En la noche del 2 de febrero de 1989 y en la madrugada del 3 se produjo una serie de movidas militares con epicentro en los cuerpos de caballería que, casi por azar, desembocaron en el apresamiento del octogenario dictador paraguayo Alfredo Stroessner. El ex dictador vivió luego un exilio dorado en Brasil, desde donde continuó conspirando hasta su muerte, hace unos ocho años, junto a Conrado Pappalardo, que a lo largo de un cuarto de siglo fue una suerte de primer ministro de la dictadura y mantuvo fuertes vínculos en Estados Unidos.
En 1989 comenzaba una transición todavía indefinida hoy, congelada por una derecha que luego de un corto pasaje mostró sus planes de gobernar para la minoría rica.
Hay varias diferencias entre la situación paraguaya actual y la que prevalecía en el país hace 27 años, cuando fue destituido Stroessner en una operación que resultó un simple gatopardismo. Por un lado, la parte más grosera y agresiva de la represión del Estado ahora se ejercita menos en las ciudades y se focaliza en el campo, en una persecución sin cuartel a las organizaciones campesinas que reclaman reforma agraria y la recuperación de unos 8 millones de hectáreas ocupadas por familias del círculo íntimo de la tiranía, parte de las cuales han vendido a inversores extranjeros.
El diseño estratégico comenzó hace una década y contempló alimentar, con abundante cobertura de prensa, a un incipiente grupo de jóvenes que tímidamente anunciaban combatir al sistema con el Ejército del Pueblo Paraguayo (Epp), entelequia guerrillera que desde su aparición ha servido de pretexto a las fuerzas de tareas conjuntas Ejército-policía para aniquilar a los cuadros políticos más jóvenes, a simples campesinos y a periodistas que se han animado a denunciar una parte ínfima del narcotráfico y otros delitos. Por otro lado, la corrupción administrativa se ha incrementado, así como el endeudamiento del país, en particular desde junio de 2012, cuando un golpe de Estado parlamentario terminó con cuatro años de gobierno de Fernando Lugo y su política de sensibilidad social. El actual presidente, Horacio Cartes, muy poco amigo de la integración regional e inclinado a torcer al país hacia el Pacífico, de acuerdo a los planes de Estados Unidos, invitó a los inversores extranjeros a tratar a Paraguay como a una “mujer linda y fácil”.
Liberado del autoritarismo y del miedo que Stroessner había sembrado, el sector más elitista y excluyente ha ido “montando” sin tapujos, mientras el Estado se ufana en introducir maquilas, al tiempo que mantiene los hospitales vaciados de insumos, en medio de una epidemia de dengue, escuelas vueltas taperas, los pueblos indígenas convertidos en parias, con 2 millones de personas en la miseria, más de un millón de niños desnutridos y una emigración que no cesa.
Enfrente, un movimiento sindical empobrecido y mucho fracaso en los intentos de unificar fuerzas en torno al Congreso del Pueblo, impulsado por la Federación Nacional Campesina, sin dudas la organización social mejor pertrechada, más pujante y unida en todo el abanico popular.