«El músico y periodista Eduardo Rivero estaba en la platea de una de las funciones de Musicasión 3: «Una luz se encendía en el flanco izquierdo y allí estaba El Kinto soltando las amarras de “Yo volveré por ti”. Y entonces el escenario y la platea parecían levantar vuelo cientos de metros sobre el nivel del mar. Una sensación de dicha y vértigo como no he vuelto a experimentar –y perdonen mi insistencia–. Aquello era una aplanadora, una locomotora corriendo furiosa hasta pasarnos por encima. No hay grabación sobreviviente de El Kinto –casi todos playbacks para televisión– que atrape siquiera mínimamente la fuerza impresionante de aquella banda. Recuerdo que Galemire estaba a mi lado y que a la mitad de ese tema inicial estaba parado sobre el asiento de su butaca. Levantaban la sala en peso y provocaban una ovación emocionada, no solo complacida».1
Las Musicasiones originales se hicieron en 1969 y fueron la confluencia de varios factores. Por un lado, se trataba de la culminación de la manifestación local de un fenómeno característico de los últimos años sesenta, aquellos espectáculos colectivos con sabor a happening. Los formatos tradicionales de recital, obra teatral y exposición de arte no podían contener la expansividad creativa de la era psicodélica, y en esos eventos se exploraban juegos especiales con las luces, actitudes escénicas más informales, proyecciones y un desarrollo menos reglado, cuya libertad ejemplificaba el ideal de toda una sociedad, vidas personales más libres y menos enajenadas. Probablemente, el gran antecedente local puede rastrearse en los Conciertos Beat de 1966, conducidos por Bernardo Bergeret (en los que Rada y Mateo hicieron algunas de sus primeras presentaciones como solistas y en los que debutó Diane Denoir).
Pero hubo otros. El Primer Concierto de Galpomúsica, por ejemplo, en 1968, se hizo en el Teatro Odeón para reunir plata para la inauguración de la nueva sala grande de El Galpón en 18 de Julio (la que conocemos hoy día). Cuando esta se estrenó, en enero de 1969, hubo allí poco después un espectáculo del mismo tipo para juntar fondos para el Hot Club. Fueron de los primeros emprendimientos vinculados a El Galpón que iban más allá de lo teatral. En ambos participó El Kinto.
Por si alguien no lo sabe, El Kinto fue un grupo fundamental en la escena beat uruguaya. Existió de 1967 a 1970. Los miembros fundadores fueron Eduardo Mateo y Walter Cambón (guitarras), Ruben Rada (percusión), Antonio Lagarde (bajo) y Luis Sosa (batería). Todos cantaban y casi todos componían; sobre todo, por supuesto, Rada y Mateo. Pronto Lagarde fue reemplazado por Urbano Moraes. En 1968, Rada lo fue por Chichito Cabral. El Kinto hizo una revolución en la música uruguaya: fueron el primer grupo que, en forma consistente, puso su foco en el espíritu del rock antes que en su letra. Quiere decir que, si escuchaban, por ejemplo, a Hendrix, en vez de leer/copiar como factores relevantes «inglés» y «blues», lo que leyeron/copiaron fue «idioma propio de quienes cantan» y «música de la minoría negra local». Entonces, usando las técnicas correspondientes a los instrumentos modernos y las temáticas cercanas al espíritu psicodélico-jipi, El Kinto empezó a cantar en español y a incorporar elementos de candombe. Fue el origen de la movida llamada Candombe Beat. Durante la mayor parte de su existencia, El Kinto existió en forma subterránea, pero a inicios de 1969 empezaba a ganar una reputación más amplia.
