Tenés que aprender a morir - Semanario Brecha
Wilco en Montevideo

Tenés que aprender a morir

Tras casi una década, Wilco, la gran banda de Chicago, regresa a Sudamérica con un tour que los traerá por primera vez a Uruguay. La cita es el 28 de mayo en el Auditorio Nacional del Sodre.

Difusión, Akash Wadhwani

El hombre parece contento. Promediando un show de festival que se extiende en el tiempo lo que un concierto cualquiera de su grupo, hace la reverencia con su sombrero de cowboy. No necesita pronunciar palabra por fuera de lo que canta. Apenas si sonríe. La audiencia está entregada a su encantador desgano y al delicado sonido del trueno que le convoca y acompaña. El tipo se llama Jeff Tweedy y su grupo, Wilco. Es 15 de octubre de 2016, el mundo es otro y un puñado de gente es feliz en la ciudad de Buenos Aires. El estadio cerrado que les cobija en el predio de Tecnópolis –bautizado para la ocasión con el nombre de una marca de cerveza– es testigo de una noche imborrable, un triunfo de la música en vivo. Porque además de una actitud, una cultura y una moda, el rock and roll es (puede, debería ser) ese sonido abrasador que te atropella el cuerpo y la mente para devolverte distinto. Si una sensación parecida no te atraviesa de ese modo, es porque algo falló.

Aquello debió haber pasado en La Trastienda de Montevideo cinco días antes del espectáculo porteño, pero la escala uruguaya del primer tour sudamericano de Wilco –que incluyó además shows en Chile y Brasil, el único país de la región que ya habían visitado, en 2005– se vio truncada por, dijo el comunicado entonces, «imprevistos de logística en relación con el transporte regional» de la «enorme carga» del grupo, lo que hizo imposible que arribara a Montevideo en tiempo y forma.

La revancha tardó casi una década en llegar para los tweedyliebers de estos pagos: en febrero se anunció la esperada y dilatada nueva gira por la región, que traerá al grupo chicagüense por primera vez al país el miércoles 28 (habrá una escala previa el 25 en el festival C6 de San Pablo, una posterior, el 30, en el C Art Media de Buenos Aires y el cierre en el teatro La Cúpula, de Santiago de Chile, el 2 de junio). Pasó el tiempo y crecieron las expectativas: la hoy extinta Trastienda tenía 800 localidades. Ahora, Wilco tocará en el Auditorio Nacional Adela Reta del SODRE, con una capacidad para 1.885 espectadores.

Consultar la discografía en el sitio oficial del grupo trae una sorpresa: como parte del monstruo, figuran los álbumes de Uncle Tupelo. Eso cristaliza dos cosas: una, el influjo del hombre del sombrero en la historia; la otra, que de las cenizas de aquel barco comandado por Jeff Tweedy junto con Jay Farrar surgió la primera formación de Wilco. El último show de Uncle, tal vez la primera banda a la que se le adosó la etiqueta alt-country –a grandes rasgos, una corriente surgida a comienzos de los años noventa que combinaba la música del territorio con el incipiente rock alternativo–, sucedió en la misma ciudad que el debut de Wilco. San Luis, Misuri, fue testigo del enroque los días 1 de mayo y 17 de noviembre de 1994. Todos los integrantes de Tupelo excepto Farrar, que formó Son Volt, registraron A.M., ópera prima de Wilco (1995). A la postre, una prolongación country-rocanrolera con algunas perlas («Passenger Side»), de esas que llevaron a Peter Buck, guitarrista de R.E.M. y productor de March 16-20, 1992, tercer disco de Uncle Tupelo, a decir ya por entonces que Tweedy era uno de los grandes compositores de su generación.

