La batalla por volver a existir - Semanario Brecha

La batalla por volver a existir

Cómo explicar a Diyab, cómo entender una medida tan radical sin reducirla a un piadoso “quedó muy mal ese muchacho” después de Guantánamo; cómo se contrarresta la indiferencia, la falta de empatía y solidaridad de esa porción nada desdeñable de la sociedad que lo señala como “malagradecido”. A vuelta de correo, Henry Engler dejó su respuesta.

La situación de Jihad Ahmad Diyab me parece sumamente difícil.

Sobrevivir a las condiciones a las que fue sometido en Guantánamo es una tarea casi sobrehumana. Si le agregas que no se le ha comprobado delito, o sea, que lo metieron allí y no lo han compensado de ninguna manera, la arbitrariedad se hace realmente insoportable. No es posible mantener un equilibrio objetivo.

La cárcel es un castigo difícil de sobrellevar, pero el aislamiento y los vejámenes continuos te alteran todo.

Y después de largos años de tratar de adaptarte a esas condiciones degradantes, tienes de pronto que adaptarte a una vida “normal” en una libertad que, aunque puedes orinar y defecar cuando te parece, no puede sacarte las cadenas con que los años de prisión te han maniatado el cerebro.

La “libertad” para algunos de nuestros compañeros presos fue demasiado. Y algunos se suicidaron. Era más difícil –después de tanto sufrimiento para poder soportar las rejas– volver a sufrir, meses, quizás años, para readaptarse. Porque ¿cómo buscar a alguien que ya no existe dentro de ti mismo? Adentro tienes un enorme agujero. ¿Y cómo llenas el agujero que te ha quedado después de años y años de no existencia? Después estás obligado no sólo a existir sino, además, a ser “normal”. Resulta que si no haces las cosas como se espera que hagas, sos un tarado desagradecido. Es bravo eso. Te meten en un centro ilegal de tortura, sin juicio. No pueden comprobar tu culpa. Entonces te dejan en la jaula, por años. Después te mandan a un país extranjero. Nadie pide disculpas por haber destruido tu vida. El responsable no es juzgado, sino que se lava las manos: “A ver, muchachos, aquí les mando un conflictivo. Y no lo dejen salir, porque, aunque no es peligroso, nunca se sabe”. ¡Y ojo que no estoy hablando de Trump!

Ninguno de nosotros salió de la cárcel “normal”. Yo no daba pie con bola. Y mis compañeros tampoco. Algún psiquiatra trató de ayudarme, pero yo no creía en psiquiatras. Se esperaba que yo me hiciera cargo de mi familia, y yo no podía hacerme cargo de mí mismo. No sabía con quién quería estar, ni dónde quería vivir, ni qué quería hacer.

Uno no empieza huelgas de hambre a menos que esté dispuesto a morir. Porque lo que el mundo ofrece no es lo que uno está esperando.

Yo no conozco a Jihad, pero siento que su cariño por la vida no es mucho, dado que le falta lo que más necesita: su familia. Y quizás no solucione sus problemas estando con ella, pero en este momento creo que no puede ver más lejos que esa única meta. Ojalá que Jihad no se sienta como víctima, aunque en realidad lo es. Digo, porque no sentirse víctima es el primer paso para salir de la cárcel de las tenazas del cerebro.

Y nosotros tenemos que pensar que no somos tan buenos por haberlo recibido, como nos parece que somos. Y que Dios lo bendiga y ayude, y no deje que lo mismo le pase a los que le han hecho tanto daño.

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