En paralelo con El Kinto, Mateo venía desarrollando un trabajo artístico junto con el actor, director teatral y poeta Horacio Buscaglia. Al mismo tiempo, Mateo participó como guitarrista en algunas de las puestas teatrales de El Galpón, con quien Buscaglia tenía un fuerte vínculo. Así, fue natural que ambos propusieran a esa institución hacer su propia versión de espectáculo en formato happening. La primera Musicasión se hizo en junio de 1969 (una función), en julio volvieron con Musicasión 2 (dos funciones), en octubre fue la Musicasión 3 (cuatro funciones) y en noviembre tuvieron que hacer siete funciones de Musicasión 4. Participó un montón de gente, y quienes estuvieron arriba o abajo del escenario dicen que fue inolvidable la magia con que los elementos se concatenaban, aun si eran semiimprovisados.
En Musicasión 2,Rada estrenó su canción «Las manzanas», cuyo éxito inmediato lo convirtió en estrella. Hubo sketches, chistes, lectura de poemas, música sin límites de estilo (jazz, tango, erudito, beat, climas orientales-psicodélicos y cosas inclasificables). Una película mostraba a Buscaglia en la playa corriendo desde el horizonte hasta pasar por el costado de la cámara, y enseguida entraba en escena él nuevamente, simulando cansancio de tanto correr. En una noche memorable, Urbano improvisó al piano una canción, que luego se tituló «Musicasión III» y es de sus temas más conocidos y emotivos. Hubo un toque con tres baterías simultáneas. Fue el auge de la trayectoria de El Kinto, quizá el disparador de la conversión de Mateo en mito y la primera realización trascendente de Buscaglia en el campo del espectáculo musical.
La Musicasión del jueves 24 fue la 6, y no la 5, debido a que en 1991 se hicieron en el Solís dos funciones de La penúltima musicasión, un espectáculo en homenaje a Mateo, que había fallecido el año anterior, con un repertorio mayormente de canciones suyas interpretadas por algunos artistas cercanos: Urbano, Buscaglia, Mariana Ingold, Osvaldo Fattoruso, Fernando Cabrera, Alberto Wolf, Walter Haedo, Lobo Núñez, Leo Maslíah y Litto Nebbia.
MUSICASIÓN 6
Más allá de toda la música, del arte, del swing, de la reverencia ante las personalidades consagradas que pasaron por el escenario, del peso histórico y de la gozosa evocación de las Musicasiones en el mismo escenario 56 años después, hubo un aspecto primario impresionante en este espectáculo: el mero desfilar de tantos números artísticos, uno tras otro, con bastante agilidad en la transición entre uno y otro, para intervenciones relativamente breves (la mayoría de los números musicales consistió en una sola canción). Había muchas cosas para admirar en ello, desde la competencia de los utileros y el laburo de planificación, hasta constatar en forma tan compacta la riqueza cultural de Montevideo y del poder de convocatoria de Urbano.
En cuanto anfitrión, Urbano fue uno de los pocos números que se reiteraron, subiendo al escenario cinco veces, siempre en el contexto de La Celeste, el grupo que lleva hace añares junto con los hermanos Nico y Martín Ibarburu y Gustavo Montemurro. En algunas de sus intervenciones, La Celeste estuvo incrementada con la batería adicional de Nelson Cedrez, y en otra ocasión, muy breve, fueron tres baterías simultáneas que repitieron una de las hazañas más recordadas de las Musicasiones de 1969. También Palito Elizalde se sumó a las guitarras en alguna de las canciones. Increíble ver y oír a Urbano, uno de los más grandes cantantes de la música uruguaya de todos los tiempos, con la voz intacta aun a los 76 años, y además moviéndose con una agilidad de gurí, como si fuera el mismo Urbano que, en las Musicasiones originales, era un pibito de 20 maravillado de actuar junto con sus pares mayores. Interpretó temas propios y además «La casa de al lado», de Fernando Cabrera, y «Tambor tambora», de Jorginho Gularte, y contribuyó a hacer de esa superbanda una versión microcósmica del espectáculo como un todo, en su apertura a un amplio espectro de música uruguaya.
Las otras presencias que entraron más de una vez fueron el quinteto de tango La Mufa y el grupo de integrantes de la familia Buscaglia, con Martín como figura solista y guitarrista, junto con su hermano Paolo en percusión y otros jóvenes, que eran, creo, nietos de Horacio.
