Ficción y realidad - Semanario Brecha

Ficción y realidad

Un elenco que intenta volver a transmitir un episodio de los tiempos de oro del radioteatro, una oriental de 1828 echando mano a la simulación para hacer frente a los embates de políticos ingleses, argentinos y brasileños, y un modesto hogar italiano de principios de los setenta que cae en ciertas “incorrecciones”, motivan tres puestas que reflejan cómo la mentira se entremezcla con la realidad.

Las divas de la radio (El Tinglado), de Carlos Manuel Varela, dirigida por Daniel Videla, se inmiscuye en una emisora donde un grupo de intérpretes rearma un viejo radioteatro, sin advertir que el tiempo ha pasado y convendría considerar ciertos cambios. El jugoso texto de Varela, todo un entendido en la materia –sin olvidar su guiñada a los lugares comunes del glorioso género–, recrea los encuentros y desencuentros de figuras que animaban historias que, en su momento, acaparaban la atención de legiones de oyentes. Un cuarteto de actores vistiendo ropas femeninas –Carlos Morán, César Díaz, Danilo Pérez y el propio Videla– subraya el tono satírico de un espectáculo que, habida cuenta de una frontalidad algo pronunciada, pone en evidencia los clisés en que aquellas comedias incurrían. El resultado, aceptando la premisa de que el asunto daba para bastante más, aparte de avivar el interés por las diferentes posibilidades que aún entrañaría el medio radial, puede despertar la curiosidad de los espectadores que nunca llegaron a escuchar aquellas comedias y, por cierto, divertir con las idas y venidas de los cuatro nombrados, a quienes se agregan el resucitado galán encomendado a Alejandro Acosta, el relator que anima el joven Ricardo Villanueva y la sorpresiva aparición de Rosita Freiría, en inefable personaje.

El Otelo oriental (o el hotel Oriental) (Solís), de Milton Schinca, con dirección de Ariel Caldarelli, concentra en un matrimonio de los tiempos de la Provincia Oriental los altibajos de un pueblo que, buscando afirmar la merecida independencia, tiene que seguirle el juego a presencias extranjeras que quizás podrían servirle para salir adelante. El logrado toque satírico que el autor le impone a esta historia –que Jorge Denevi dirigiera para el elenco oficial hace unos años– propone a la dueña de casa como espejo de una situación en la cual la diplomacia a veces emprende el camino del subterfugio y el engaño para alcanzar fines superiores que, por otros medios, jamás se obtendrían. La presente versión de la Comedia Nacional apunta a un ritmo de vaudeville –así se escribe la palabrita y no como tan mal lo señala el programa–, es decir, de rápidas entradas y salidas, que demora un poco en hacer efectivas. Se advierte que Caldarelli intenta asimismo inyectarle al desarrollo y a las ­reacciones de los personajes un toque más actual que, de todas maneras, no parece admitir ni la presencia de un anacrónico colchón ni las actitudes menos envaradas de lo previsible de Alejandra Wolff y Pablo Varrai­lhón como el dúo protagónico. Mejor resueltas lucen las figuras invasoras encomendadas a Lucio Hernández (el brasileño), Alejandro Martínez (el inglés, que no debería pronunciar el moderno okay) y Fabricio Galbiati (el argentino), así como el divertido cura que compone Miguel Pinto.

La marihuana de mamá es la más rica (Circular, sala 1), del itálico Dario Fo, dirigida por Alberto Zimberg, en clave de comedia vitriólica-estilo-Fo, desde el propio título alude al hogar compuesto por un padre, su hija y el hijo de ésta, donde al parecer se consume la hierba de marras y algún alucinógeno. Productos que alarmarían a las autoridades de la Italia de principios de los setenta, hasta que nuevas leyes se encargaron de aliviar un asunto que el autor pone en el tapete para señalar la escasa importancia de la culpa de los dueños de casa con respecto al consumo y la distribución de una droga, en principio, menos dañina que otras, frente a los excesos, arreglos e hipocresías de las autoridades políticas, policiales y religiosas de aquel momento, y quizás, de los días que corren. Como era de esperar, más allá del agudo espíritu de denuncia que alienta en su teatro, Fo acierta en el regocijante diseño del padre y la hija, que Jorge Bolani y Paola Venditto se encargan de recrear con desparpajo. Más irregular o, de pronto, menos justificado, resulta el quinteto que rodea a los mencionados a lo largo de un desarrollo que Zimberg mantiene con paso ágil, a pesar de que, en los últimos tramos, ciertas vueltas de tuerca en cuanto a las intenciones de unos y otros no terminan de convencer. El gran impacto inicial pierde por allí algo de fuerza.

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