Lazos humanos - Semanario Brecha

Lazos humanos

El juego de identidades que el realizador catalán Cesc Gay establece con el espectador le sirve para instarle a efectuar un reencuentro con los sentimientos más íntimos, no sólo hacia los seres amados sino también con respecto a dos temas tan impostergables: la vida y de la muerte.

Amigos son los amigos, dijo un reiterativo con toda razón. Y el presente estreno ilustra el punto de manera irreprochable. Amigo es aquel que toma el avión en Canadá para volar a Madrid y quedarse cuatro días junto al compinche de toda su vida que padece una enfermedad terminal. Uno y otro, los dos se entienden tanto cuando conversan como cuando callan. Javier Cámara se adueña del personaje del recién llegado –alguien que observa, escucha y medita– desde el mismo comienzo, al tiempo que Ricardo Darín, sin trucos ni adornos de ninguna especie, se convierte en el doliente anfitrión que parece instalarse junto al espectador para entregarle una de las actuaciones más sinceras de los últimos tiempos. La amistad y el trance que atraviesan quienes la profesan se insertan además dentro de las coordenadas de una historia con las complicaciones de estos días: el viajero es español, el visitado argentino y además actor, detalles que abren camino a la relación de ambos con quienes les rodean en una ciudad internacional que otorga un marco adecuado a las idas y venidas de los implicados. Como si todo lo que antecede fuera poco, también está Truman, el perro del dueño de casa, entrañable y casi silenciosa presencia que no hace otra cosa que confirmar y realzar los vínculos que su amo mantiene con los demás.
Buena parte del acierto del realizador y coguionista catalán Cesc Gay consiste en que lo que antecede surge con naturalidad, a través del desarrollo de una historia contada por medio de gente que habla, bromea, discute y hasta riñe con el tono y la convicción de cualquiera de nosotros en similares circunstancias, es decir, se les cree. El juego de identidades que Gay establece con el espectador le sirve entonces para instarle a efectuar un reencuentro con los sentimientos más íntimos que éste puede experimentar con relación no sólo a los seres amados sino también con respecto a dos temas tan impostergables como la idea que cada uno profesa acerca de la vida y de la muerte. Nada menos. Que lo sepa hacer con la serenidad y hasta el buen humor que, desde el vamos, ahuyentan la solemnidad y el artificio, resulta asimismo mérito de Gay, responsable de las agudezas de Una pistola en cada mano, pronto aquí para ampliar su registro en los senderos que le surjan al paso, senderos para los que cuenta con un equipo de primera línea en donde, además de a Darín y a Cámara, cabe registrar al resto del elenco y, por cierto, a los encargados de los rubros técnicos, aunados en una tarea cuyo solitario punto discutible podría radicar en la casi falta de señales físicas capaces de reflejar la gravedad que aflige a la figura que anima Darín. El resto del asunto, sin embargo, transita por los mejores carriles. Y para perreros de alma, por otra parte, está Troilo, quien encarna al Truman del título por todo lo alto.

Truman España/Argentina, 2015.

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