El espectro musical fue variadísimo: un coro de niños dirigido por Carmen Pi, La Mufa tocó a Piazzolla, Julio Cobelli junto con Eduardo Delgado hicieron con sus guitarras «Stefanie», de Zitarrosa. Hubo un solo de batería maravilloso de la mano de ese joven prodigio que es Mateo Ottonello. Hubo un trío de vientos que empezó con un solo medio free de saxo alto y se prolongó hacia una pieza bien rítmica respaldada también por Ottonello. Sergio Fernández Cabrera tocó una de sus virtuosísticas e intricadas piezas para guitarra solo, Paulina Viroga cantó una canción brasileña, Latasónica presentó un enganchado variado de momentos rítmicos (en el que sus integrantes se iban turnando en los distintos tambores, bidones e idiófonos artesanales de tubos de PVC), La Plazuela hizo flamenco. Fernando Cabrera se presentó solo con su cajita de fósforos cantando su clásico «Viveza». Diane Denoir cantó uno de los clásicos de su repertorio acompañada por el bajo de Lobito Lagarde. Ruben Rada cantó un viejo standard acompañado por Montemurro.
Pero el espectáculo fue mucho más allá de la música. Hubo danza contemporánea, con Carolina Besuievsky en una versión de Franja, una performance en la que el rostro invisible de la bailarina se prolonga a través de una tela roja que atraviesa una parte del escenario. Marcel Keoroglian hizo sus increíbles imitaciones de Puglia y Mujica. Hubo una breve antología de sketches con los actores Luis Pazos, Renata Denevi y (creo) Ángelo Priore. Maca recitó una serie de viñetas poético-humorísticas que bien pudieron cumplir como una versión nueva de los mojos de Horacio Buscaglia; alternando/interactuando con él estuvo Pablo Somma, interpretando fragmentos que conformaban casi que un panorama general del repertorio de la flauta traversa. Raúl Castro recitó, con el sentimiento habitual, una de sus piezas de poesía carnavalera. Hubo una especie de stand up de Jorge Esmoris y Títeres Cachiporra presentó en la casi penumbra su variante de bunraku.
La historia no vuelve, de modo que la sensación de maravilla puede haber sido equivalente a la de las Musicasiones históricas, pero su manera de pegar fue, necesariamente, distinta. En 1969 se estaban presentando, en un formato happening que estaba en la cresta de la ola, diversas propuestas nuevas de artes escénico-sonoro-literarias que conformaban alternativas revolucionarias dentro de la cultura uruguaya y que iban mechadas –y eso también era más o menos novedoso– con una aceptación integradora de algunos de los ancestros artísticos (música barroca, jazz, candombe tradicional). Si algo faltó en esta Musicasión 6 fue una presencia mayor de músicos jóvenes. Por supuesto, la juventud estuvo muy bien representada por Ottonello, por el trío de vientistas y por Latasónica, pero pienso en la sangre fresca que hubieran podido aportar algunos de los músicos de la barra de Feel de Agua: Pascual Márquez, Patuco López, Ernesto Díaz y varios otros. Paulina Viroga, la más joven cancionista entre los presentes, en vez de hacer alguna de sus muchas bellas canciones, interpretó «Tudo que você podia ser», de Lô Borges, que es casi contemporánea de las Musicasiones originales.
Por otro lado, la juventud de la nueva cultura uruguaya de los tardosesentas no iba mucho con las figuras «históricas». Las que había en aquel Uruguay estaban por el lado del folclorismo, que no solía casarse, todavía, con ese tipo de propuestas. No había nada parecido a la emoción, que inevitablemente sentimos ahora, con las meras presencias de un Urbano, un Cabrera, un Rada, una Diane Denoir, un Lobito Lagarde o un Julio Cobelli.
