Sea río, mar, delta o estuario, la presencia de las aguas del Plata es, para casi el 70 por ciento de la población de este país, parte de la vida corriente: allí está esa frontera líquida que nos permite, aun viviendo en plena ciudad, tirar los ojos hasta muy lejos. Sin embargo, de tanto estar allí, el río a veces desaparece. No pensamos en él, no somos un país volcado al agua, tenemos poca tradición fluvial: ni muy nadadores ni demasiado pescadores ni frecuentes navegantes. La culpa será de las vacas. Demasiada insistencia en que nuestra riqueza, que nuestro mismísimo futuro está inexorablemente ligado al bóvido de estómago cuarteado. Pero lo mismo les pasa a los de enfrente. O peor, porque aquellos insensatos directamente le dieron la espalda al río.
De tanto en tanto, la historia económica y política que ha marcado estas costas parece recomenzar. Abrimos un diario español en febrero de este año para leer: «Uruguay gana la larga disputa portuaria con Argentina en el Río de la Plata».1 O encontramos el pobremente titulado artículo de Mempo Giardinelli en marzo:2 «El Canal Magdalena ni se olvida ni se perdona». Así, mes a mes, hasta llegar a agosto:3 «El Canal de Magdalena, un nuevo foco de disputa entre Milei y Kicillof tras el conflicto por la planta de GNL». De repente, nos encontramos de vuelta en el medio del río y pendientes de las batallas con y entre nuestros hermanos.
Y si de hermanos hablamos, la historia de Carlos María Domínguez y el río viene de la infancia, y tal vez por ello su nuevo libro está dedicado a sus «hermanos en el agua», Mario y Gustavo Domínguez, con quienes creció cerca del puerto de Olivos, en Buenos Aires. De hecho, basta mirar la biblioteca para darse cuenta de que, en su obra, siempre está a uno o dos libros de volver a mojarse: Escritos en el agua, La costa ciega, Cuando el río suena, Mares baldíos y ahora Viaje al Río de la Plata. Esto pasa incluso cuando la referencia fluvial o marítima no está en el título, como es el caso del formidable Tres muescas en mi carabina o las crónicas de Las puertas de la tierra, de las que este nuevo libro abreva.
Este volumen –que también recurre a los textos de Escritos en el agua– intenta reunir ese saber en torno al Río de la Plata, porque es notable todo lo que ignoramos. Domínguez tiene un don: logra que casi cualquier detalle sea interesante por su manera de contarlo. Y es que Domínguez no es solamente un narrador que ha trabajado minuciosamente un estilo, sino también un periodista experimentado y un lector con un gran sentido para la aventura. Esas son las competencias que combina para contarnos la historia y avatares de lo que tenemos ahí delante, lo que nos afanamos en no mirar y se vuelve apasionante. De modo que así es como empieza esta historia: hace 2 millones de años, cuando el Río de la Plata era un extenso valle apenas recorrido por un río escuálido, por una falla geológica o porque las aguas del Paraná y el Uruguay comenzaron a juntarse, se transformó en estuario.
LA IDEA DE UN MAR
De allí parte Domínguez para «trazar un solo viaje por la naturaleza y los orígenes del Río de la Plata, los trasiegos de su navegación, sus aventuras, epifanías y pavores». Lo hace, además, señalando las diferencias en la relación que, desde una u otra orilla, tienen uruguayos y argentinos con lo que llama «un falso mar que reduce el país vecino a lo invisible y alienta una ilusión de soledad frente al horizonte vacío». El río más ancho del mundo y el tercero más caudaloso detrás del Amazonas y el Congo logra que los bonaerenses vean «una pampa líquida de color ladrillo», mientras los uruguayos nos plantamos ante «un mar de aguas mezcladas». Es a partir de allí que Domínguez se aboca a narrar lo que ese charco ancho pero poco profundo esconde, y que lo ha llevado a ser denominado «el infierno de los navegantes»: furias marinas, bancos de niebla, canales movedizos, orillas inquietas, barcos hundidos, bancos de arena y roca.
