Desconcierto y desórdenes - Semanario Brecha
Los puntos ciegos de la campaña política

Desconcierto y desórdenes

Dentro de diez noches se despejará –en parte– la perplejidad que instaló una campaña electoral atípica, insólita, chata, aburrida. El saber experto no disimula cierto enojo desconcertado porque nadie aprovecha las ventajas previas. El Frente Amplio, dicen, «hizo todo bien» y muchos malestares deberían favorecerlo, pero todavía no arrasa en los pronósticos ni en la calle. El Partido Nacional sigue en control de la agenda pública y cuenta con dos plebiscitos que resultarían a su favor, pero cada día desdibuja su rol conductor de la coalición. Quisiera marcar estos desconciertos antes de que los discursos del día siguiente reordenen la realidad y las burbujas se cierren sobre brindis y reproches. Propongo suponer que las jefaturas no están distraídas, que esta campaña rara y contraintuitiva es un puente para transitar, un poco a ciegas, un tiempo de cambios en el interior de las democracias. Porque esta campaña habla de una intuición impronunciable.

OPACIDAD

No hay semiología firme para relatar este momento democrático. La razón rodea el problema como a un bicho desconocido, tratando de que no escape ni muerda. Las crisis de representación y gobierno ya no se explican solo por juegos de palacio o cuartel, sino por claudicación de la política frente a una subjetividad cansada, líquida, tiránica1. Entre unas y otras, big data e inteligencia artificial generativa. Se habla de recesión y fatiga de la democracia, de buscar respuestas para aquello que ignoramos ignorar.2 El informe 2023 del Latinobarómetro describe la llegada de «electodictaduras» mientras transitamos una «recesión democrática transitoria [pero que] podría durar décadas».3 Los prototipos de izquierda que siempre ilustraron visiones cómodas sobre la declinación democrática convergen ahora con modelos de gobernanza y programas socioeconómicos de regímenes de centro y derecha. Nayib Bukele, Jair Bolsonaro y Javier Milei, teóricamente escurridizos, marcan el tono de la confusión regional. Hablemos otra vez del vecino. El viejo sistema de partidos argentino destituyó a los dictadores bajo la consigna alfonsinista de que con la democracia se come, se educa y se curan enfermedades. Cuatro décadas después, esos mismos partidos son derrotados –¡y colonizados!– por quien promete desenfreno capitalista y desprotección en todos los órdenes de la vida, incluidas la salud, la vivienda y la alimentación. En el mismo país donde todavía se juzga y se castiga a genocidas triunfa una política gore de negacionismo y crueldad. Son impulsos populistas de capitalismo radical que politizan zonas opacas de la realidad y, mientras lo hacen, van reinventando la política sin romper abiertamente el marco formal de la democracia. En La vida emocional del populismo, Eva Illouz describe el proceso de producción de las disposiciones colectivas que permitieron el paso franco desde la democracia liberal hasta el lugar político donde ya estaba instalado Israel antes del 7 de octubre de 2023.4 Allí, una remodelación simbólica e institucional autoritaria coronó una larga guerra cultural, sostenida por un archipiélago de fuerzas políticas diferentes que ocuparon espacio público, produjeron sentidos y acumularon poder burocrático. ¿Alguna resonancia con la trayectoria reciente en esta casa común?