Además, necesariamente, esta Musicasión 6 no pudo esquivar un componente de tributo a las viejas Musicasiones y sobre todo a sus dos figuras maestras, Eduardo Mateo (1940-1990) y Horacio Corto Buscaglia (1946-2006). Empezó con una grabación de la voz del Corto contando la anécdota del origen de «Príncipe azul». La bella y famosa canción de Buscaglia y Mateo fue cantada por el coro de niños, y luego fue repetida para cerrar el espectáculo en una apoteosis archiemotiva, con toda esa multitud de artistas reunidos en el escenario y cantando junto con el público. Los Buscaglia hicieron «Chim pum fuera», del Corto y Gonzalo Moreira, del repertorio de Canciones para no Dormir la Siesta. La única intervención de las tres baterías juntas fue en un breve fragmento de «Ni me puedes ver», de Mateo, en el repertorio de El Kinto, ahora protagonizada por Urbano y Martín Buscaglia. La Mufa hizo una versión formidable de «Don Pascual», de Chichito Cabral, también del repertorio de El Kinto. Luis Pazos mechó en sus sketches algunos fragmentos de los mojos clásicos de Horacio. Diana cantó «Y hoy te vi», de Mateo.
Pero no se trató de una retrospectiva, sino de algo de otra índole y que, sin ignorar o hacerse el emancipado con respecto al pasado, nunca dejó sumirse en un mero revival o tributo. Hubo incluso, por momentos, como un retaceo ante las expectativas de los nostálgicos: qué lindo hubiera sido escuchar a Urbano cantar ahí, en el mismo espacio en que había improvisado su clásica «Musicasión III». O qué lindo hubiera sido escuchar las voces de Urbano y Rada nuevamente ensambladas, como en alguno de los temas de El Kinto. Rada no cantó «Las manzanas», sino que fue más atrás e hizo una versión arrolladora de «Georgia on My Mind», tal como la había presentado en los Conciertos Beat.
También hubo videos y grabaciones. Mateo haciendo uno de sus parlamentos en tono humorístico en una presentación con Cabrera, Juceca contando una de sus historias de Don Verídico, una preciosa tarde en la playa con un montón de gente cantando junto con Martín Buscaglia y otros. Fue increíble rememorar (o quizá, para algunos, ver por primera vez) algunos de los videos de Horacio encarnando el Profesor Paradójico en la campaña del Frente Amplio de 1989 –y qué vigencia su eslogan de «No tires tu voto a la calle» (es decir, a Lacalle).
A propósito, otra de las cosas preciosas del espectáculo fue una asunción muy corajuda del costado político. En épocas del canto popular hubo un cierto relato según el cual la barra de las Musicasiones representaba un oposicionismo vago, jipi e inconsecuente, «menos de izquierda» o incluso «no totalmente de izquierda». Sin embargo, es sabido que las Musicasiones incluyeron sketches bastante cáusticos con respecto a Pacheco Areco y la creciente presencia militar en el poder nacional, y que Buscaglia y Mateo presentaron una canción en homenaje a Ho Chi Minh, por ejemplo. Pues bien, en la Musicasión 6, junto con los videos de música y de humor se mostró una de las Marchas del Silencio. Al terminar, subieron al escenario un grupo de familiares de desaparecidos, incluidas algunas madres, para convocar a no faltar el próximo 20 de mayo y pedir verdad y justicia. De alguna manera, en ese contexto, fue como si las marchas se asumieran como una forma más de arte, un arte colectivo multitudinario operado en pro de una vida más bella, justa y sensible. O quizá funcionó también como una manera de mostrar que el arte es algo más que un adorno caprichoso para rellenar los intersticios improductivos de la vida: es una forma de actuar sobre lo esencial. Algo de eso nos quedará siempre a quienes tuvimos el privilegio de estar en El Galpón en esa noche inolvidable.
- Eduardo Rivero, Memorias en mí. Una historia de la música popular uruguaya 1964-2000, Linardi y Risso, 2001, págs. 49-50. ↩︎