El libro se abre y divide en dos tipos de relatos: aquellos que con mayor minucia se detienen en las características físicas y geográficas del Plata –que destacan lo peculiar de este estuario, eso que complejiza su dinámica, navegación y mantenimiento de sus canales– y los que se centran en las historias y los personajes nacidos en su entorno. Pero esta distinción no es para tanto, porque, si bien en los relatos de los prácticos que llevan los buques por los canales del río existe un inevitable acento en detalles técnicos que hacen al oficio y al conocimiento de la navegación por el estuario, lo que termina primando es siempre la historia que se cuenta y sus protagonistas humanos. Sin embargo, es posible que las crónicas que se centran más decididamente en los personajes –Julia, Ramón Báez, Chilo, el Oriental– tiendan más al retrato de unas vidas fabulosas, las de hombres y mujeres que, a diferencia de los capitanes prácticos, parecen salidos de la más pura imaginación literaria. Es a ellos a quienes Domínguez se refiere en el prólogo, al contar su sorpresa cuando hace años, recorriendo las costas de Colonia, encontró ese mundo «desaparecido en la orilla argentina, pero vivo entre los uruguayos. A pocos quilómetros de Buenos Aires, pescadores y cazadores, contrabandistas y piratas compartían la naturaleza del río y las islas con notables destrezas y relatos de una vida salvaje», en una formulación que es casi la versión aventurera del verso borgeano: «Eres el Buenos Aires que tuvimos, el que en los años se alejó quietamente».4
Lo cierto es que, cualquier lector que ame la aventura cargada de información –y cuando digo esto me refiero a aquellos que leímos con emoción a Stevenson o que temblamos de expectación por saber lo que Robinson Crusoe iba encontrando en cada visita al barco encallado– hallará en estas crónicas un atractivo irresistible y la certeza de que nunca volverá a mirar el Río de la Plata de la misma manera. Sin ir más lejos, luego de leer la narración de Odilio sobre el largo encallamiento en 2002 del barco Guazú Star de bandera paraguaya, cerca de la isla Martín García, no pude evitar querer saber cuál había sido el destino del barco. Una búsqueda que en principio dio pocos resultados terminó por rescatar, como de una botella arrojada al mar, una carta fechada el 17 de julio de 2006, del Sr. Ruben Maffoni, «principal del astillero Maffoni y Cía. Ltda., situado en el Arroyo de las Vacas, 15 quilómetros aguas arriba del puente y puerto de Carmelo», enviada al director nacional de Hidrografía para detallar la situación por la que su empresa estaba pasando en aquel momento. Se refería a la quiebra de todos los astilleros que atendían el litoral, del que el suyo era el último en funciones. Maffoni escribía esa carta para intentar destrabar la detención de unos buques a los que esperaba reparar y que se encontraban fondeados en la boca del puerto de Carmelo. En la descripción que hace de los trabajos que su astillero aceptaba por entonces para poder sobrevivir encontré esto: «Pero también he prestado otros servicios, ejemplo, arreglo de muelles, pequeños dragados. Pero del que más orgulloso estoy es del rescate del Guazú Star, buque que perteneciera a la flota paraguaya y que varado próximo al canal Santo Domingo fuera abandonado a favor de la Armada por su armador. Luego de más de un año de varado aprecié que allí iba a quedar formando parte del paisaje y quizás obstruyendo mi medio de vida, que es el canal. Hice un convenio con la Armada y con mi Ponton I y mi vieja lancha Sara lo liberé del banco de arena y hoy es el Pucará, que bajo bandera boliviana remozado navega en el Paraná.»5
- El País de Madrid, 14-II-24.
- Página/12, 2-III-24.
- Infobae, 9-VIII-24.
- Verso del poema «Montevideo» de Jorge Luis Borges, Luna de enfrente, Buenos Aires, 1925.
- «Ministerio de Defensa desclasifica carta de Ruben A. Maffoni donde menciona situación de los buques HUYU», 23-III-19, Carmelo Portal.