El tiempo le guiñaba el ojo a Buck. Para el siguiente movimiento de Wilco, a las capacidades de Tweedy sumaron las de un nuevo integrante. Otro Jay, este de apellido Bennett, llegó para convertirse en el guitarrista principal y poco a poco fue afirmándose como un ladero del líder. Si bien para Being There (1996) no aportó composiciones, sus dotes como multinstrumentista –un Brian Jones sin corte casco ni piscina– colaboraron a ampliar el abanico sonoro de un grupo que procuraba expansión. Tweedy aceptó cobrar menos regalías para que Being There se vendiera a precio de álbum simple aunque fuera doble –¿Gesto de ambición artística ante una industria voraz? ¿Necesidad de trascendencia? ¿Mera competencia con Son Volt, el nuevo grupo de Jay Farrar? Quién sabe–. Este conjunto de canciones debía llegar más lejos que las de A.M. y lo logró. La fragilidad de la música dejaba entrever nuevas direcciones (ver «Misunderstood» y «Sunken Treasure»). No obstante, el siguiente paso fue un álbum colaborativo junto con el inglés Billy Bragg, Mermaid Avenue (1998), para el que recibieron, de parte de Nora Guthrie, una selección de letras inéditas de su padre, Woody. Aquí fueron al grano.

La primera obra maestra llegó justo antes de que se fuera el siglo XX y tuvo por nombre Summerteeth (1999). Con Bennett afianzado como ancho de bastos, coautor de casi toda la música y segunda voz en la mayoría de las canciones, el grupo demostró que podía llevar la canción hacia nuevos horizontes. Dramáticos y divertidos a la vez, los temas de Summerteeth superponen capas, fruto de un trabajo de estudio más experimental y de la paleta tímbrica enriquecida (por Bennett, pero también por Tweedy, que de algún modo se vio empujado a tocar otros instrumentos además de la guitarra).

Ejemplo cabal del incipiente nuevo rumbo es «Via Chicago», en apariencia una cancioncilla folk de sencillez pasmosa (montada en los tres acordes fundamentales de una escala). Su ensanchamiento armónico a medida que la (oscura) narración se desarrolla es trastocado por arreglos ruidistas que se imbrican como una segunda atmósfera para esa estructura inicial. La canción se deconstruye a sí misma hasta que implosiona en su coda, invadida por acoples mientras la percusión se desploma. A la vez, Wilco redondea sus melodías más cautivantes y clasicistas («A Shot in the Arm», «I’m Always in Love», «ELT»).

Nadie vio venir el vendaval luego del crecimiento expresado en Summerteeth. Mientras se publicaba el segundo volumen de Mermaid Avenue, el grupo se embarcó en el disco que terminaría por poner patas para arriba su trayectoria: Yankee Hotel Foxtrot.

El primer cisma fue interno. Tweedy fue invitado a participar del festival Noise Pop en mayo de 2000, y le propusieron compartir presentación con algún músico de su gusto. Así fue que contactó a Jim O’Rourke, avezado productor y por entonces miembro activo de Sonic Youth. A su vez, este propuso a Tweedy que compartieran show con un baterista que, creía, podía ser buen tercio. Apareció en escena Glenn Kotche, percusionista con cerebro de compositor e ideas de avanzada. Fue el origen del proyecto paralelo Loose Fur y el comienzo del fin para Ken Coomer como baterista de Wilco. Meses después, recién iniciado 2001 y ya con parte del álbum grabado, Tweedy propuso –y el resto dispuso– que Kotche fuera el titular. Estaba en el mismo mood. O’Rourke también ingresó en el universo Wilco como músico invitado y encargado de las perillas: le asignaron la mezcla del álbum.

Otro que cayó en el lugar justo y el momento indicado fue el fotógrafo Sam Jones, que propuso al grupo filmar las sesiones del álbum sin saber que iba a pasar todo esto y más. Al enroque de bateristas se sumaría la partida de Jay Bennett con el disco ya consumado. Bennett, como en Summerteeth, había tenido un rol central en la composición, pero sus cruces con Tweedy –uno de ellos expuesto en el excelente documental de Jones, I Am Trying to Break Your Heart: A Film About Wilco– ya se habían vuelto insoportables. Wilco era, incluso a la vista del malogrado Jay, grupo para un solo líder. Y estaba a las claras que ese no era él.

