Raspa, pega y enciende - Semanario Brecha

Raspa, pega y enciende

“El hijo de” es un tremendo debut de Diego Janssen como titular, uno de los mejores discos uruguayos del año o de la década, y una contundente muestra adicional de que, aun en lo minoritario y fuera de la exposición masiva, la llama creativa y el talento musical siguen encendidos por estas bandas.

Éste es el primer disco de Diego Jan-ssen como titular.1 Su talento musical se pudo apreciar sobre todo en discos de sus compinches Sebastián Jantos y Damián Gularte, en los que tocó diversos instrumentos y participó en la producción. Fue productor también de discos de Buenos Muchachos y de algunos trabajos para niños, además de haber grabado y/o mezclado y/o masterizado más de una veintena de otros fonogramas.

Es un disco casi todo instrumental (sólo “Utopía”, el último surco, está cantado). Casi todo transcurre sobre y alrededor de tambores de candombe. Pero son contados los momentos en que se define algo que podamos llamar propiamente candombe. La sonoridad y el ritmo habituales de la llamada aparecen intervenidos de muchas maneras: compases o patrones rítmicos irregulares, interrupciones, otros instrumentos de percusión entreverados en las bases. Como que el candombe es uno de los alimentos de esta música, pero aparece casi siempre desenfocado o fragmentado, por momentos desaparece y de a ratos se manifiesta en forma más neta y tradicional.

Esos tipos de manipulación se pueden calificar de experimentales o intelectuales, pero habría que disociar estas palabras de sus injustas y oscurantistas asociaciones con la frialdad, con algo que sólo puede comunicarse entre nerds. Porque es una música planteada y ejecutada con una garra y vitalidad sobresalientes. Creo que entre los músicos uruguayos con menos de cincuenta años, sólo los trabajos de Diego Azar y de su barra se comparan con éste en la feliz alianza de novedad radical, llama encendida y “perfección” técnica en la realización. Pongo “perfección” entre comillas porque hay cierta suciedad inherente a la concepción de esta música: tiene barro y esa cosa que Braulio López suele designar como “raspe”. Todo cae precisamente donde se pretende, pero enchastrado de emoción y swing, y en escenografías sonoras que están en las antípodas del paradigma ochentoso de asepsia pop. Incluso el rústico arte de tapa se casa con esa idea: como los viejos discos del sello Tacuabé, está impreso en única tinta (negra) sobre cartón crudo (no-blanqueado).

Predominan las sonoridades mate, más cercanas a la tierra que al cielo. Aparte de los tambores, y de la presencia, aquí y allá, de algunos de los elementos de una banda beat (batería, bajo eléctrico, guitarras, saxo) hay montones de sonidos extraños, que se obtienen o por manipulación digital (como los tambores retrogradados al final de “KKK musical”) o por la intervención de, y combinación con, instrumentos que no son comunes en ese contexto (viola, chelo, bandoneón, didgeridoo, gong, calimba, vibráfono, tabla hindú, zapateo, tambor parlante y otros). Cada momento está planteado con detallismo y maestría en cuanto al arreglo instrumental y al tratamiento del sonido. Haciendo juego con esa tímbrica, hay preferencia por acordes menores, armonías de rostro serio. Esta música tiene un notorio componente de fiesta, pero es una festividad que prescinde de esa especie de enajenación autoinducida que suele reducir el festejo a un “lalalá” inocuo. Como que aquí se celebra la vida incluyendo (y no filtrando) los aspectos profundos, luchadores o intuitivamente filosóficos.

Esta música poderosa está pensada y sentida mucho más desde ritmo, armonía y timbre que desde lo melódico. Lo que uno recibe, prioritariamente, son patrones rítmicos, grooves, que nos llevan de viaje. Sólo los últimos dos surcos tienen una construcción más común, con una línea melódica clara y predominante.

Las concepciones formales son siempre originales: nada se da por sentado. Pese a que no son piezas abiertas (cada una juega alrededor de ideas musicales características que se reiteran o se transforman), uno nunca prevé qué es lo que va a venir en lo inmediato.

Es un tremendo debut, uno de los mejores discos uruguayos del año o de la década, y una contundente muestra adicional de que, aun en lo minoritario y fuera de la exposición masiva, la llama creativa y el talento musical siguen encendidos por estas bandas. El martes 18 de octubre este trabajo será presentado en el espacio privilegiado de la Sala Hugo Balzo. Para quienes conozcan o no el disco, va mi más cálida recomendación.

  1. El hijo de, edición del intérprete, 6520-2, 2015. Realizado con el apoyo del Fonam.

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