La pieza se desarrolla en un tambo de Tacuarembó en el que hay un parque temático dedicado a los dinosaurios. El vínculo entre tópicos que no se hermanan fácilmente nace de la pluma del director y dramaturgo Santiago Sanguinetti, que continúa profundizando en las posibilidades de la farsa para llevarla hasta sus límites (Bakunin Sauna, una obra anarquista; Breve apología del caos por exceso de testosterona en las calles de Manhattan). Sanguinetti se encuentra ya muy alejado de los intereses más existenciales de sus primeras piezas (recordemos Limbo, por ejemplo, de 2006). De todas maneras, las reminiscencias que ahora provoca, ya desde el título, pueden llevar a múltiples interpretaciones. Tal vez tenga sentido considerarlas descripciones de la idiosincrasia de un país en el que todo emprendimiento de estas dimensiones tiene características muy alejadas de las expectativas que provoca («un emprendimiento empresarial berreta impulsado por actores mediocres», cita la difusión de la obra). Pero también pueden ser interpretadas como certeras alusiones a determinadas ideologías generacionales.
La construcción del humor nace de las situaciones en las que el autor coloca a los actores. Hay cuatro extras vestidos con enormes trajes de dinosaurio; así, se logra un gran impacto visual a la vez que se le da lugar a la exposición de lo ridículo. Los actores responden con soltura a lo difícil de trasladarse con esos enormes disfraces para desarrollar los ágiles diálogos y las constantes entradas y salidas (Mateo Altez, Javier Chávez, Nahuel Delgado y Guillermo Villarubí construyen a estos cuatro seres devenidos en próximas estrellas desde su triste mediocridad). El humor se profundiza a través del personaje que interpreta Elena Brancatti, como la regente vestida en ropa de safari con pieles sintéticas, quien será la guía por este alocado parque temático mientras se vincula con un examor (Rodolfo, el intendente, interpretado por Xavier Lasarte).
La escena se desarrolla en Cuchilla del Ombú y no es azarosa la elección de la ubicación. Las referencias al interior profundo se dejan entrever entre las diversas dificultades que aparecen para emprender proyectos, las formas de actuar del intendente y las proyecciones que quedan truncas en el deseo de instalar un centro turístico en una zona alejada. Más allá de la simpática teoría de que los dinosaurios pudieron transitar por allí, hay una imposibilidad que lo invade todo y la figura del actor extra resulta una excelente elección para simbolizarla. Juan, uno de los personajes, lo resume en uno de sus diálogos: «Somos extras, Willy. Los extras no tienen ahorros. Tienen billetes viejos olvidados en el saco del invierno pasado. Los extras tienen vuelto, Willy. Y hambre».
En los diálogos exaltados de los personajes sobrevuela una violencia contenida. Más allá de la búsqueda del humor, las conversaciones delatan ese mundo feroz que el dramaturgo intenta representar. El elenco se completa con la participación de Carmen Laguzzi, como la pasante, e Ileana López, como la maestra rural devenida en sonidista, quienes, desde la rareza de sus personajes, profundizan las situaciones hilarantes y absurdas. Un tambo rediseñado con pasto sintético y lamparitas de bajo consumo nos habla de un presente en el que las apariencias abundan mientras ciertas ideologías que resultan arcaicas pueden resurgir a la vuelta de la esquina. Tambo prehistórico es una comedia desopilante, con diálogos inteligentes y un elenco insuperable. Sanguinetti continúa desarrollando una voz autoral que profundiza en lo formal de la escritura para explorar nuevas relaciones posibles entre lenguaje escénico y política.