El penúltimo disco de Dylan - Semanario Brecha

El penúltimo disco de Dylan

Robert Allen Zimmerman nació en el hospital de Saint Mary, Duluth, Minnesota a las 9.05 de la noche de un sábado 24 de mayo. Primogénito de Beatriz y Abraham. Nació judío y de géminis. Se dice más de lo primero que de lo segundo, pero es la combinación de éstos y los astros lo que mejor funciona.

En el lugar en que nació ahora viven ochenta mil y algo, menos uno que es él, que se fue rumbo a Nueva York cuando logró que su padre Abe comprendiera que él no estaba para quedarse a trabajar en la ferretería o algo parecido a una barraca de la que su padre era propietario en aquellos días. Lo intentó por un par de meses, pero luego partió, como dice la letra de una de las 12 viejas canciones del nuevo disco: “Maybe I’m right, maybe I’m wrong. Maybe I’m weak, maybe I’m strong”. Capaz que gano o capaz pierdo.

Para su nuevo disco eligió por segunda vez una docena de las canciones que sonaban en el líving de su casa. Toda la “old black magic” de Fallen Angels proviene de una radio que los Zimmerman tenían sonando todo el día. La que después fue sustituida por un televisor, lo que no impidió que Dylan siguiera escuchando la radio en su cuarto hasta altas horas de la noche, cuando su hermano menor dormía y él seguía despierto. Dylan ama la radio, no en vano hace unos años le rindió homenaje con su propio programa de radio. Allí se dedicó a hablar de algunos asuntos, y para cada asunto tenía una buena cantidad de canciones para mostrar. Eso mismo se puede hacer con las canciones que él mismo escribió; un programa de canciones de Dylan que hablen del clima, por ejemplo: “A Hard Rain is Gonna Fall”, “Shelter From the Storm”, “Blowin’ in the Wind”, “Idiot Wind”, y la lista sigue hasta llegar incluso a asuntos más feroces del clima como los huracanes.

La radio era el principal entretenimiento eléctrico (eso cuando no estaban con las noticias), no es divertido meter los dedos en el enchufe más de una vez. Para jugar se tienen amigos, para pelear hermanos menores, para amigo fiel un perro, y con cinco medias no se hacen pelotas de béisbol. Todas las tardes Dylan escuchaba las canciones que mi padre conoce, porque son todas las canciones que mi padre escuchaba cuando era chico y ahora de grande también, porque al igual que en su disco anterior (Shadows in the Night) todas las canciones de Fallen Angels menos una son canciones que Frank Sinatra grabó una o más de una vez para Capitol Records, Columbia, o Reprise, sello que Francis Albert creó para contar con libertad y dominio absoluto de sus grabaciones.

En Fallen Angels todo suena mejor que en Shadows in the Night. Esto puede ser porque los oídos se acostumbraron a escuchar al amable, no enojado, viejo Uncle Bob cantar de la manera que le gusta cantar ahora “Come Rain or Come Shine”.