Los avatares de la industria discográfica le dieron a la historia el, diría Fito Páez, touch de gloria. La fusión de dos compañías (AOL y Warner) llevó a una reducción de personal: el principal impulsor de Wilco en el sello Reprise, Howie Klein, estaba fuera. David Kahne, su sucesor –productor estrella que en ese exacto momento trabajaba junto con Paul McCartney en Driving Rain–, dio de baja a Tweedy y los suyos. Wilco ya había gastado –a cuenta– 200 mil dólares. Sin embargo, Reprise tomó una decisión sorprendente: le liberó al grupo la grabación. Se pusieron un deadline para conseguir nueva compañía porque querían que el disco estuviera en la calle en menos de tres meses. La fecha tentativa quedó pautada: 11 de setiembre de 2001. Las grabaciones –que incluían más canciones de las publicadas luego– comenzaron a circular en internet antes de que Wilco rubricara un nuevo contrato, por lo que decidieron subir el álbum a su sitio oficial una semana después de aquella fecha imborrable para las retinas del mundo.

Había pasado apenas un año del afamado litigio entre la red P2P de intercambio Napster y los rudos Metallica. El 18 de setiembre,
Yankee Hotel Foxtrot se convirtió en realidad virtual. En su portada asomaban otras dos torres, las del complejo de edificios Marina City. El asunto discográfico culminó en noviembre, cuando Nonesuch compró el ya aclamado aunque inasible álbum. ¿El detalle? Al igual que Reprise, Nonesuch pertenecía a la ahora Time Warner. Aquellos que regalaron la grabación a Wilco terminaron pagando una millonada por las mismas canciones que habían rechazado. No trates de entenderlo.

PODÉS CONTAR CONMIGO, CARIÑO

El lanzamiento oficial en formato físico tuvo que esperar hasta el 23 de abril de 2002. Ya era una música (a)probada y la demora en la publicación solo colaboró con su éxito. El disco muestra al Wilco más impresionista, con el ruido como un total aliado del camino. Las insinuaciones texturales de Summerteeth aquí penetran todo el cuadro y forman un entramado inescindible con la voz quebrada de Tweedy. Wilco encuentra el oro entre la música concreta y la resaca psicodélica circa 1968 (esa mugre que quedó de la gloria anterior, un barro brilloso que unta al White Light/White Heat, de The Velvet Underground, con los Stones pordioseros y los Beatles blancos,que, en verdad, sonaban más harapientos que nunca; sin olvidar Music from Big Pink). Parte de la crítica prefirió vincular a Foxtrot con el Kid A de Radiohead, aunque, a diferencia de su colega Thom Yorke, Tweedy siempre halla la luz al final del túnel en lugar de regodearse en la desgracia. De hecho, canta con la alegría de un escolar en el recreo: «Tenés que aprender a morir».

Luego de semejante victoria musical y ética, a Wilco no le quedaba más que caer barranca abajo. Pero, por el contrario, A Ghost is Born (2004) cimentó el camino iniciado por Yankee Hotel Foxtrot, con Tweedy como catártico guitarrista principal y un nuevo integrante, el tecladista Mikael Jorgensen. El grupo comenzó a girar días antes de que el nuevo álbum saliera y hace casi exactamente 21 años, el 19 de mayo de 2004, presentó a su nueva y al parecer definitiva formación: además de Jorgensen, el único que llegó a grabar en Ghost…, se sumaron Pat Sansone –compañero del bajista John Stirratt en su proyecto paralelo The Autumn Defense, algo así como un Jay Bennett de perfil bajo, capaz de sacarle música a un pingüino disecado– y el guitarrista Nels Cline, ligado al jazz más avant-garde, pinta de francotirador juvenil que, por suerte, prefirió la sublimación a través de su instrumento. A Ghost… trajo premios Grammy y la mar en coche. El mayor premio para Wilco fue la conformación de este sexteto: caza todos los fantasmas que su música persigue. El impactante álbum en vivo Kicking Television (2005) es la primera prueba.

