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Michelle Suárez: la primera senadora trans.

Foto: Fernando Pena

En lo explícitamente perseguido, en sótanos sin luz ni aire, en registros policiales, en calabozos y esquinas, asesinadas. Valgan estas imágenes, primero para encuadrar los espacios a los que históricamente han sido relegadas las identidades trans. Luego, para evidenciar que además de un hecho sin precedentes, la asunción de Michelle Suárez en el Senado resulta esperanzadora para que gran parte de esa historia se transforme.

El escenario que habilita este movimiento no surge en una semana, sino que viene construyéndose desde hace algunos años. En la última década se han producido avances en materia legislativa y se han impulsado acciones afirmativas orientadas a revertir la discriminación, exclusión y violencia a las que se somete a la población Lgtbi. Estas transformaciones han impactado en la vida concreta de las personas cuya situación de vulneración de derechos pretenden revertir. Sumado a ello, en otro plano, han evidenciado la posibilidad de cuestionar la reproducción de un orden que clasifica a las personas jerárquicamente de acuerdo a su orientación sexual y/o su identidad de género, habilitando el surgimiento de nuevos marcos de posibilidad.

En una sociedad donde las reglas de género1 se imponen para establecer los límites de lo permitido, la presencia de identidades trans en el espacio público evidencia que la concepción binaria que establece a varones y mujeres cisgénero2 como únicas identidades habitables puede ser cuestionada. La existencia de una primera mujer trans parlamentaria expone, en este sentido, los límites que establece la norma según la cual se regula el acceso de los cuerpos a distintos espacios. En primer término porque evidencia en los hechos la posibilidad de existencia desde un cuerpo no binario. En segundo lugar, porque lo hace en un espacio que no sólo es público sino de representación.

Michelle Suárez es clara acerca de sus objetivos, así como también lo es con respecto al privilegio que supone el lugar que ocupa. Su discurso es coherente con su propuesta; reconoce la trayectoria particular que le ha permitido un camino distinto que a la enorme mayoría de la población trans. Lejos de adoptar una postura individual y basada en el mérito propio, la abogada es explícita respecto de las limitaciones estructurales basadas en la discriminación y la violencia a las que se sigue sometiendo al colectivo. El proyecto de ley integral para personas trans que busca promover contiene acciones concretas para revertir una situación de exclusión histórica basada en la identidad de género de las personas.

Del hecho de que otras u otros parlamentarias/os podrían haber impulsado este proyecto de la ley no quedan dudas, pero ¿por qué no ella, que ha llegado a su banca siguiendo los mecanismos previstos para ello y es además coautora de la iniciativa? El lugar de Michelle Suárez en el Senado expone los límites del espacio de privilegio representativo, y a raíz de ello, en muchos de los portales donde hizo eco la noticia aparecen comentarios que cuestionan la legitimidad de su agenda, que para tales efectos se entiende particular y pretende “beneficios” que no corresponden.

Al respecto, apenas dos apreciaciones. La primera es que el proyecto de ley integral para personas trans, elaborado por el Consejo Consultivo de la Diversidad Sexual, se presenta como una herramienta para revertir situaciones de injusticia abarcando diversas problemáticas que atañen a la población trans en función de la discriminación a la que es sometida. Desde una perspectiva interseccional, presenta propuestas con relación a la promoción de acciones afirmativas tendientes a garantizar igualdad y acceso al ejercicio de derechos. Cualquier discurso que sostenga que ahora las personas trans “quieren más” debería primero reconocer que apenas unos años atrás tenían menos que nada. Un proyecto que apunta a que la identidad de género de las personas no sea una limitante en el ejercicio de la ciudadanía es apenas un acto de justicia.

La segunda apreciación refiere al hecho de que el esbozo de un discurso en primera persona desde una identidad que se pensaba excluida del espacio de representación explicita los términos en que se está promoviendo la inclusión. Cuando un colectivo históricamente vulnerado no sólo reclama el reconocimiento que le corresponde, sino que además propone discutir las condiciones a través de las cuales proyecta que éste se produzca, permite desnaturalizar las condiciones de subordinación en las que se lo ha mantenido. Si acordamos que la opresión se configura desde de la imposibilidad de realizar elecciones,3 no sólo importan las acciones que se entiendan pertinentes para ampliar los marcos de posibilidad sino también las voces que participan de la definición.

El escenario actual en el Parlamento sienta las bases para que un discurso que se silencia en todo momento y en todos los espacios ocupe un lugar de relevancia. No porque se parta de posturas esencialistas que adjudican a una configuración identitaria determinada una agenda inherente; sino porque así fue elaborada la propuesta en cuestión. Tan importante como que una mujer trans ocupe un espacio de decisión que hace muy pocos años hubiera sido impensado es el hecho de que el proyecto de ley que promueve retoma en su construcción las principales problemáticas que las personas trans organizadas identifican como fundamentales.

Finalmente, así como las identidades no se conciben por fuera de un contexto histórico y social determinado, las situaciones de opresión a las que son sometidas también pueden ser interpretadas desde esta contingencia.4 Quizás el desafío por delante nos implica en la lucha por profundizar las transformaciones que sientan las bases para una sociedad más justa e igualitaria, en la convicción de no perder lo que en este camino se ha conseguido y en la esperanza de que Michelle pase a la historia como la primera de muchas.

*    Magíster en políticas públicas y género. Integrante del Área Académica Queer.

  1. Butler (2006). Deshacer el género. España, Editorial Paidós.
  2. El término “cis” refiere a aquellas personas cuya identidad de género se corresponde con la asignación de sexo primaria. Preciado (2008) Testo yonqui. Sexo, drogas y biopolítica. Argentina, Paidós.
  3. Hooks (2004). “Mujeres negras. Dar forma a la teoría feminista”, en Otras inapropiables. Feminismos desde las fronteras. (Autores varios) Madrid, Traficantes de Sueños.
  4. Eskalera Karakola (2004). “Diferentes diferencias y ciudadanías excluyentes: una revisión feminista”, ibídem.

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