POLÍTICA ESPECTRAL

Un acertijo que debió resolver la campaña electoral fue recrear transitoriamente la virtud política sin desengancharse del humor antipolítico sedimentado durante el quinquenio. La antipolítica es una retórica útil cuando se disputa poder desde afuera del sistema y también cuando se ejerce desde adentro. El repertorio nacional es conocido: acusar de politización de asuntos de interés colectivo como sinónimo de contaminación inaceptable; llevar fracasos de la política al campo judicial y, al mismo tiempo, acusar a las agencias de justicia de estar politizadas; calificar de militante al periodismo que le cuestiona al poder el monopolio del secreto y la agenda pública. El primer truco de campaña para lidiar con la clave antipolítica sin confrontarla consiste en esfumar a los partidos políticos mientras las fórmulas ocupan sus lugares en la competencia. Hay un adelgazamiento de toda densidad simbólica anterior que pueda estorbar el rejuego de nombres, poses, eslóganes abstractos y jingles pegadizos. El desvanecimiento más notorio corresponde a los colorados, renunciantes a la vibración popular de una tradición política que fue hegemónica para refundarse como injerto coalicionista. Como blancos y frenteamplistas no pueden haber acordado copiarse la gestualidad maestra de la campaña, su idéntico esfuerzo por borrar zonas de fricción debe entenderse como una señal de este tiempo político. Los dos partidos vienen de rechazar por abrumadora mayoría la posibilidad de ofrecer a una mujer como presidenta. 

Sus dos candidatos circulan por el espacio público luciendo similar pachorra de siesta interrumpida a destiempo, mientras a su lado guardan silencio y compostura dos mujeres de temperamento vibrante. Ambos eluden temas y, sobre todo, gestos que contradigan la imagen de un seguro ganador que hace campaña solo por condescendencia hacia ese tanto por ciento de personas que permanecen indecisas. Ambos eluden la conflictividad que representan las tradiciones políticas densas que los anteceden. La ficción de una contienda entre «un buen gobierno» y «el gobierno de la honestidad» proyecta la lucha electoral hacia una región gaseosa. Sin conflicto de intereses ni de partidos, se consagra el ideal corporativo de una disputa política carente de razón política.

DESÓRDENES

Aunque la campaña se blinde de irrealidad, la radicalidad de vida irrumpe y desordena. Dos ejemplos. Las cárceles uruguayas son monumentos vivos al fracaso de la política criminal del Estado. Nadie es ajeno, pero ninguna campaña eligió priorizarlo como problema. Sin embargo, la pobre vida y la muerte, que no respetan los tiempos electorales, dejaron sobre la mesa recién servida el mensaje abrumador de un nuevo grupo de personas asesinadas bajo custodia del Estado. La respuesta casi unánime fueron condolencias burocráticas y promesas de futuros más venturosos. El plebiscito para modificar la reforma jubilatoria de la coalición y derogar el sistema de ahorro previsional produjo otro nivel de desorden en la campaña. Hay muchas explicaciones válidas para la diferencia en el impacto del tema de las cárceles y el tema de las jubilaciones. Una, poco frecuentada, es que el plebiscito atañe a personas que no están encerradas ni privadas del derecho al voto. Interesa atender que el plebiscito es una respuesta del demos a las decisiones políticas en materia de distribución de la riqueza nacional. Este desorden electoral, entonces, deriva de otro –vital y anterior al plebiscito– que remite a correlaciones de fuerzas y decisiones del sistema político. Sin embargo, la mayoría del sistema –que funciona en régimen de coalición ampliada– se deshoja de sus responsabilidades anteriores y transfiere a la sociedad toda la culpa por el desorden de campaña.5 Los actores del sistema retienen los atributos de buen juicio y racionalidad, al mismo tiempo que responsabilizan a los sujetos no estatales por los desórdenes presentes y futuros.6 Esto que aquí llamo desórdenes –cárceles y jubilaciones– son asuntos sociales de alta densidad crítica que en tiempos normales permanecen alojados –con apariencia inerte– en fisuras éticas de la política democrática. Hasta que alguna coyuntura produce lo inesperado.

DOPAMINA

Política y violencias intercambian favores y cumplidos en el espacio público y privado sin provocar asombro ni reproches duraderos.7 Si Vladímir Putin y Benjamin Netanyahu tipifican los rendimientos políticos de las violencias abiertas, Donald Trump, Bolsonaro, Bukele y Milei son el ejemplo repetido del lucro electoral del histrionismo brutal. La política uruguaya de la última década también se desplazó hacia una lógica de enemistad entre bloques que no deja espacio para la creación política entre diferentes. La coalición contribuyó a esa racionalidad política con la práctica vertical del poder y una estruendosa vocería ad hoc. La escasa presencia del histrionismo insultante y catastrófico en la campaña fue percibida como un silencio de radio equivalente a carencia de contenidos, 

