El miedo fragmentado – Semanario Brecha
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Cine. La hora de la desaparición

El miedo fragmentado

Fotograma de la película

Uno de los mayores logros de esta película1 está en su galería de personajes: imperfectos, cuestionables, a veces incluso detestables, pero siempre reconocibles. Lejos de repartir culpas o absoluciones simplistas, la historia muestra a seres humanos atravesados por miedos, frustraciones y pequeñas justificaciones que hacen comprensible su accionar. Esta ambigüedad moral funciona como motor de tensión y revela un abanico complejo de comportamientos, marcados por contradicciones internas y movilizados por las terribles dificultades que les toca enfrentar.

La noche de la desaparición confirma a Zach Cregger como una de las voces más estimulantes del terror contemporáneo. Tras el impacto de Barbarian (2022), el director regresa con una obra más ambiciosa en lo narrativo y más compleja en lo moral, construida bajo la influencia manifiesta de Magnolia, de Paul Thomas Anderson. Esa herencia es patente en la estructura coral y fragmentada, en la voluntad de seguir a distintos personajes sin jerarquías y en la apuesta por un relato que avanza y retrocede con saltos temporales. En este caso, los fragmentos se ven notablemente interrumpidos en sus respectivos clímax para pasar a otro personaje y, junto con él, a otra perspectiva de la misma situación.

La historia se despliega en un espacio urbano contemporáneo, tras la misteriosa desaparición de 17 niños en una misma noche. El ambiente se ve súbitamente saturado por una amenaza constante y de tensión latente, producto de las frustraciones y los impulsos vengativos de una comunidad traumatizada. Una atmósfera opresiva, lograda a través de un uso muy cuidado de la iluminación y el sonido ambiental, contribuyen a generar un clima de inquietud creciente. La estructura atomizada produce un efecto de vértigo: los fragmentos no ofrecen resolución inmediata, y el espectador queda atrapado en una cadena de suspensos truncos y de una incomprensión creciente del cuadro. Esa elección formal se integra al sentido de la película: la imposibilidad de entender el todo cuando solo se conocen pedazos rotos de una tragedia.

En el plano del género, la película se inscribe en una tendencia reciente del terror que combina lo mejor de dos eras: la explicitud sangrienta y artesanal del gore ochentoso (las sagas de Pesadilla y Martes 13 son los ejemplos más representativos), con la eficacia climática y profundamente perturbadora del horror psicológico que dominó los 2010 (Insidious, El conjuro, Sinister). Películas como Barbarian, Sonríe (2022) o Talk to Me (2022) ya habían demostrado la potencia de este mestizaje; Cregger lo lleva aquí a un terreno propio, donde lo visceral y lo psicológico se potencian en lugar de excluirse.

Pero más allá de su eficacia como pieza de terror, esta película funciona como una inquietante metáfora sobre los tiroteos masivos en Estados Unidos y el trauma que dejan en las comunidades. El título original de la película es Weapons (armas), una referencia a cómo los niños mismos llegan a ser víctimas o victimarios de un brote epidémico de violencia. El horror irrumpe sin previo aviso, destroza la vida de personas muy distintas entre sí y deja cicatrices imposibles de borrar. El caos fragmentario de la narración refleja el desorden emocional de quienes sobreviven a estos hechos: la aparición en un sueño de una ametralladora proyectada en un cielo oscuro no deja dudas sobre la pertinencia de esta lectura.

Como lo planteaba recientemente la serie Adolescencia, existe una clara desconexión en la comunicación entre padres e hijos, aquí reflejado en dos situaciones: por un lado, un padre abrumado por la culpa de no haber sabido expresar su amor a su hijo desaparecido (que además catalizaba esa falta de cariño en violencia hacia sus compañeros de clase), por otro, un niño que, víctima de ese mismo bullying, carece de un espacio de intercambio auténtico con su progenitor donde poder expresarle sus dolencias.

La noche de la desaparición no es solo una gran película de terror: es una obra que, como Magnolia, abraza lo coral para retratar un paisaje humano roto, y que, como Barbarian, confirma que Cregger sabe cómo golpear al espectador en todos los frentes posibles.

  1. Weapons, de Zach Cregger. Estados Unidos, 2025. ↩︎

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