él le dijo: «Mire, don Floro, yo no enseño, pero, siendo usted mi amigo, mándemelo a su hijo».

—¿Y qué cosas te enseñaba?

—Con mi padre ya había aprendido a tocar milongas y otras músicas. Se tocaba mucho estilo, que ahora no se toca. Tocaba con la púa que se engancha en el pulgar. Él me dijo: «No, vos tenés que tocar con la púa triangular», y me enseñó a manejarla de la manera en que la uso hasta el día de hoy. Me enseñaba punteos, escalas, punteos de zambas, punteos de valses, introducciones. Yo las aprendía, las practicaba en casa y a la semana las tocaba de memoria, porque no había nada para grabar. Un día Apesetche me dijo: «Decile a tu papá que venga, que quiero hablar con él». A la clase siguiente mi padre fue conmigo. Entramos a la casa, lo hizo tomar asiento y le dijo: «Mire, don Floro, a su hijo no le voy a dar más clases de guitarra». Mi padre le preguntó cuál era el motivo y él respondió: «Le estoy robando la plata, porque su hijo toca más que yo. A partir de ahora vamos a hacer un trío y él va a tocar conmigo». Así se formó un trío con Alfredo Presa, un señor que acompañaba con la guitarra y el guitarrón. Yo punteaba junto con Apesetche; hacía la segunda guitarra. Tanto es así que al tiempo algunos me decían: «Claro, tocás la segunda y la primera la hace él». Lo que no sabían era que me estaba enseñando algo muy bueno: a hacer las segundas voces, que son las más difíciles.

—¿Ese concepto de las segundas voces es el mismo que aplicás hoy en día en tus arreglos?

—Sí, claro, viene de ahí. Incluso cuando, por ejemplo, en un cuarteto de guitarras querés que haya una tercera voz, todo depende de lo que haga la segunda. La podés resolver un poco más fácil si la segunda no se mueve mucho; de lo contrario, le quita movimiento a la otra. La segunda tiene que ser más derecha. Todo eso lo aprendí con Apesetche. Con el trío grabamos un disco acompañando a un señor llamado Washington Gatti, que cantaba tango. A raíz de ese disco, Hilario Pérez, cuando por segunda vez armó un conjunto con Alfredo Zitarrosa, me fue a buscar para que hiciera la segunda y la octava. Ese fue mi comienzo con Zitarrosa, en el 70. El primer disco con él lo grabé al año siguiente. Se llamó Coplas del canto.

—¿Quiénes eran los guitarristas referentes del medio en ese entonces?

—Mario Núñez. En la época en la que yo empecé –y en todas las épocas (yo toqué con él hasta 2004 o 2005; falleció el 1 de noviembre de 2011)–, Mario era el guitarrista más espectacular que tenía este país. Alberto Larriera, Nelson Olivera, Gualberto López y Walter de los Santos también. Te hablo de gente mayor. Después están los guitarristas anteriores a ellos: Alfonso Pisera, Julio Fontela, Miguel Silva Aguilar (sobrino de José María Aguilar, el guitarrista de Carlos Gardel), que era una segunda guitarra espectacular. Con él llegué a tocar en un trío junto con Pérez, acompañando a una cantante que se llamaba Marisa Lamar. Había otro guitarrista solista muy bueno, que se llamaba Uruguay Zabaleta, que tocaba solo y con la técnica de la guitarra clásica. Él fue quien introdujo en Uruguay las zambas y otras músicas argentinas como solista.

—¿Cómo fue tu encuentro con Roberto Grela?

—Fue a través del guitarrista uruguayo Alfredo Sadi, a quien conocí en el 79. Él ya vivía en Argentina, pero de los discos que hizo acá algunos los grabamos con Larriera, Toto Méndez y Ledo Urrutia. En otros, yo le hice todas las guitarras. Sadi era amigo de Grela porque, además de trabajar con la música, pintaba casas y le pintaba la casa a él. Así que le llevaba las grabaciones y se las hacía escuchar. Le decía: «Mire, Roberto, lo que grabé allá, en Montevideo, con un amigo que toca la guitarra. Tiene 30 años». Al escuchar las grabaciones, Grela le dijo: «Che, qué bien que toca ese pibe». Y, como estaban a punto de grabar un disco juntos, le terminó diciendo: «Traeme a ese pibe».

En el 82 Grela tenía la edad que tengo yo ahora: 69. Cuando me dijeron de ir a grabar con él, fue como tocar el cielo con las manos. Allá nos fuimos con mi señora a su casa. Yo llevaba mi primera guitarra Santurión, que fue con la que después toqué con Zitarrosa –ahora tengo otra–. Grela tenía una repisa de mármol en la pared y, sobre ella, una guitarra Núñez, que fue con la que grabó. Ahí nos presentamos y charlamos con su esposa, la Porota, divina señora. Después de un rato me dijo: «Bueno, vamos a ir mirando algo, a ver qué va a cantar y qué vamos a grabar». Yo conocía más o menos lo que él hacía, pero de ahí a tocar con el tipo era otra cosa. Entonces, cuando sacó la guitarra, yo saqué la mía. Ya el primer día sacamos ocho temas. Yo tocaba lo que él me pedía: «Pibe, tocá acá. Pibe, toca así». Y ahí tenés que tocar. Si preguntás dos veces, la cosa no va. Yo me quedaba en la casa de Sadi. Llegaba allá y seguía ensayando para el día siguiente. Pero mirá qué interesante: yo iba y tocaba exactamente lo que me había dicho el día anterior, pero él tocaba otra cosa, más linda todavía; entonces me tenía que ajustar a eso. Grabamos diez temas en dos sesiones, en vivo y en directo, tocados y cantados.

