Crece desde el pie - Semanario Brecha
Municipalismo: política de cercanía para una democracia más viva

Crece desde el pie

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La política muchas veces se percibe lejana y difusa para la gran mayoría de las personas. Los debates parlamentarios y las discusiones entre dirigentes suelen estar alejados de las necesidades reales de la gente. Esto alimenta la apatía hacia lo público, no por falta de interés ciudadano, sino porque las estructuras institucionales no siempre generan los espacios adecuados para la participación. Terminado el largo proceso electoral, me parece clave hablar de municipalismo, dado que es justo ahí, en lo local, donde la política se vuelve concreta, cercana y tiene un impacto directo en la ciudadanía.

Durante mis casi diez años como concejal aprendí –muchas veces a los tropezones– que gobernar desde lo local no es solo hacer que las cosas funcionen. Es saber escuchar, dar respuestas, rendir cuentas, aceptar críticas y tomar decisiones que afectan la vida cotidiana de las personas. Pocas cosas enseñan más sobre política que resolver un conflicto vecinal, gestionar un presupuesto limitado o defender un servicio público frente a los embates privados.

Y esa es la clave del municipalismo: no se trata solo del último nivel de gobierno (o, coincidiendo con el intendente de Montevideo, Mario Bergara, del primero), sino de una forma de hacer política con los pies en la tierra. Es poner cara a los problemas, pisar la calle y no tanto la moquette institucional. Lo que se aprende escuchando, viendo los problemas e intentando dar soluciones no se enseña en ninguna universidad.

Recuerdo cuando me visitó un grupo de voluntarios que llevaba adelante la encomiable labor de controlar las colonias felinas, formadas casi siempre por el abandono de gatos en la calle. Estaban desbordados: eran pocos, se hacían cargo de los cuidados, pagaban de sus bolsillos esterilizaciones, vacunas y alimento, y seguían una veintena de colonias sin poder cubrirlas todas. Propuse que el ayuntamiento contribuyera con una subvención para paliar los gastos veterinarios y que personal del área de Medio Ambiente los apoyara, además de prestar algún espacio para alojar a gatos lastimados mientras se curaban.

Pasados unos meses, con la visibilidad que les dio el acuerdo de colaboración con el ayuntamiento –incluida la emisión de carnés de alimentadores y responsables de colonias–, el número de voluntarios creció y su trabajo se volvió más efectivo. Experiencias similares se repitieron al apoyar a otros colectivos del tejido social: migrantes, trabajadores y trabajadoras del transporte público, clubes deportivos y asociaciones memorialistas, entre otras. Ahí confirmé que, con pocos recursos y buena voluntad, el compromiso vecinal crece.

En lo municipal no hay otros: todos somos vecinos. Si hay un reclamo en el barrio, se nota enseguida porque el celular del concejal empieza a sonar; si hay una mejora, se celebra como un logro común. Es una política viva: imperfecta pero genuina. Y en mi caso, profundamente transformadora.

¿Y qué pasa en Uruguay? El municipalismo aún nos debe mucho. Hoy, instalado de nuevo en el paisito, veo que podría y debería ocupar un lugar mucho más central en la construcción democrática. Hemos dado pasos importantes hacia la descentralización, pero todavía persisten enormes desigualdades entre Montevideo y el resto del país, entre departamentos y municipios y entre los gobiernos locales y la ciudadanía.

Con recursos adecuados y margen de acción real, los municipios uruguayos podrían ser la puerta de entrada a una democracia más participativa, horizontal y sensible con los territorios y las personas. Pero, para eso, hay que apostar políticamente por lo local, no solo con recursos, sino con visión a mediano y largo plazo.

Desde lo municipal se abre una gran oportunidad para reconectar con las y los jóvenes, que muchas veces se sienten –con razón– excluidos de la política institucional. Lo local puede ser una escuela de ciudadanía activa. Pero, para eso, hay que dar lugar, hay que dejar de ver a los gurises como usuarios y empezar a verlos como protagonistas. Hay que animarse a que participen, a que cuestionen, a que propongan.

Soy un convencido de que la política no puede reducirse a administrar, sino que además tiene que transformar. Y esa transformación empieza en lo concreto, no en los grandes discursos, sino en las decisiones cotidianas: ¿cómo se asigna un presupuesto? ¿Cómo se distribuyen los espacios públicos? ¿Cómo se escucha al que piensa distinto? ¿Cómo se resuelve lo urgente sin perder de vista lo justo?

Eso lo aprendí en los pasillos del ayuntamiento, caminando por los barrios, enfrentando tensiones y también compartiendo pequeñas victorias con los vecinos. Se debe apostar a una política que no pierda el vínculo con lo real, que no olvide que la democracia se construye todos los días, desde abajo.

Porque la política –la buena política– empieza en la calle, sigue en la plaza, se discute en la feria, se debate en el club de barrio y se defiende en cada decisión que mejora la vida de alguien. Y todo eso, aunque a veces se subestime, se llama municipalismo.

Esteban Tettamanti es exconcejal del Ayuntamiento de San Lorenzo de El Escorial, España (2015-2024).

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