A las 10.30 del 27 de abril se prendía fuego el local en el que vivían y trabajaban los padres de Rodrigo y Rolando, los dos niños fallecidos, menores de 10 años, junto al tío de ellos y otro matrimonio boliviano. Las ventanas y puertas tapiadas para ocultar el carácter ilegal del taller dificultaron la salida de los trabajadores, así como la acción de los bomberos para dominar el fuego. El jueves 14, el juez Manuel Gorostiaga determinó que la muerte se produjo cuando los chiquilines se encontraban en un sótano “sin conexión con el exterior, sin otra abertura que una escalera, y al producirse el foco ígneo el ambiente mismo operó como una suerte de jaula, dentro de la cual se intoxicaron por la combustión que provocó la propia quemadura de las prendas de vestir que fabricaban”. Gorostiaga ...
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