¿Y después? Con los lanzamientos de Wilco sucede algo similar que con los tuitsdel escritor Carlos Busqued o los sketches de Diego Capusotto: tal vez en el momento pasan como uno más, pero el tiempo los vuelve oraculares. Sky Blue Sky (2007) es una gema que contiene lo mejor de los dos mundos: música de una belleza ridícula ejecutada por cirujanos con tacto de rayo láser. El resultado es formidable, aunque parte del público y la crítica esperaran que prevaleciera la faceta experimental (saber dosificar es parte de la sabiduría de este sexteto). Wilco (The Album) (2009) y The Whole Love (2011) son algo así como jukeboxes en los que muestran todas sus facetas: entre la lúgubre «Bull Black Nova» (del primero) y la ingenua «Dawned on Me» (del segundo) parece haber un abismo, pero los que crean y ejecutan esas músicas son los mismos seis tipos.

Grabados en simultáneo pero publicados con un año de diferencia, Star Wars (2015) y Schmilco (2016) contrastan entre sí: uno podría definirse como Sonic John, entre marejadas de guitarra y el tenor vocal del bueno de Jeff, más lennoniano que nunca; el otro exhibe una faceta acústica y evocativa. Para entonces, Tweedy ya había armado junto con su hijo Spencer el proyecto que lleva su apellido y publicado el álbum doble Sukierae (2014), por eso el hiato de casi un lustro entre discos de Wilco. Ode to Joy (2019) asoma como el patito feo de la discografía, de apariencia austera y andar comprimido, pero es un álbum a redescubrir en su densidad monolítica. Cruel Country (2022) es Wilco después de Trump, como un Being There Vol. II, pero con la experiencia de haber tenido a un empresario maniático como primer mandatario. Cousin (2023) trae nuevos bríos experimentales, con la galesa Cate Le Bon como productora. Lo curioso es que sus mejores canciones son… las que van a los lugares ya explorados («Levee», «Evicted», «Meant To Be»).

¿En qué anda Wilco por estos días? Venerada por propios y extraños, ya instalada como una banda clásica –con ritmo de empresa, con todo lo que eso conlleva: giras mundiales, merchandising hasta las orejas, un festival propio –el Solid Sound, que organiza cada dos años, etcétera–, carga con tres décadas de carrera y una obra que habla por sí sola.

Cada uno de sus integrantes hace lo propio por fuera: Tweedy no es el único en tener proyectos paralelos como el grupo con su hijo, sus álbumes como solista o su creciente carrera literaria.

El arco que estos músicos son capaces de cubrir hace que convivan aquí el productor de proyectos tan diversos como la histórica Mavis Staples o las geniales rockeras de conservatorio Finom (de nuevo Jeff); un baterista capaz de realizar instalaciones sonoras o ser cesionista en los últimos discos de Taylor Swift y Ed Sheeran (Kotche), y luego el partenaire artístico y de vida de Yuka Honda, con infinidad de planes siempre ligados al jazz más vanguardista (Cline, que comparte el Saccata Quartet junto con Kotche); un integrante de la versión remozada de Big Star que lanzó su primer álbum solista de música ambient (Sansone); el tipo que organiza festivales de música en sus cabañas de Lincoln, Maine, cuando Wilco y The Autumn Defense se lo permiten (Stirratt, junto con Tweedy, único sobreviviente de la formación original), y el promotor de Ojai Fi, miles de reuniones dedicadas a la escucha de música, y mitad del dúo Expandards, en el que reimaginan junto con Isaac Koren el American Songbook (Jorgensen, quien además está a cargo de la realización de un documental centrado en la figura del pianista Bob James). ¿No se sienten unos chantas luego de leer todo lo que hace esta gente?

Por si fuera poco, acaban de publicar un extenso álbum en vivo –Live (Orange), por ahora solo en línea– que puede dar algunas pistas sobre cómo serán los shows que se vienen en Sudamérica. Esa legión creciente de fanes está avisada: ver a Wilco tocando su música en vivo se traduce en, como repite una canción de su última larga duración, sorpresa infinita. You can rely on me, honey.

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