El tuerto, la vieja terca y el manco - Semanario Brecha

El tuerto, la vieja terca y el manco

El kirchnerismo, un movimiento político nacido después de las elecciones de 2003 y que se autodefine como portador de un “proyecto nacional y popular”, ha aumentado su importancia en el sistema político y en la sociedad argentina. La reciente derrota electoral y un eventual triunfo de Macri en la segunda vuelta no cambiarán esta tendencia.

Un movimiento político con capacidad de movilización, de propuesta y de gestión, se asegura una larga permanencia. El peronismo es cada vez más el kirchnerismo, y en éste ganan poder los jóvenes militantes de La Cámpora, una nueva generación que en las recientes elecciones aumentó su presencia en los legislativos nacionales y provinciales, así como en las intendencias.

Mauricio Macri tuvo que disfrazarse de K, anunciar que mantendría gran parte de las medidas que sus legisladores votaron en contra, como las estatizaciones y las transferencias de ingresos, y tuvo que esconder a su equipo económico formado con discípulos de Domingo Cavallo.

En las elecciones presidenciales de abril de 2003, la fórmula Néstor Kirchner-Daniel Scioli, del recién nacido Frente para la Victoria, se ganó el derecho a pasar a la segunda vuelta con 22,24 por ciento de los votos, y fue proclamada ante la renuncia de la fórmula Carlos Menem-Juan Carlos Romero, que había logrado el primer lugar. En esa elección quedaron por el camino las aspiraciones de Ricardo López Murphy, Elisa Carrió y Rodríguez Saá, que habían logrado entre 12 y 14 por ciento cada uno del total de votos.

¿Quién podía imaginar que Néstor Kirchner, ese flaco medio tuerto que no conocía a nadie y era sospechoso de ser un títere de Eduardo Duhalde, era un estadista con capacidad para tomar decisiones antimperialistas y antioligárquicas, y retomar las raíces del peronismo en el siglo XXI poniendo en marcha la construcción de una corriente política identificada luego con su apellido? Kirchner generó crecientes adhesiones y odios, estos últimos de los militares y civiles que durante la dictadura torturaron y asesinaron, de los dueños de la tierra y del oligopolio de los medios de comunicación que domina el grupo Clarín, de los capitales especulativos y de los tecnócratas del Fmi y sus seguidores en toda América Latina. Y de dos generaciones de émulos de Vargas Llosa.

Las grandes líneas de la estrategia económica –que se mantienen incambiadas– son reconstruir la alianza entre el proletariado urbano y la burguesía industrial, aumentar el nivel de actividad y de empleo en la industria, proteger el mercado interno, recortar el excedente apropiado por los dueños de la tierra y financiar el aumento del gasto público social, administrar el mercado cambiario y regular el movimiento internacional del capital. Kirchner enfrentó problemas nuevos, como la deuda externa de 150.000 millones de dólares y el deterioro de los servicios públicos entregados al capital. Tuvo a favor la afinidad con los gobiernos progresistas de la región y el aumento de los precios internacionales de los productos exportables.
Acompañado por Roberto Lavagna como ministro de Economía, negoció con firmeza con el Fmi durante más de dos años, hasta que estos tecnócratas y el capital financiero que representan aceptaron sus metas para la política macroeconómica. Junto a Hugo Chávez promovió el rechazo al Alca, sumó a Brasil y a Uruguay y derrotó a México y a Chile, que operaban a favor de la iniciativa. Estados Unidos se tiene que conformar con la Alianza del Pacífico, un “alquita” que integra a los gobiernos más serviles. También con Chávez impulsaron la creación de ámbitos sin participación de Estados Unidos, como la Unasur y la Celac, que llevó a la creación del Foro Celac-China. En enero pasado este foro realizó en Beijing su primera reunión y aprobó un plan quinquenal de cooperación en comercio, finanzas, infraestructura, educación, ciencia y tecnología, cultura y turismo.

Cristina Fernández de Kirchner, una vieja tan terca que no le aflojó a la oligarquía ni al capital extranjero que explotaba el petróleo y los servicios públicos ni a los fondos buitre, continuó por ese camino a pesar del contexto económico internacional menos favorable, y comenzó una etapa de acuerdos con China y Rusia que financiarán inversiones trascendentes, en particular para la generación de energía y el transporte ferroviario.

En un proceso de aproximaciones sucesivas que incluyó varios cambios durante sus ocho años de gobierno, Cristina Fernández encontró el equipo económico sobre el final de su mandato, con Axel Kicillof en el Ministerio de Economía y Alejandro Vanoli como presidente del Banco Central. La economía argentina retomó un modesto crecimiento en 2015, el Banco Central sancionó a los bancos que viabilizan la fuga de capitales, aumentaron las reservas y se pagó la deuda a su vencimiento.