Pero, en realidad, la campaña contiene propuestas, programas y trayectorias para ser comparadas y debatidas. Tal vez el problema, entonces, seamos las audiencias, que ya no registramos con facilidad la conversación política que no se desarrolla dentro de un registro brutalista, para usar la expresión de Franco Berardi. La razón –dice Bifo– ya no puede elegir entre diferentes estímulos a partir del juicio crítico, sino del grado de excitación «dopamínica» que producen unos y otros.8 Bajo ese supuesto, lo que se visualiza como una campaña vacía no sería solo una consecuencia de las estrategias elegidas, sino también del asordinamiento colectivo frente a mensajes e intercambios que no toquen los registros de sensibilidad pospolítica en los que ya se instaló buena parte de la política. Confirmando esa suposición, mientras escribo esta nota la campaña parece cobrar vigor por la presencia grosera de engendros de inteligencia artificial y acusaciones cruzadas de noticias falsas.9

EL FUTURO QUE HABITAMOS

Eva Illouz coloca el ensayo sobre la fascistización de Israel bajo el alero de una advertencia irritante. Teodoro Adorno avisó a la Viena del remoto año 1967, palabras más, palabras menos, que entre fascismo y democracia hay más contigüidad impregnante que rupturas. Peligro opaco para las buenas conciencias europeas de entonces que las actuales sufren en toda su brutal actualidad. También en 1967, la muy europeizada sociedad política uruguaya experimentaba el inicio de un ciclo como el anunciado por Adorno. La reforma constitucional de 1966 y las elecciones de 1971 serían los últimos correctivos consensuales para aquella crisis de representación política. Tripulantes y pasajeros del viaje ignoraban rumbo, escalas y destino, igual que ignoramos ahora cómo será la sociedad política uruguaya después de 2024. La inquietud, el desconcierto y el enojo por ciertos trazos de futuro que dibuja esta campaña electoral pueden ser una buena noticia si estimulan rebeldía y pensamiento crítico. Incluso las acusaciones de descuido democrático que intercambian los agentes políticos podrían ayudar a abrir un debate plebeyo sobre la dirección que tomamos mientras se atraviesa la fatiga y la recesión de la democracia. Frenar la refundación coalicionista del Uruguay político es condición necesaria para darnos esa oportunidad. 

  1. Ver, entre tantos, obras de Byung-Chul Han, Zygmunt Bauman y Éric Sadin.. ↩︎
  2. Ver Antoni Gutiérrez-Rubí, La fatiga democrática. ↩︎
  3. Véase Informe 2023. La recesión democrática en América Latina, disponible en el sitio de Latinobarómetro.
    ↩︎
  4. De la autora: La vida emocional del populismo: cómo el miedo, el asco, el resentimiento y el amor socavan la democracia, Katz Editores, Buenos Aires, e «Israel: emprendedores del asco y radicalización», en Nueva Sociedad, n.º 312, julio-agosto de 2024. ↩︎
  5. Ver, entre otros, un mensaje reciente de José Mujica en YouTube. ↩︎
  6. Álvaro Rico describe minuciosamente esa tecnología de gobierno en «Violencia simbólica y proceso sociopolítico». El trabajo forma parte de Violencia, inseguridad y miedos en Uruguay: ¿qué tienen para decir las ciencias sociales?, Rafael Paternain y Rafael Sanseviero compiladores. FESUR Uruguay. ↩︎
  7. Al respecto ver intervención de Gustavo Petro en la Asamblea General de Naciones Unidas y de Juan Pablo Luna en «Acá el agua también hierve a 100 grados», conversatorio de la fundación Siembra. ↩︎
  8. Ver entrevista completa en el portal Rebelión. ↩︎
  9. Me refiero a la saturación informativa sobre el «terrajeo» de Ignacio Álvarez con un holograma de Yamandú Orsi, las denuncias de Andrés Ojeda y las provocaciones de Javier Negre. ↩︎

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