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CINE. Un completo desconocido

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Difusión

La acción de esta película1 transcurre entre 1960 y 1965 y presenta a un jovencísimo Bob Dylan desaliñado y recién arribado a Nueva York, epicentro cultural donde el folk y la bohemia se fusionaban con el ambiente artístico del Greenwich Village. La historia se inicia cuando el personaje se presenta en el hospital psiquiátrico de Greystone para conocer a su ídolo, Woody Guthrie, y sigue su recorrido desde los primeros reconocimientos hasta el meteórico ascenso a la fama, incluidos algunos de sus recitales más emblemáticos. El relato avanza con fluidez, dando cuenta de su evolución musical y mostrando cómo el protagonista se convierte en un referente en un momento histórico especialmente turbulento, marcado por la lucha por los derechos civiles de la comunidad negra, la crisis de los misiles, el asesinato de John F. Kennedy y la escalada de la guerra en Vietnam.

Si bien ese tiempo es retratado con dinamismo, la película no profundiza en los conflictos internos o emocionales del personaje. De hecho, cualquier atisbo de incertidumbre o vulnerabilidad sencillamente es evitado. No hay titubeos ni inseguridades en este joven que compone canciones como quien respira y accede al estrellato con la velocidad de una gacela en campo abierto. Los conflictos que se presentan son menores y se diluyen sin demasiado dramatismo: el triángulo amoroso con Joan Báez y Sylvie Russo, las vicisitudes que genera su fama repentina y, por último, el choque cultural con los abanderados de la música folk, que recelaban del lado más roquero del intérprete, un asunto que implicó una dimensión mucho más rica que lo que la película permite vislumbrar.

La transición de Dylan al sonido eléctrico causó una auténtica crisis dentro del movimiento folk, y no fueron pocos quienes lo vieron como un traidor a la causa. Al pasar del folk al rock, Dylan desafió las expectativas y mostró que la música podía ser tanto un medio para el cambio social como una forma de expresión artística personal –y que evoluciona con el tiempo, sin estar necesariamente atada de manos a un género–. La película, sin embargo, simplifica esa controversia y la reduce a una suerte de rebeldía epidérmica, y pierde así la oportunidad de profundizar en una de las transformaciones políticas más notables de la música popular.

Lo cierto es que la historia se apega demasiado a una visión caricaturesca de Dylan, aquella que lo presenta como un genio sin aristas. Si el propio Dylan vivió este período con desbordante euforia, si la fama le pesó como una carga insoportable o si experimentó una profunda soledad, eso es algo que no está siquiera sugerido. Se echa en falta alguna referencia, al menos, a los reflejos emocionales íntimos de un joven que lidiaba con sus propias falencias, más allá de fumar, escribir y cantar sin pausas ni miramientos.

No todo es cuestionable, y corresponde reconocer el clasicismo con el que el director James Mangold aborda este relato. Al igual que en su notable Walk the Line (en la que hizo lo propio con la figura de Johnny Cash), su linealidad narrativa, la prolijidad formal y, sobre todo, el lugar que reserva a la música son aspectos que, aunque resulte paradójico, dan frescura al planteo. No es menor que, además, los propios actores sean quienes interpretan los temas musicales, con resultados deslumbrantes. Hay respeto por las canciones y sus momentos de ejecución no son meros fragmentos ilustrativos –se presentan con el tiempo y la presencia que merecen, algo bastante fuera de lo común en el cine actual–. Episodios como las giras de Dylan junto con Báez y su histórica actuación en el Newport Folk Festival de 1965, donde tomó una guitarra Fender Stratocaster y desafió a un público enardecido, están recreados con precisión y constituyen los puntos más altos del filme.

Un completo desconocido funciona como aproximación biográfica, pero su retrato correcto y controlado deja afuera las complejidades que hicieron de Dylan una figura irrepetible. La película lo celebra sin atreverse a mirarlo de cerca, y en esa distancia pierde la oportunidad de remontar verdadero vuelo cinematográfico. 

  1. A Complete Unknown, de James Mangold, 2024. ↩︎

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