Una noche estábamos cenando en una mesa con Sadi y su señora, y él me preguntó: «Dígame, pibe, ¿cuánto hace que toca la guitarra usted?». Le respondí: «Mire, maestro, yo tengo 30 años y hace más o menos 15 que toco». Entonces dijo una frase que siempre voy a recordar: «Mire, pibe, yo toco desde el año 29 y todavía estoy aprendiendo».

—Esa experiencia debe de haber influido en tu forma de tocar.

—Sin duda. Me aclaró el panorama en varios aspectos. Grela me pasaba los acordes divididos, yo tocaba dos notas del acorde en el registro grave y él lo completaba en la zona aguda, logrando una sonoridad más abierta. Era un recurso que él utilizaba mucho y acá no se usaba. Yo lo traje de allá.

—De todos los guitarristas que has mencionado, vos sos el más joven. ¿Qué sucede con las generaciones posteriores?

—Hubo un tiempo en el que prácticamente no surgieron guitarristas que tocaran este tipo de música. Me refiero a la generación inmediatamente siguiente a la mía. Hay que tener en cuenta que a los muchachos con los que toco ahora en Guitarreros les llevo 23 o 24 años. Guitarristas como Guzmán Mendaro, Poly Rodríguez y Nicolás Ibarburu nacieron con el rock, el jazz y otras cosas, pero me llamaron –creo que el primero fue Guzmán– porque querían aprender a tocar tango. Yo les pasaba los ritmos de milonga, tangos, las progresiones de los acordes, y ellos fueron aprendiendo y familiarizándose con el repertorio.

—¿A partir de ahí surgió el proyecto Guitarreros?

—Ellos eran amigos porque tocaban juntos. Guzmán y Nicolás tocaron con Jaime Roos, y Poly tocó con ellos. Pasado el tiempo, ya habíamos tocado juntos en algunas oportunidades. Y vino a verme Diego Bernabé, el organizador del festival Música de la Tierra, con la idea de hacerle un homenaje a Zitarrosa. Fue así que armamos el grupo Guitarreros. Empezamos a ensayar milongas, tangos, algún valsecito. Yo hacía la primera guitarra, mientras que las otras dependían del tema: el guitarrón a veces lo tocaba Poly y a veces Nicolás. Finalmente, fuimos al festival, hicimos el homenaje y pudimos contar con invitados como Laura Canoura, Maia Castro y el acordeonista brasileño Renato Borghetti. La idea era repetir el espectáculo, pero vino la pandemia y todo lo demás. El disco lo grabamos en 2018, pero salió recién ahora.

—¿La idea con el cuarteto era mantener un sonido tradicional?

—La idea era tocar milongas. Pero después empezamos a sacar «La cumparsita», temas de Zitarrosa, algún vals; es decir, un repertorio clásico con un sonido tradicional y arreglos a la manera de las guitarras de Zitarrosa, con primera, segunda, octava, el guitarrón que acompaña y alguna otra parte en la que yo hago un solo o algún contracanto, como es habitual en este tipo de formato. Después, cuando surgió la posibilidad de grabar, quisimos buscar para el disco un sonido distinto, nuevo. Para eso grabamos «Stefanie», con Nicolás en la guitarra eléctrica, Guzmán en la guitarra de 12 cuerdas, Poly en el guitarrón y yo en la guitarra. ¡Y quedó muy bien! Así grabamos también la «Milonga de las Américas», que compusimos nosotros, con guitarra eléctrica y guitarra de 12 cuerdas.

—¿Cómo es el trabajo dentro del grupo?

—Generalmente, doy una primera idea de cómo hacer el arreglo de un tema, pero los muchachos aportan lo suyo y sugieren cosas todo el tiempo. Me tienen como referente y me respetan mucho, pero son excelentes músicos, así que buscamos repartir el protagonismo. Esto siempre lo hablamos con Hugo Rivas: uno tiene que tener respeto por los demás. En la época en la que comencé a tocar no había una dinámica tan participativa. Te decían: «El arreglo es este: tocá por acá, hacé esto otro». Al enseñarles a estos muchachos el tango, la milonga, cómo se toca la chamarrita, el gato, un estilo, cómo se acompaña un valsecito, les doy armas para que también puedan transmitírselas a otros. Siento que hice lo mismo que Méndez: abrirles el camino a los guitarristas más jóvenes. Y en eso de enseñar no valen los secretos: si no les transfiero mis conocimientos ahora y no les paso lo que sé, cuando esté allá arriba no lo voy a poder hacer.

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