Ácratas y libertarios en la revolución rusa: De eso no se habla - Semanario Brecha
Ácratas y libertarios en la revolución rusa

De eso no se habla

El centenario de la revolución rusa ha dado lugar a la edición de decenas de libros, revistas, folletos. Muy pocos se han centrado en analizar la participación en aquel proceso de una tendencia que a la postre resultó derrotada, pero que tuvo su peso en los momentos iniciales de la revolución: la ácrata, la libertaria.

Untitled Suprematist Composition 3, de Kazimir Malevich.

Dos libros publicados este año en Madrid abordan este tema. Uno de ellos es Anarquismo y revolución en Rusia (1917-1921), de Carlos Taibo (Los Libros de la Catarata).1 De 61 años, profesor de ciencia política en la Universidad Autónoma de Madrid, Taibo, uno de los pensadores contemporáneos más activos de la galaxia libertaria, no se propone aportar datos nuevos sobre la magnitud de la presencia ácrata en la Rusia de aquellos tiempos. Lo “novedoso” de su planteo es su propio sujeto. Del anarquismo en la revolución rusa, dice, nadie habla. No lo hacen “los historiadores al uso ni los vencedores de 1917 y 1991”, afirma, refiriéndose en el primer caso a los allegados al triunfante bolchevismo y en el segundo a quienes, en la otra punta, festejaron el derrumbe de la Urss y el supuesto advenimiento del “fin de la historia”. “La huella de lo ocurrido con los comités de fábrica, con la comuna rural, con la revuelta de Kronstadt o con la majnóvshina (el movimiento campesino dirigido por Néstor Majnó) rara vez se asoma, y cuando lo hace es de manera frugal y meramente descriptiva, a los trabajos que, publicados en los últimos tiempos, se interesan por lo sucedido en Rusia un siglo atrás”, destaca el investigador.

No eran tan pequeños como se los pinta habitualmente, los libertarios en la Rusia de fines del siglo XIX y comienzos del XX. En ciudades como Petrogrado, Moscú, Kronstadt, en Ucrania, tenían fuerte influencia, incluso superior en ciertos momentos a la de los bolcheviques. Tan grande era esa presencia, señala, que “el giro libertarizante” que Lenin asumió con las llamadas “Tesis de abril” de 1917, unos meses antes del triunfo de la insurrección, “algo le debió al temor de que esa supuesta pequeña fuerza adquiriese, en el marco general de una revolución social en ciernes, un papel prominente”.

Los libertarios rusos, que habían tenido una participación relativamente importante en la revolución de 1905 y desde entonces habían crecido tanto en el medio rural como en el urbano, mantuvieron con los bolcheviques relaciones de alianza y enfrentamiento, incluso armado. Fue en los sóviets, los consejos de obreros, soldados y campesinos, que la incidencia de los anarquistas propiamente tales (más apegados a las definiciones teóricas del movimiento) fue mayor, escribe Taibo. Los protagonistas de la revuelta de los marineros de Kronstadt, en 1921, que terminó aplastada por el Ejército Rojo al mando de León Trotsky, o de las guerrillas dirigidas por Majnó, enfrentadas primero a las fuerzas contrarrevolucionarias y luego a los bolcheviques, eran más bien “libertarios”, gente que “espontánea y vivencialmente creía en la autogestión, la democracia directa y el apoyo mutuo”, piensa el español.

Las discrepancias entre libertarios y bolcheviques, presentes desde siempre, se relativizaron durante el enfrentamiento con la contrarrevolución blanca, pero se acentuaron una vez que ésta fue derrotada. “Hubo un manifiesto olvido por los bolcheviques de su consigna de ‘todo el poder a los sóviets’”, que los dirigidos por Lenin justificaron por la lógica de la guerra y la necesidad de un mando vertical para enfrentar a los contrarrevolucionarios nacionales y extranjeros, y comenzar al mismo tiempo a construir una sociedad diferente, pero en su Adn había un marcado autoritarismo, afirma el autor. “Llevados del legítimo deseo de salvaguardar la revolución, acabaron con ella en la medida que cancelaron esa dimensión de revolución social desde la base y generaron un proceso fundamentalmente jerarquizado e hipercentralizado que recuerda más, ciertamente, a un golpe de Estado que una genuina revolución social.” Los anarquistas, dice Taibo, apostaron en cambio “por preservar la capacidad autónoma de decisión de los sóviets y de los comités de fábrica. Además, defendían una sociedad plural, muy diferente de la derivada de la aniquilación de los otros partidos por los bolcheviques. También rechazaron la militarización de la economía, la gestación paralela de una burocracia y la aparición de un ejército convencional. Y en último término repudiaron un orden represivo vinculado con el surgimiento de la Checa”, la policía política secreta.

Reprimidos, divididos y dispersos, los anarquistas prácticamente desaparecieron de Rusia en el 21. Uno de sus últimos actos públicos fue el entierro, ese año, de uno de sus teóricos, Piotr Kropotkin. Majnó se exilió en Francia, donde murió tuberculoso en 1934. Su familia fue a parar a los campos estalinistas. En París se vinculó con libertarios españoles, a los que percibió mucho mejor organizados que a los suyos y aptos para concretar algunos de sus sueños truncos. No pudo ver cómo pocos años después de su muerte, durante la revolución social española, sus camaradas de ideas levantaban las comunas agrarias en Aragón y ponían en funcionamiento formas de organización social alternativa en Cataluña y Valencia, sus mayores zonas de influencia.

Taibo parte de la base de que si bien la revolución del 17 dio nacimiento a un sistema que “aportó datos saludables”, fracasó si se la analiza desde el ángulo de lo que prometía: la construcción de un “modelo alternativo y estimulante”. En un “ejercicio de política ficción”, cree que si los espartaquistas dirigidos por Rosa Luxemburgo y Karl Liebknecht “hubieran podido desplegar su proyecto en Alemania, uno de los principales núcleos del capitalismo internacional”, podría haber habido una inflexión “libertarizante” en la naciente Urss. “Los sistemas de tipo soviético no fueron capaces de dejar atrás el universo histórico y social del capitalismo, aunque sin duda esta era su intención. Sucumbieron a la lógica del trabajo asalariado, de la mercancía, de la jerarquización y de la idolatría del desarrollo de las fuerzas productivas. Y acabaron por reproducir muchos de los términos del sistema que sobre el papel querían contestar.”

  1. Otro es Por el pan, la tierra y la libertad: el anarquismo en la revolución rusa (Volapuk Ediciones), del profesor de historia en la Universidad Complutense Julián Vadillo Muñoz, un especialista en la historia del movimiento obrero y en particular de la tendencia ácrata.

Las citas de Taibo son extraídas de un par de entrevistas que le realizaron medios españoles (Público, el 18-X-17; y cazarabet.com).

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