Cuando parte un amigo que te ha ayudado a entender el secreto de una profesión, a vivir con ideales y te ha regalado el placer de su palabra, como me sucedió a mí con Eduardo Galeano, resulta difícil encontrar las palabras adecuadas para decirlo. Todo suena banal.
Eduardo era, hasta ayer y desde años atrás, el ensayista más agudo y honesto en la ilustración de la descripción del continente en el que nació y creció, pero también el narrador más sarcástico de la exageración con la que el histérico mundo actual nos golpea cada día, tanto en América Latina como en el resto del planeta.
Me conmuevo ahora al pensar en la actualidad de sus irónicos discursos, sobre todo en estos días, en que se han gastado tantas palabras tras el histórico encuentro entre Obama y Raúl Castro que debería fin...
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