Dylan está “Young at Heart”, y todas estas que voy nombrando en inglés son las canciones que aparecen en este nuevo disco que editó para su 75 aniversario y para todos los de géminis. El disco salió en vinilo el 20 de mayo pasado, como ahora salen todos los discos. Las tapas ahora son gigantes como la del Freewheelin’, sólo que no aparece él tan joven caminado en las pequeñas calles nevadas de Nueva York. En la tapa de Fallen Angels, que también entra en la serie de buenas tapas de Dylan, sólo aparecen las cartas que un Billy the Kid puede sostener como si fuera un póquer de ases, pero seguramente sean un simple par de sietes, con suerte. “All or Nothing at All.” En el sobre interior del disco no vienen las letras, no porque no sean de él, simplemente porque nunca puso las letras de sus canciones en el interior de sus discos, ni siquiera los que él escribió. No es por kind permission que no aparecen, es por kind permission que se pueden escuchar. Es el “Melancholy Mood” de su banda liderada por Charlie Sexton que hace sonar tan bien estas canciones no propias. Ahora sí es que se escuchan las sombras de la noche, sin los grillos, sin overdubbing, sin ninguno de los trucos del Time Out of Mind. La producción no está a cargo de Daniel Lanois, es de Jack Frost, el mismo alias que una vez usó para escribir y dirigir una olvidable película con el nombre de Masked and Anymous. Su banda nunca sonó tan ajustada y precisa. No es la voz de Frank, es la voz de Bobby haciendo de Frank, esta vez le sale bien. En el sobre interior de Fallen Angels hay, de un lado, reproducciones de avisos de época, de los que se publicaban en los diarios locales de lugares tan remotos como Duluth, Minnesota, avisos clasificados de amor que no se parecen en nada con los que ahora se usan para ligar pareja. “Men! Men! Men! We don’t care about your age. Just tell us of woman you wish to meet”. Del otro lado aparecen los nombres de los sospechosos de siempre, que esta vez no aparecen retratados con sus buenos sombreros y trajes, pero uno bien se los imagina con sus botas y sus instrumentos provenientes de los días en los que andaban jóvenes dando vueltas por los mismos estudios en los que la voz alguna vez estuvo grabando estas mismas canciones con grandes orquestas en una sola toma, y cortados para siempre en simples coleccionables que a esta altura del partido valen más que todo el catálogo de Radiohead en vinilo. Debajo de los nombres de los que participaron en la grabación de Fallen Angels, los que salen de gira con él en la Never Ending Tour –que no va cambiar de nombre ni siquiera en los desiertos en los que vayan a tocar con los Rolling Stones, The Who, Roger Waters, Neil Young, y el último de la fila que no me acuerdo–, están los guantes de boxeo de alguna pelea que puede haber sido en el Madison Square Garden, donde se celebró en el 91 un homenaje a Zimmerman por sus 30 años de carrera, con una cantidad de amigos y admiradores, los cuales ahora ya no estarían todos disponibles si es que fueran a repetir la aventura de juntarlos todos para celebrar los 50 años de Dylan on the road. El boxeo entra en la lista de las cosas preferidas por Bob, aparece en las primeras páginas de Chronicles. Volumen uno (en el caso de los Traveling Wilburys se le ocurrió pasar del volumen uno al volumen tres para que nadie se muriera en el volumen dos, pero no funcionó, o sí, después del primero se fue Roy Orbison y en el tercero se fue George Harrison, pero quién sabe), autobiografía al azar, sin orden cronológico alguno, cuando cuenta que recién llegado a Nueva York un manager de boxeo lo llevó a una fiesta donde otro boxeador más famoso que él le dijo “sos un poco flaco, vas a tener que comer un poco más, te vas a tener que vestir un poco mejor, tampoco es que vayas a tener que preocuparte mucho por la ropa cuando subas al ring, pero sí acordarte de nunca tener miedo de pegarle a alguien demasiado fuerte”. Esos sabios consejos Dylan no los llevó al ring, pero sí a todo el resto de los lugares en los que estuvo. No es que no haya estado en lo que su amigo George, “If Not for You” alguna vez dijo “Life is Up and Down All the Time”, pero se mantuvo en el ring, algunas veces con algunas copas y aditivos de más, pero siempre Dylan.

¿Cómo terminar ahora? Capaz con un cuento de hadas, esos que se pueden convertir en realidad “If You are Young at Heart”.

A quién se le puede haber ocurrido la genial idea de llevar a Bobby al Cilindro en el 91 cuando algunas cucarachas aún no eran nacidas y él estaba tan alcohólico. La paranoia no la venía arrastrando desde la Rolling Thunder Revue, la gira de 1975, pero alguna secuela quedó como para tener miedo de contraer cólera en alguna parte de su gira por América del Sur. Motivo por el que canceló su primer intento; hubo un segundo enseguida que lo trajo hasta acá, cuando la paranoia de contraer cólera había desaparecido, pero el fantasma de sonar mal andaba como Gasparín encerrado en el Cilindro esperándolo más ansioso que todos los que nunca lo habían visto en vivo.

Son 25 años desde que Dylan estuvo de invitado del Darno en el Cilindro y fue fotografiado (no visto) un par de cuadras antes cuando se bajó no de un Cutcsa en el que hubiera llegado tarde o se hubiera perdido, igual que el telonero del Interior (esta vez feliz) que nunca supo qué ómnibus tomar desde que llegó de Minas de Corrales porque le daba miedo preguntar. No fue que se bajó de un taxi sin mampara, porque se le pasaron las fichas y no le alcanzaba la plata luego de un largo recorrido en el que lo pase­aron como si estuviera perdido en Buenos Aires, tampoco iba en una limusina negra de rock star de los cincuenta cuando dijo que prefería bajar y caminar hasta llegar a una de las puertas de atrás, porque no hay ese tipo de puertas en el Cilindro Municipal. Sí puede ser que se haya bajado de un Mercedes color “parece mentira las cosas que veo por las calles de Montevideo”. Cuando terminó el que seguro está en el top 5 de los peores conciertos desde el Don’t Look Back hasta la Never Ending Tour, lo único que pudo decir que se entendió cuando el concierto terminó fue “Mercedes Ven”, y eso le salió tan bien como “Elvis has left the building”.

Cuando vuelva para noviembre va a estar todo bien, su voz un poco más vieja, un Oscar arriba de un amplificador con el que comparte sorbos del mismo bourbon que le gustaba tomar a Frank, que vivió hasta los 82 años antes de mudarse a una pequeña calle en Singapur.

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