LOS LÍMITES DEL PROYECTO. El proyecto nacional y popular implementado durante estos 12 años en Argentina comparte las grandes líneas de los logros, las críticas y las interrogantes de los gobiernos progresistas de Brasil, Bolivia, Ecuador, Uruguay, Venezuela; en Paraguay el progresismo duró poco y en Chile todavía no emergió. Todos aquellos países consolidaron la democracia y el crecimiento de la economía, mejoraron las condiciones materiales de vida de los sectores populares, rechazaron el Alca, promovieron la creación de la Unasur y la Celac, y se apoyaron en la creciente presencia de China como comprador, vendedor, inversor y financiador.

Como señala Alfredo Falero, estos gobiernos son el resultado de las luchas de los movimientos sociales de fines del siglo XX.1

El crecimiento motorizado por las exportaciones de granos, petróleo y minerales genera interrogantes y críticas. En Ecuador y Bolivia la profundización del extractivismo fracturó a los movimientos que llevaron al gobierno a Rafael Correa y a Evo Morales. En Brasil se dividieron el PT y la Cut, y la política de ajuste para enfrentar la recesión aumenta las críticas.
Maristella Svampa critica la estigmatización de la narrativa indigenista y ecologista, la pérdida de la dimensión emancipatoria de la política y la evolución hacia modelos de dominación basados en el culto al líder y su identificación con el Estado (“Termina la era de las promesas andinas”, revista Ñ, Buenos Aires, 25-VIII-15).

Los gobiernos progresistas de la región no lograron sustituir la competencia por la cooperación, coordinando las políticas para orientar la reestructura de la producción y el comercio regional en beneficio de todos, negociando en conjunto con China o regulando las inversiones extranjeras. Argentina reestatizó Ypf porque Repsol vaciaba los pozos de petróleo, pero Evo Morales la considera un apreciado socio comercial; Chevron destruyó el ambiente en Ecuador pero Argentina le entregó la prospección y la posible explotación de los hidrocarburos en Vaca Muerta.

La Unasur no pudo implementar el Banco del Sur y el Fondo Latinoamericano de Reserva para reducir la dominación del capital financiero, negociando con China el apoyo, y algunos países optaron por negociar préstamos de mediano y largo plazo (Argentina, Brasil, Venezuela y Chile). China es un socio potencial, tiene un exceso de reservas en dólares y puede financiar a largo plazo con acuerdos que aseguren el mantenimiento del valor. La Unasur o el Mercosur podrían negociar en bloque un cambio regulado por los gobiernos en el comercio para modificar la situación que imponen los mercados, exportación de materias primas y alimentos contra importación de bienes de capital, que se parece mucho al que se tuvo con Inglaterra y con Estados Unidos durante el siglo XX.

LOS ESCENARIOS FUTUROS. En Uruguay los economistas de las consultoras que asesoran al capital extranjero y los tecnócratas que operan como embajadores del Fmi anuncian desde hace varios años que “Argentina explota”, y este pronóstico fue un dato para la elaboración del programa del Frente Amplio. Pero si el llamado kirchnerismo continúa implementando el proyecto nacional y popular, se puede pronosticar que Argentina explotará… de risa.

Le tocó al manco Scioli encabezar la fórmula, por virtudes propias, porque en 2003 aceptó integrar la fórmula con Kirchner para enfrentar a Menem y fue un vicepresidente leal. También porque no había otro candidato que, representando mejor el proyecto nacional y popular, tuviera posibilidades de ganar la elección. Si Scioli gana gobernará con su estilo particular, continuando la implementación del proyecto nacional y popular, con la limitación de no contar con mayoría absoluta en la Cámara de Representantes, lo que lo obligará a negociar la aprobación de nuevos proyectos de ley.
Si gana Macri, se sacará el disfraz y retomará el proyecto liberal conservador: devaluar, liberalizar el mercado cambiario y de capitales, pagarles a los fondos buitre, eliminar las retenciones y contraer el gasto público social. Un kirchnerismo opositor pasaría cuatro años impulsando las luchas del movimiento popular, contribuyendo a una decantación del peronismo y a que caigan muchas caretas de dirigentes sindicales, pasando de la defensa al ataque en la lucha contra la corrupción y la mala gestión. Y en las próximas elecciones seguramente volverá con más fuerza.
El tuerto vio lejos, la terca aguantó la embestida baguala de las clases dominantes… ¿Y el manco?
1. “Del cambio a la contención del cambio. ¿Período bisagra en América Latina?”, en Yamandú Acosta et al, Sujetos colectivos, Estado y capitalismo en Uruguay y América Latina. Perspectivas críticas. Montevideo, Trilce, 2014, págs 19-33.

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