Esta película1 es una fiel adaptación de la novela homónima del escritor británico de best sellers Robert Harris. Para su escritura, Harris llevó adelante una meticulosa investigación sobre el proceso de elección papal en el Vaticano, lo que le permitió plasmar una representación detallada y realista de las complejidades que caracterizan la elección de un nuevo líder de la Iglesia católica. Harris consultó, entre otras fuentes, al cardenal Cormac Murphy-O’Connor, quien le proporcionó información valiosa sobre los procedimientos internos y las tradiciones del cónclave.
Las elecciones en el interior de la Capilla Sixtina siguen un estricto ritual. Los cardenales electores, perfectamente aislados del mundo exterior, llevan a cabo varias votaciones diarias –pueden llegar a ser hasta cuatro en un día– escribiendo el nombre de su candidato en una papeleta y depositándolo en una urna. Este referendo es repetido una y otra vez hasta que un candidato alcanza dos tercios de los votos y es elegido papa. Ahora bien, ¿cómo es posible que los votantes cambien de idea en tan breves períodos de tiempo y por qué estas reiteradas votaciones difieren a tal punto que llegan a cambios importantes en los apoyos sobre una u otra facción? Cónclave responde a esta pregunta integrando al espectador a un mundo cerrado de discusiones veladas, alianzas y sutiles conspiraciones y artimañas. Un proceso que, lejos de la imagen de civilidad y santimonia esgrimida por la institución eclesiástica, desacraliza lo que, en definitiva, es un grupo de hombres con intereses mundanos, sazonados con una importante sed de poder.
Luego de una extensa carrera como director de series televisivas, el cineasta alemán Edward Berger dio su gran salto: su versión del clásico bélico Sin novedad en el frente obtuvo nueve nominaciones a los Oscar y se llevó el galardón a mejor película internacional. En Cónclave, su cuarto largometraje, el abordaje es parco: interiores amplios y oscuros envuelven a personajes de semblantes graves, quienes padecen un proceso en el que parecieran estar dejando la vida. La música de Volker Bertelmann propicia y recarga una atmósfera de intriga y thriller psicológico en el cual las sospechas sobre determinados individuos se instalan desde las primeras escenas. El protagonista, cardenal decano encargado de dirigir el cónclave, es un excelente héroe trágico, agobiado por su propia crisis de fe, envuelto en una responsabilidad que preferiría eludir y que asume muy a su pesar. La interpretación de Ralph Fiennes para este protagónico es descomunal, ofreciendo un amplio abanico de emociones, siempre contenidas y atenuadas por el deber que le es impuesto desde su investidura. Su perfil racional, marcadamente progresista y que desafía al ala más reaccionaria del ceremonial, fomenta la empatía y la adhesión del espectador.
Durante los primeros dos tercios de metraje, la película conserva intacta su verosimilitud, sus niveles de intriga y gravedad y una trama sólida y envolvente. La intrusión intempestiva en el cónclave de un elemento externo –lo que suele definirse como un deus ex machina– da comienzo a un proceso de autoboicot en el que el libreto empieza a desplegar ocurrencias disparatadas que suponen un progresivo bombardeo a la credibilidad y la calidad de la película. La frutilla de la torta, un discurso bobalicón y panfletario por parte de un cardenal de bajo perfil, acaba por rebajar el nivel general varios peldaños. Víctima de sus propios giros forzados e inconducentes, Cónclave se pierde hasta acabar convirtiéndose en un pastiche de plataforma, sin posibilidad de profundidad o trascendencia.
- Conclave, de Edward Berger, 2024. ↩︎